Sergio Gómez Montero*
Me reiré del que pasa con sus árboles tristes,
los libros apenas hojeados, el ciempiés que guardabas en un frasco de vidrio
H. F. Rivella: Responso por la muerte de Rosario Castellanos”
El país avanza, es lo importante. A trompicones pero avanza y deja atrás los aspavientos y manotazos de los inquietos, de los inconformes que todo lo ven mal. Esa es su tarea y por tanto dificultan el que la crítica objetiva se manifieste y trascienda o se confunda en la alharaca con los gritos sin sentido de los conservadores. Por eso se dificulta, a veces, escribir objetivamente en los periódicos, porque en ese ambiente de confusión y gritos inconexos, lo verdadero se torna evanescente o sin sentido, se pierde, pues, entre gritos y sombrerazos. Pero vale hacer el esfuerzo.
Por ejemplo, una pregunta bulle desde hace rato: ¿hasta dónde llegará la justicia en el caso de los detenidos y confesos (o plenamente sabidos) delincuentes; cuándo conoceremos, con pelos y señales, todo lo que hicieron y de todo lo robado cuánto regresará a las arcas de la hacienda pública? Hasta hoy, pues, es más el silencio lo que priva, que las declaraciones de los delincuentes que evadieron la prisión dado que hoy son testigos colaboradores de la justicia (Lozoya) unos, en tanto que otros (Duarte) aún no regresan al país y otros (el Marro) se encuentran ahora viajando de un penal a otro, pero aún sin declarar ante el juez. De allí entonces la pregunta: ¿cuándo, la fiscalía, llevará a esos delincuentes ante el juez para que rindan sus declaraciones y comencemos a conocer, de viva voz, qué sucedió, hasta dónde llegaron sus delitos y cuáles eran las redes delincuenciales en las que se movían y les prestaron, durante mucho tiempo, cobijo y protección? Nada de eso hasta hoy se sabe y sería conveniente, desde muchos puntos de vista, que eso se comenzara a conocer, ¿o no?
Por otro lado, tampoco en educación estamos claros. Equivocado sería, dicen los que saben (lo acaba de declarar la ONU), suponer que la pandemia limitaría sus efectos sólo a la salud. Por el contrario, hasta hoy, apenas comenzamos a tener ideas dispersas de hasta dónde esa pandemia ha afectado la cotidianidad en muy diversos territorios: lo doméstico, lo económico, lo urbano e interurbano, y particularmente lo educativo. Roto de raíz el hoy viejo sistema escolar (presencial y repetitivo, carente de creatividad), los gobiernos están en la etapa de suplir a lo antiguo por nuevas formas de enseñanza que permitan satisfacer las demandas que en ese terreno tiene el conglomerado social, hoy desconcertado, pues la etapa de transición (de supuesta educación abierta y a distancia) tuvo resultados que hasta hoy no se conocen con precisión, aunque no parecen muy alentadores. Pero lo que más extraña es por qué no, al igual que en salud, se optó en educación por un sistema colegiado en donde los expertos (investigadores, científicos, especialistas) allí reunidos aportaran sus puntos de vista para afrontar los retos que en ese campo del quehacer social se planteaban y de que todos, en conjunto, dieran su punto de vista para saber qué era lo más conveniente para el país. ¿Por qué entonces televisión así, a lo pelón? ¿Y todo lo de antes ya no vale? ¿Dónde quedó la caja idiota y los dichos de que lo que escuela hace en la mañana, la TV lo destruye en la tarde? ¿Por qué de pronto se olvidaron todas esas consignas?
El país bulle, no ha dejado de bullir desde hace rato. Y lo bueno es que eso significa que el país está vivo. Que viva, pues, para bien, para mejor de los que menos tienen.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx