FRANCISCO RODRÍGUEZ
Como es sabido, en el Siglo XVI el paganismo sofisticado altamente refinado de las culturas prehispánicas mexicanas hizo enfrentarse a la religión católica de la Baja Edad Media y a los argumentos de los grandes dramaturgos griegos, latinos y jónicos. El hieratismo religioso fue pasado a la báscula por el pensamiento clásico.
La incineración de piezas artesanales en los patios de la Inquisición sevillana –conocidas por los antropólogos como “las caritas sonrientes”– sustraídas por los rudos conquistadores españoles en el Golfo de México– que proclamaban sentimientos profundos de tristeza y alegría y que hoy son emblemas icónicos del teatro moderno–provocaron un cisma ideológico que se recuerda hasta nuestros días.
Paradójicamente, las culturas ancestrales de los indígenas mexicanos se encontraban del lado de la interpretación de la vida en libertad de conciencia que siempre esgrimieron los grandes poetas clásicos: Eurípides, Sófocles, Esquilo y Aristófanes, por sólo mencionar algunos. Mientras que las culturas precolombinas eran vilipendiadas y sobajadas por su supuesto nivel de atraso.
La risa indígena era el veneno contra el miedo
Quemar públicamente las figuras representativas de la cultura totonaca, emblemas de una sabiduría milenaria que controló los hilos del poder mesoamericano y de la civilización de su tiempo y su entorno, fue un delito de lesa humanidad, atentatorio contra las bases del género homínido.
La risa humana fue condenada como una sublevación contra la solemnidad y el temor que recomendaba la filosofía de los Padres de la Iglesia como una precondición del miedo a Dios y a la justicia divina. El llamado paganismo cultural no asumía la fe como resignación a las verdades ocultas e insondables. La risa indígena era el veneno contra el miedo.
Destrucción por discriminación, ignorancia y perfidia
La furia con la que los inquisidores españoles actuaron contra las culturas ancestrales mexicanas fue similar en el tiempo a la que ahora usan los perfumaditos burócratas de la cultura para desplazar símbolos de nuestra identidad, razas fundadoras del perfil del mexicano, culturas que todavía no entienden.
A la fecha, por falta de una posición inteligente en favor de la interculturalidad, las valiosas etnias regionales que forman once familias lingüísticas, 68 agrupaciones demográficas y 364 variantes idiomáticas pasan las de Caín. Lo que pudiera ser un almacigo para el florecimiento cultural y el desarrollo regional está siendo destruido por discriminación, ignorancia y perfidia.
Promesas incumplidas, hipocresías raciales y rapiña
A pesar de que la cuestión pendiente del respeto a los derechos indígenas está presente en nuestra historia, la Constitución General de la República toca de manera tangencial y esquemática las raíces y las soluciones. Pregona la naturaleza pluricultural de la Nación y la protección y desarrollo de las lenguas nativas… pero hasta ahí.
Asimismo, jura proteger sus usos, costumbres, recursos y formas de organización social, el acceso a la jurisdicción del Estado, las garantías a los juicios agrarios y a las prácticas jurídicas ancestrales, pero todo se reduce a la verborrea, al instinto locomotor del legislador sin eco en los gobiernos federal, estatales y municipales.
Jaculatorias constitucionales, promesas incumplidas, hipocresías raciales, poco respeto hacia las franjas vulnerables, maltrato y rapiña sobre sus recursos geográficos naturales, salvajismo en tribunales y en la inequidad social cotidiana han fragmentado a la Nación, entre la presión histórica y la ambición desaforada de los dizques gobernantes.
Situación de los indígenas igual a la de los migrantes
Lecturas entre líneas, bastonazos de ciego, letras muertas, decisiones inconsultas, atraco a las raíces esenciales, equiparan la situación de los grupos indígenas con la de los migrantes desplazados, arrinconados por la befa, el desprecio y los altares de la supremacía. Igual o peor con los grupos de desplazados y migrantes de todo el mundo que osan pasar por México sólo para ser arteramente vejados, torturados y asesinados por nuestra Migra del narco.
Las fosas comunes y aún las cavidades subterráneas habilitadas por los capos y fruncionarios en tierra mexicana sirven como infame sepulcro de miles de migrantes de Centro y Sudamérica que “no se cayeron” con los moches para los legionarios de la droga, o no colaboran como burreros en su trasiego hacia los Estados Unidos.
En el mejor de los casos, sólo administramos el indigenismo
La delincuencia organizada, apoyada por la mayoría de los gobernadores del país, ha tomado a los desplazados y migrantes como carne de cañón para sus menesteres, ofendiendo una obligación que pasa por encima de sus narices y de sus cabezas locas. Luego, los gabachos pretextan que nos tratan en el Norte con menos rigor que como tratamos en el Suchiate.
En el mejor de los casos, los mexicanos sólo administramos el indigenismo, el horror de representar un sistema que traicionó sus bases, igual que lo ha hecho con nuestros migrantes, abandonándolos a su suerte, y con los desplazados indefensos de todo el mundo. No tenemos cara con qué reclamar a nadie, por más zafio que sea.
Y es que, pese a lo que se diga en los discursos y en las “mañaneras”, hay desprecio a quienes no sean como ellos. Nunca se han preocupado por hacer ni un solo pronunciamiento que reivindique el lugar en el mundo de indígenas y desplazados migrantes. Jamás han conocido, menos se han acercado, al concepto de la interculturalidad, a la integración de los indefensos a los beneficios de la civilización y la cultura.
Parece que todavía preguntan con qué se come eso. No existe en su agenda. Sólo recurren a ellos en épocas electorales, o cuando requieren su firma de consentimiento para atracar sus riquezas.
En su afán por querer ser extranjeros, los dizques gobernantes del país han naufragado en la obcecación monetaria, la tozudez intolerante, la discriminación ciega y perversa, la ignorancia sobre su propia tormenta perfecta, que más temprano que tarde cobra sus facturas. Para ellos, hablar dialectos es un obstáculo para cualquier petición. La ruta para el saqueo infame.
¿Acaso las leyes les otorgan el derecho de exterminarlos?
Somos la tierra de 16 de los 50 millones de indígenas existentes en Latinoamérica. Aquí, a diferencia de todos los demás países, tal parece que las leyes otorgan a los mandarines el derecho de exterminarlos, porque se oponen a sus negocios con la delincuencia. Selvas, bosques, agua, depósitos de bitúmenes petroleros y minas naturales son el escenario de la masacre de los diferentes.
O de sus dirigentes, cual es el caso de la nación yaqui.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Pese a las afirmaciones de AMLO del pasado jueves, en el sentido de que apoya al pueblo yaqui, en las últimas semanas se ha intensificado la violencia contra esta nación conocida por su larga lucha para proteger el río Yaqui y sus tierras. En estas semanas han sido asesinados Agustín El Roque Valdez, Tomás Rojo y el activista Luis Urbano. En los ocho pueblos yaqui viven alrededor de 40 mil habitantes. La mayoría, 12 mil, reside en Vícam. Todos se abastecen de un sistema de tres presas que nutre el río Yaqui. La lucha y enfrentamiento con los gobiernos estatales y federales por el agua viene de lejos. La familia de Rojo definía así la situación que atraviesa la etnia: “Nuestra Nación Yaqui está bajo asedio y es debido a intereses políticos que se pretenden coartar nuestros derechos y opacar nuestra lucha ancestral en la defensa de nuestro territorio, nuestra agua y nuestros recursos naturales”. Lo peor es que en la represión en contra de ese pueblo originario se ve la mano de la delincuencia organizada.
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