Miguel Ángel Sánchez de Armas
Manuel Buendía Tellezgirón, el periodista mexicano más leído e influyente de su tiempo, fue asesinado al atardecer del 30 de mayo de 1984 a unos metros de su oficina, en la capital de la República Mexicana.
Han transcurrido 38 años y hoy no estamos más cerca que entonces de saber quién ordenó ese magnicidio.
Buendía era un punto de referencia dentro y fuera del país. Su columna “Red Privada” aparecía de lunes a viernes en la primera plana de Excélsior y en la portada de unos cincuenta periódicos estatales.
Diversas radiodifusoras universitarias la leían al aire y una versión en inglés se publicaba regularmente en un suplemento.
Buendía fue el primer columnista sindicado verdaderamente exitoso en México. Si la profundidad, oportunidad y relevancia de los temas que tocaba hacían de su columna una lectura imprescindible, la ubicuidad que logró lo blindaba contra la censura y le dio la independencia económica necesaria para dedicarse al oficio sin distracciones.
Manuel Buendía permanece como un símbolo para el periodismo en lengua hispana. Al asesinato que lo victimó –una ejecución, como apuntara en su momento Héctor Aguilar Camín- siguió una poderosa movilización de opinión pública en demanda del esclarecimiento cabal de los hechos.
Aún hoy, 38 años después, el nombre de Buendía está asociado a los reclamos de los mexicanos que exigen la vigorización de los ideales democráticos, el respeto a las leyes, el imperio de la justicia y el fin del gran mal que es la impunidad, la no rendición de cuentas.
A Buendía lo asesinaron para acallar su voz, pero el hecho de que su obra y su memoria no se hayan diluido verifica que no es momentáneo o pasajero el periodismo confeccionado a partir de un profundo compromiso social.
Uno se pregunta por qué el periodismo de Buendía no ha perdido vigencia, por qué hoy se deja leer con interés e incluso pasión. La respuesta es que Buendía se adelantó a su tiempo. Desde los sesenta este periodista tocaba temas que hoy nos parecen asombrosamente actuales. Se puede decir que el tiempo le dio la razón.
La tentación del juego intelectual y emocional de imaginar quién sería hoy el autor de Red Privada y quiénes sus lectores, asalta fácilmente.
¿Habría sido tolerado en los sexenios siguientes? ¿Tendría alguien como él un espacio en los formatos actuales y en la espinosa relación entre los medios y el Estado?
Buendía había escrito que el periodismo es una de las profesiones más exigentes de la sociedad moderna. “Nadie debería permitirse ‘jugar al periodista’ porque hace un daño en diversas escalas a la comunidad. Esta no es una tarea que admita inconstancias ni actitudes caprichosas. Se trata en verdad de una forja que pone a prueba a veces la clase de reservas espirituales que tiene el individuo”.
La eliminación de periodistas incómodos se da lo mismo en sociedades autoritarias que en regímenes democráticos. Ya sea que vulneren intereses de Estado, políticos, empresariales, gangsteriles, o que sean testigos indeseables como ha sucedido en conflictos desde Centroamérica hasta Irak, el periodista independiente y crítico ejerce bajo riesgo.
Recordamos a Buendía de muchas maneras. La calidez y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales.
Una tarde dijo a un grupo de jóvenes estudiantes de comunicación: “Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: ‘hoy he descubierto algo importante, pero ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’”
Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas”.
Como diría José Emilio Pacheco, la muerte de Buendía fue la prueba trágica e irrefutable del poder de las palabras.
Aquel miércoles 30 de mayo una ola de incredulidad y dolor corrió por el país. Lectores, periodistas, amigos y enemigos, escucharon la noticia sin dar crédito: Buendía asesinado de cinco balazos por la espalda.
La profecía autocumplida: “A mí –dijo a sus amigos en más de una ocasión- sólo por la espalda me podrán matar”. La noticia ocupó espacios en la prensa extranjera. En un México que tropezaba hacia la democracia, la muerte del periodista era evidencia de que el viejo régimen se negaba a ceder espacios y privilegios. “The Man Who Knew Too Much” fue el encabezado en The New York Times.
En México, muchas voces se alzaron para condenar el asesinato y para analizar la obra de Buendía y su trayectoria profesional:
Luis Javier Garrido: “Buendía entendió a finales de los setenta que era menester en México otro tipo de periodismo, que si bien estuviera de alguna manera comprometido con el poder público, o con lo mejor del poder público mexicano, tendría que ser un canal de comunicación entre quienes gobiernan y la población, y expresar también a la sociedad y no solamente al Estado. Una prensa que buscase civilizar a los gobernantes por la vía del diálogo.
“Si algo lo caracterizó sería probablemente el haber sido, a finales del siglo XX, uno de esos hombres puros, liberales, como aquellos que hicieron en la generación de la Reforma una de las mejores epopeyas de la historia de México.”
Héctor Aguilar Camín: “En el momento de su muerte, Manuel Buendía era el periodista más leído e influyente de México. Salvo por censura del editor, su columna “Red Privada” aparecía sin falta de lunes a viernes en el diario capitalino Excélsior y en decenas de la provincia que la adquirían a través de la Agencia Mexicana de Información. Los mismo lectores ávidos habían agotado en unas semanas los primeros diez mil ejemplares del libro de Buendía La CIA en México, y convertido al autor en obligado tema cotidiano de la vida pública: ‘¿Ya leíste hoy a Buendía?’”
Fernando Benítez: “Manuel Buendía, ante todo, creaba en torno suyo una sensación de fuerza y de seguridad. Era un hombre. Nosotros llevamos adentro a un guerrero a quien ha domesticado la sociedad y la conveniencia. Sólo de ver su talante, la energía de su cabeza y la viveza y curiosidad de su mirada, bastaba para sentirse protegido en una época saturada de prepotencia y de peligros amenazantes.”
Alejandro Gómez Arias: “El desastre político, social, moral de la República del que el sacrificio de Buendía es solamente un capítulo –cargado de consecuencias y resonancias por la relevante personalidad del escritor- que tiene significación mucho más grave porque descubre, para decirlo con un poco de humor negro, las garantías que protegen a la delincuencia.”
José Emilio Pacheco: “El 21 de febrero de 1984, en un seminario sobre periodismo, Manuel Buendía habló acerca del estilo. Las balas que asesinaron por la espalda al gran periodista mexicano también hicieron más vital, más valiente, más necesaria cada página suya. Su muerte es la prueba trágica e irrefutable del poder de las palabras.
“Lo que Buendía comentó en aquella ocasión es válido para todos al margen de su edad y sus años en el oficio. Constituye una gran parte del gran testamento que representa su obra en conjunto. Buendía entendió que nuestra catástrofe actual es también una crisis del lenguaje. Su autoridad en este campo no requiere ponderación: Manuel Buendía no hubiera llegado a ser lo que será siempre si no fuese también uno de los grandes prosistas mexicanos…”
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