FRANCISCO RODRÍGUEZ
¿También Clinton tras el asesinato de Colosio?
Primero, el contexto de los dos asesinatos políticos que en 1994 nos conmocionaron:
La amistad de Raúl Salinas Lozano, padre de Adriana Salinas de Gorari y suegro de José Francisco Ruiz Massieu, con don Jesús Silva Herzog, el historiador de la Revolución, logró que El Diamante Negro, hijo de éste, al tomar posesión como primer director del Infonavit, invitara al joven guerrerense a hacerse cargo del área jurídica del Instituto, al lado de Miguel González Avelar.
Todo iba bien. El trabajo desempeñado por el grupo de abogados que invitó Ruiz Massieu a esa dependencia era excelente. Hasta que sucedió aquella ejecución de un chofer que involucró a Ruiz Massieu y a su amigo Mario González Ulloa, hijo de los dueños del Hospital Dalinde, y eso se convirtió en un escándalo nacional inocultable, aunque la culpa fue descargada sólo sobre este último.
Como toda la carrera burocrática y política de Ruiz Massieu siempre se debió a un solo dedo, el manto de la impunidad cobijó cualquier tropiezo. Los favores que cubrieron su exitosa trayectoria se debieron al apoyo de la familia Salinas de Gortari. Su vida dependía de ellos. Con el tiempo, su muerte también.
José Francisco se regresó a la Universidad Nacional, donde rebobinó su relación afectiva con Jorge Carpizo y con su paisano, el doctor Guillermo Soberón, a la sazón rector de la Máxima Casa de Estudios. Desde ahí, los amigos construyeron la plataforma para hacerse de la UNAM y de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, donde Soberón hizo Oficial Mayor a Ruiz Massieu.
El carpicismo sentó sus reales en Ciudad Universitaria y, después, en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, gracias a la protección de Miguel de la Madrid, primero, y de Carlos Salinas de Gortari, después. Un grupito especial de caballeros perfumados que estaba auténticamente blindado frente a cualquier sospecha de acusación.
Ruiz Massieu era un intelectual sólido, lector voraz, buena pluma, chispeante y conocedor del sistema, pues descendía de una familia de altos burócratas. Su abuelo, Wilfrido Massieu fue fundador del Instituto Politécnico Nacional. Su tío, Guillermo Massieu Helguera, fue director del Poli y fundador del Conacyt.
Ruiz Massieu, piedra en el zapato para los Salinas
Todo iba bien en la vida de Ruiz Massieu. Hasta que tomó la decisión de casarse, al inicio de su carrera burocrática, con Adriana Salinas de Gortari, hermana de Carlos, una mujer de armas tomar. Vengativa, violenta y temible. Una mujer que nunca tuvo remilgos para satisfacer cualquier capricho.
Cuando ella descubrió anormalidades en las relaciones entre su esposo y su hermano Carlos, en su casa de Churubusco y Universidad, montó en cólera, pero en el acto fue golpeada salvajemente por los dos amigos. Uno de esos sucesos que marcan para siempre la vida de las personas, aunque crean que se trate de travesuras.
Como pudo, Adriana logró zafarse de los energúmenos y llegó hasta la casa de su padre, en la calle Árbol del Fuego, una mansión en El Rosario, Coyoacán, con la cara ensangrentada y los rastros evidentes de la golpiza, propiciada por el hermano y el esposo, como reprimenda a las amenazas proferidas por la ofendida.
Ahí se encontraba Raúl, el hijo mayor. Impulsivo y bragado. Avergonzado por la escena, delante del padre juró vengarse del guerrerense, no del hermano. Dicen los abogados de la causa penal que finalmente perdió Adriana en los juzgados adyacentes a Lecumberri, que hasta profirió amenazas de muerte, a su debido tiempo, cuando llegara lo que iba a venir.
Durante esa desgracia sexenal que fue el salinato, Ruiz Massieu consiguió todo. Hasta la gubernatura de Guerrero, un estado bronco, contrastante con los modales refinados del impuesto. Pero los conocedores avizoraban que el de Acapulco era una piedra en el zapato para la dinastía que decía provenir de Agualeguas, Nuevo León.
Ruiz Massieu por fin se divorció de Adriana Salinas de Gortari. Desde ese momento se convertía en un hombre al agua.
