jueves, abril 18, 2024

JUEGO DE OJOS: El gran Satán

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Resulta que los gringos ya dieron con un Gran Satán a quien culpar del cáncer que corroe las entrañas de su país: le pusieron sombrero charro, botines, chaquetilla, bigote y nombre: The Mexican Threat. ¡Aleluya! Nos han convertido en la bestia negra del postcomunismo. En el Kremlin, Putin y los camaradas de la nomenklatura se retuercen de envidia.

¿Qué se necesita para neutralizar a un Gran Satán? Si hemos de creer al acreditado padre Karras, con una solución de agua del Potomac, polvo del cerebro de un republicano, uñas de un demócrata, saliva de un yerno y un pelo naranja, ¡zaz!, el levantisco Belcebú prieto dejará de fastidiar con lo del tratado comercial, vaciará su hacienda para pagar el muro, dejará de creer que el tráfico de drogas es por los adictos de allá y muy probablemente pida la merced de un estatus como el de Puerto Rico.

¿Mandó Trump al Primer Yerno a la CdMx para amansar a los levantiscos greasers? Nada nos dijeron los nativos amistosos que lo atendieron a cuerpo de rey… er… de ministro. Todo es posible. El joven Yared parece tener gran ascendencia sobre esos aborígenes. Es propietario de una empresa llamada 666 Fifth Avenue. ¿No es este número la marca de la bestia?

Para Estados Unidos México ha sido patio trasero, dique protector, fuente de materias primas, mercado cautivo y territorio anexable, según el humor de las diferentes versiones del Tío Sam que han ocupado la Casa Blanca. Para la actual, somos la encarnación del mal y la argamasa de su muro.

Nuestros liberales del siglo XIX admiraron la gesta fundadora yanqui, pero nunca perdieron de vista que el país en donde los hombres [blancos] fueron creados iguales y son derechos universales la libertad y la búsqueda de la felicidad, fue y sigue siendo un gran peligro para México. De Fray Servando Teresa de Mier, José Manuel Zozaya, José María Luis Mora y otros, tenemos admoniciones y advertencias sobre el riesgo de vivir frontera de por medio con la potencia imperial.

Zozaya, el enviado extraordinario y plenipotenciario de Iturbide en Estados Unidos, reportó desde su misión el 26 de diciembre de 1822: “La soberbia de estos republicanos no les permite vernos como iguales sino como inferiores; su envanecimiento se extiende en mi juicio a creer que su Capital lo será de todas las Américas”.

La conducta de “esos republicanos” está grabada en su ADN imperialista. En 1798 Rufus King y John Trumbull se confabularon con el general venezolano Francisco de Miranda para que George Washington liberara a México del yugo gachupín y promulgara una constitución “de pureza semejante a la británica, a cargo de los herederos de Moctezuma”. Pero el “Padre de la patria” declinó el honor y todo quedó en un sueño guajiro.

El historiador Hubert Herring era famoso por su sentido del humor. En un artículo en Harper’s Magazine en junio de 1937 juguetonamente titulado “El mexicano indomable”, explica lo que todo gringo sabe de los mexicanos: “Son bandidos, andan empistolados, hacen el amor a la luz de la luna, comen picoso y beben fuerte; son flojos, son comunistas, son ateos, viven en chozas de adobe y tocan la guitarra el día entero. Y algo más que todo gringo nace sabiendo: que está por encima de cualquier mexicano”.

Herring ridiculizó, pero otros se tomaban en serio la “superioridad” sajona, como el profe de Yale Samuel Flagg Bemis, premio Pulitzer (dos veces) y presidente de la Sociedad de Historia, quien a los cuatro vientos pedía expropiar la apetitosa bodega de recursos naturales llamada México, país al que los yanquis, en su augusta opinión, dispensaban “una tolerancia galiléica”.

El 31 de diciembre de 1926, el teniente coronel Edward Davis, agregado militar en la Embajada de EUA en México, cursó un informe en donde dice que “es natural que el hombre blanco sea visto con algo de antipatía, pero si los mexicanos alguna vez tuvieran la bendición de una intervención y administración [yanqui] el supuesto odio encarnizado hacia los [yanquis] se disolvería en una farsa superficial… México tiene escasa, si alguna, esperanza de convertirse en un miembro autosuficiente y respetado de la comunidad de naciones”.

Ignoro si el coronel Edwards se fue a cabildear a Washington su desprecio antimexicano, pero al año siguiente, 1927, el Departamento de Guerra actualizó un siniestro programa llamado “Plan de guerra verde”, para invadir a México en caso necesario, que a la letra dice: “El propósito militar de este plan es el uso de las fuerzas armadas de Estados Unidos para derrocar el gobierno federal existente en México, y controlar la Ciudad de México hasta que un gobierno satisfactorio para los Estados Unidos, sea implantado”. Esta estrategia estuvo viva hasta 1939, fue desclasificada en 1974 y hoy los espías extranjeros la pueden fotocopiar a un costo de 15 céntimos la hoja.

Diego Fernández de Ceballos llamó “orate” al señor presidente gringo y no soy nadie para contradecir a tan distinguido jurista. Lo que me consta es que Mr. Trump es heredero en línea directa de esos “republicanos” tan certeramente aquilatados por Zozaya hace 286 años.

 En eso de parlamentar con los otros nadie había superado a Carlos I, quien hablaba español con Dios, italiano con las mujeres, francés con los hombres y alemán con su caballo, pero he aquí que ahora otro poderoso monarca, todo gringo él, insulta a su patio trasero en tuitano.

La lumbre le debe estar llegando a los aparejos a Mr. Trump. Cada día tiene más detractores en casa y afuera y en el Midwest se otea la revolución de sus rednecks que comenzarán a padecer la venganza china por la guerra de aranceles… y quizá también la nuestra si los nativos amistosos recuperan la razón. El Washington Post y el New York Times reseñaron la semana pasada los ominosos comienzos del reclamo. Fox News siguió transmitiendo en rosa.

Le apremia levantar su muro para legitimar su mandato. La insultante ridiculez de enviar a su guardia nacional a la frontera, atinadamente descrita por El Heraldo como una invasión de “soldados de chocolate”, es sólo la más reciente incontinencia de un presidente paranoico, acomplejado, ignorante y mediocre.

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