Miguel Ángel Sánchez de Armas
El domingo se cumplieron 80 años de la expropiación petrolera. Esta fue, después de la Revolución, la gesta más importante en la conformación del país que hoy llamamos México. Se ha dicho que fue “un rayo en cielo sereno”. Difiero. Creo que lo sucedido aquel viernes 18 de marzo de 1938 por la noche fue la descarga inevitable de un cielo que se comenzó a encapotar desde antes de que el General asumiera la presidencia.
En la memoria colectiva mexicana, mientras que las figuras de nuestros dirigentes se diluyen y la obra de sus gobiernos se olvida, el recuerdo del general Lázaro Cárdenas crece en el afecto y la admiración populares. Se le considera el presidente que recuperó el rumbo que la Revolución extraviara en el tumulto político posterior a la etapa armada. El legado de su mandato, particularmente la expropiación del petróleo, quedó grabado en nuestro ADN y en nuestra genética de nación.
Igual que otras grandes figuras de la historia, Cárdenas tuvo y tiene adeptos y detractores. Hubo quienes lo aclamaron hasta colocarlo en un nivel casi mítico mientras que otros juzgaron su gobierno y su liderazgo un fracaso completo. Veo en Cárdenas a un hombre genial y primitivo cuya vida pública estuvo montada, como agudamente observó Cosío Villegas, “en el macizo pilote del instinto”. En su trayectoria ascendió desde los orígenes más humildes hasta el pináculo del poder político y después de dejar la Presidencia su prestigio fue en ascenso como conciencia de la Revolución.
La enorme estatura del General fue fundida en bronce por generaciones políticas que se apresuraron a transformarlo en reliquia para el museo de la Revolución. El nombre Lázaro Cárdenas estampado en el granito de ceremonias hueras ha periclitado la sustancia de un modelo de gobierno y una conducta política que, con todas las críticas que se le puedan o quieran hacer, tuvo siempre como principios el bien común y no el provecho personal; el interés de la nación y su defensa inteligente y no el entreguismo; la justicia para las mayorías y no el favor a los pocos. ¿De cuantos gobiernos desde 1940 se puede decir lo mismo?
Me parece que en este entumecimiento ceremonial se diluyó una vertiente del General, la del hombre que tuvo una auténtica compasión por su pueblo, que respetaba a los demás tanto como a sí mismo, que fue de una asombrosa perspicacia política, que supo granjearse la confianza de la nación y que, a la manera de Thoreau, cumplió con su deber por la sencilla razón de que ese y no otro era su camino.
Hay destellos de la dimensión íntima de su temperamento. De niño escribe en su diario: “Siento que para algo he nacido”, y le aflige no tener certeza de cuál será su camino. En uno de sus discursos descubrí una paráfrasis de Shelley; supe del exhorto de Múgica para que pusiera orden en su “anarquía amorosa” y conocí el enternecedor episodio cuando después del anuncio de la expropiación, ya muy tarde, despertó a su hijo Cuauhtémoc para fotografiarse con él. ¿Se reconoce en estos episodios a La esfinge de Jiquilpan? Quizá no, pero lo humanizan. Durante su presidencia y después, su carácter hierático y circunspecto se decantó en una suerte de oráculo en el imaginario político. Y como a otros del Panteón mexicano, las nuevas generaciones lo conocen más como estatua que como ese apasionado luchador que fue capaz, en palabras del embajador Josephus Daniels, de hacer sentir al pueblo que “el día de la liberación” había llegado.
Que sigue estando entre nosotros se confirma por que cada poco tiempo aparecen estudios sobre la vida y la obra del General. Recientemente su hijo Cuauhtémoc puso en circulación Cárdenas por Cárdenas y Ricardo Pérez Montfort dio a conocer Lázaro Cárdenas: un mexicano del Siglo XX. Yo mismo publiqué El peligro mexicano y Retrato del General y a no dudar que otras páginas se aliñan ahora mismo en el fogón de los historiadores.
Pero siento que este protagonista del episodio que Luis González y González declarara el más estudiado de nuestra historia, peregrina en busca de un biógrafo que desvele su personalidad compleja, en mucho contradictoria y criticable, que tomó decisiones que hoy podemos juzgar ancladas en el autoritarismo, pero que, como su contemporáneo Churchill, no vaciló en jugársela del todo por el todo para consolidar a su país. Un político comprometido con su tiempo, con sus ideales y con las exigencias del puesto que le fue conferido, que siempre pensó en los demás antes que en sí mismo, que sin duda cometió errores y tuvo limitaciones, pero cuya obra, en conjunto, arroja más luminosidades que miserias. ¿A cuántos conocemos hoy así?
Mientras llega la pluma que a la manera de Manchester, Vidal o Martín Luis Guzmán, nos adentre en lo más íntimo de la vida y las circunstancias de uno de los forjadores del México moderno, en Retrato del General, el libro que comienza a circular, además de una instantánea de su trayectoria, recupero textos hoy olvidados que tienen el mérito de haber sido escritos por contemporáneos, hombres que lo trataron personalmente y que nos dan una aproximación al Cárdenas cotidiano, al hombre que a mano limpia se entregó a la construcción de un nuevo país, al general misionero, como lo llamó Krauze.
25 de marzo de 2018
(Del prólogo de mi libro Retrato del General. Los lectores interesados pueden pedir una copia, sin costo, al correo jdosemanal@yahoo.com, a partir del 28 de marzo)
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