viernes, abril 19, 2024

JUEGO DE OJOS: Esa montaña…

Miguel Ángel Sánchez de Armas

 

Se atribuye a Simone de Beauvoir la conmovedora sentencia que explica la chatez y medianía tan extendidas en la condición humana: “Cuando alguien apunta a la luna, ¡hay imbéciles que sólo atinan a mirar el dedo!”

Quizá porque somos un gremio muy visible, los periodistas damos frecuentes y penosas muestras de esta cortedad. En una conferencia de prensa un reportero que no terminó la preparatoria es capaz de regañar a un reconocido jurisconsulto. Y graves y acartonados magísteres del análisis político conjugan lugares comunes para catequizar y reprender a los mortales desde sus columnas.

Por fortuna no es infrecuente que la mediocridad de unos arroje luz sobre la grandeza de otros. En 1922 en una conferencia en Nueva York, George Mallory se enfrentó a una turba de reporteros que le exigían explicar las “verdaderas razones” de su empecinamiento por llegar a la cúspide del monte Everest. Mallory estaba confundido y mortificado. Sólo su temperamento inglés le protegía de la curiosidad gritonera de los gacetilleros. Dos veces había intentado conquistar aquella montaña y dos veces las inclemencias del tiempo y las dificultades del terreno habían frustrado su propósito. Alzó la mano para pedir silencio. Recorrió con la mirada fría de sus ojos azules al auditorio y dijo sencillamente: “¿Quieren saber?… ¡Porque está ahí!”

¡Porque está ahí! Con esa frase Mallory dio nombre al germen que dispara las grandes proezas. ¿Para qué llegar a la luna? ¿Por qué escribir esa novela? ¿Por qué buscar infatigablemente una nueva vacuna, un fármaco mejor, un combustible renovable? ¿Por qué insistir en desvelar las entrañas de Watergate o llegar al fondo de My Lai cuando el establishment y la nomenklatura ya dijeron que son patrañas?  ¿Por qué enfrentarse al poder público o a las limitaciones personales para cambiar el estado de las cosas?

Estas y un millón de preguntas más tienen respuesta en la sentencia de Mallory, quien, fiel a sí mismo, en 1924 subió por tercera vez a la montaña… y perdió la vida. Su cadáver congelado apareció cerca de la cumbre 75 años después, en 1999. Nunca se supo si falleció unos metros antes de llegar a la meta o si venía de regreso. No importa. Su ejemplo es lo que vale.

En 1911 el noruego Roald Amundsen y el inglés Robert Falcon Scott vencieron retos hoy inimaginables y superaron escollos formidables en la estepa antártica para llegar al Polo Sur con unos días de diferencia. Scott y su equipo murieron durante el regreso, en un punto a sólo once kilómetros de un refugio seguro. Estos caballeros abrieron la brecha que algún día habrá de llevar a la especie a poblar el Universo.

El 1 de diciembre de 1955 en la ciudad de Montgomery, capital del racista estado de Alabama, una costurera negra de 42 años, Rosa Parks, decidió no ceder su asiento en el autobús a un patán blanco como le ordenara el patán conductor de la unidad. No hay registro de sus palabras, pero quiero pensar que dijo algo así como, “¡No. Ya estoy harta!” Y no habrá faltado quien aconsejara: “Señora, quítese. Atrás están los lugares para los negros. Así son las cosas. Es la ley”. Rosa Parks se mantuvo firme. Llegaron los gendarmes, echaron a un calabozo a la peligrosa mujer y fue enjuiciada por “desobediencia civil”. Esta sencilla determinación detonó uno de los más grandes movimientos pro-derechos civiles del siglo y convirtió a la costurera en un ícono mundial.

En México tenemos luminosos ejemplos de fortaleza espiritual. Una chica llamada Gaby Brimmer pasó la vida en una silla de ruedas afectada de parálisis cerebral. Sólo podía mover el pie izquierdo, y con esta gran capacidad, que todos los demás tenían por limitación, fue a la universidad, estudió literatura y se hizo poeta. Escribía señalando las letras en una tabla con el dedo del pie. Gaviota pudo dar conferencias y promover la causa de las personas con parálisis cerebral. Su vida fue llevada a la pantalla. Se creó un premio nacional de rehabilitación con su nombre y su ejemplo fue el motor para atender a muchos seres humanos antes condenados a vegetar en espera de la muerte.

Gaby murió el 3 de enero del 2000. En un poema había escrito: “Quiero morir en un día de invierno gris, feo y frío, / para no tener tentación de seguir viviendo. / Moriré en esa época del año, / porque de todo el mundo he recibido frío. / Quiero morir en invierno para que los niños hagan sobre mi tumba muñecos de nieve”.

Cuando en 1812 en el sitio de Cuautla el general Almonte rompió una barricada y avanzaba para tomar la plaza, un niño de 12 años, Narciso Mendoza, desafió las balas para acercar una tea a la mecha de un cañón cuyo disparo frenó el avance realista y puso a Morelos a salvo. En septiembre de 1810, Juan José de los Reyes Martínez, a quien llamaban “El Pípila”, se arrastró a la Alhóndiga de Granaditas con una losa en la espalda y prendió fuego al portón, abriendo así el paso al ejército de Miguel Hidalgo. Bien recordamos las hazañas de los cadetes de la Escuela Naval de Veracruz y del Colegio Militar que se negaron a dejar la plaza y murieron luchando contra el invasor yanqui en 1857 y en 1914.

Por doquier hay ejemplos de seres que se han negado al conformismo. Indignado por un gobierno que mantenía la esclavitud y libraba una guerra injusta contra México, Henry David Thoreau se negó a pagar impuestos y fue a la cárcel. En 1849 publicó Sobre el deber de la desobediencia civil, en donde escribió: “Hay miles cuya opinión es contraria a la esclavitud y a la guerra con México, pero nada hacen para poner fin a estos males… y esperan que otros pongan remedio para así tranquilizar sus conciencias”.

Inspirado por Thoreau, en 1906 Gandhi inició la lucha no violenta llamada satyagraha, que condujo a la derrota de la pérfida Albión y a la independencia de la India. Siguiendo el ejemplo de Gandhi, en los años sesenta Martin Luther King encabezó en Estados Unidos el movimiento por los derechos civiles de los descendientes de los esclavos negros.

Como vemos, una acción individual puede tener consecuencias que muevan a la sociedad y cambien al mundo. Escalar una montaña es una aventura personal.

 

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