Mientras, operó desde la secretaría general del PRI –cargo que ocupó su hija Claudia, quien también encabezó al tricolor– como el pivote que le hacía falta a Salinas, en 1993, para atemperar los nervios de los presidenciables descartados, Pedro Aspe y Manuel Camacho, que sabían de dónde procedían los mensajes.
Bill Clinton, inconforme con el “destape” de Donaldo
Así que, cuando William Clinton, inconforme por el destape de Luis Donaldo Colosio, movió cielo y tierra para que en el feudo de Carlos Hank González fuera ejecutado el sonorense, logró imponer a su favorito de Yale, el felón Ernesto Zedillo, quien, a pesar de ser el jefe formal de la campaña de Colosio, nunca se paró por Lomas Taurinas.
A Clinton le habían molestado las bravatas y amenazas que el de San Luis Río Colorado había dirigido a los capos del narcotráfico, pues obstruía su visión de, como él mismo lo declaró en una conferencia en la Universidad del Valle de México, convertir a México, de un lugar de tránsito de estupefacientes, a un lugar de consumo de la droga. Lo logró.
Seis meses después del asesinato de Colosio –hace justo 30 años–, se cumplió el ciclo de Ruiz Massieu. A punto de tomar las riendas de la Cámara de Diputados, un grupo de sicarios lo liquidó frente al hotel Casablanca, en la calle de Lafragua de la capitalina colonia Tabacalera. Los motivos jamás fueron revelados, pero las verdades tienen el secreto de concatenarse al paso del tiempo.
Manuel Muñoz Rocha, un diputado tamaulipeco de la LV Legislatura, muy amigo de Raúl Salinas de Gortari, fue señalado desde el principio como el autor intelectual de la vendetta. Desde entonces, septiembre de 1994, oficialmente no aparece ni un rastro de él, aunque el entonces cónsul de México en San Antonio, Humberto Hernández Haddad, ha sostenido haberlo visto en aquella ciudad estadounidense, protegido por las autoridades federales mexicanas que así habrían participado cual cómplices del asesinato.
Para “taparle el ojo al macho”, se han hecho investigaciones, se han formado comisiones, hasta el hermano de José Francisco, Mario Ruiz Massieu, el subprocurador fue designado investigador exclusivo del caso, y nada. Dicen que, mejor, se suicidó. Dicen.
EZP legitimado; Raúl, cárcel; Carlos, ¿huelga de hambre?
Zedillo, necesitado de un buen punto que rescatara su desastrada figurita después del error de diciembre anterior, mandó a aprehender a Raúl, en un acto desesperado, inédito, de justicia expedita. Raúl fue recluido y Carlos, en protesta esquemática emprendió una “huelga de hambre entre comidas”, en las neoleonesas colinas de Topo Chico.
Bueno, hasta tomó la decisión de autoexiliarse en Irlanda, un país con el que no había tratado de extradición. Un país donde se asentaban las filiales de PMI Pemex, las empresas offshore que Salinas creó a finales de 1993, con el auxilio de Pedro Aspe, a la sazón secretario de Hacienda y Crédito Público. Así, como suena. Un país en el que, hoy, su hijo Emiliano tiene la sede de la empresa que regresa impuestos a los extranjeros que visitan nuestro país.
Desde Dublín, Carlos Salinas de Gortari siguió manejando los entrambuliques de comercialización de carburantes, a salvo de la mirada de alguna autoridad y los pingües negocios multimillonarios de importación de gasolinas, que tanto ha despreciado el pueblo mexicano. Desde allá se ejecutaron los mejores negocios de Carlos Slim, que llegó a ser el más rico del mundo.
Las investigaciones emprendidas por los mastines judiciales del zedillismo acabaron en agua de borrajas. Sólo sirvieron, con todo y las indagaciones cadavéricas de Francisca Zetina (a) La Paca, Antonio Lozano Gracia y Pablo Chapa Bezanilla, para darle al frustrado cachanilla el pretexto para desparecer los cuerpos de policías civiles, y ubicar en su lugar a todos los militares jubilados que se encontrara en el camino. La decisión, otro producto del caprichato fue un fiasco. Pero así somos.
La justicia ha demostrado palpablemente su inviabilidad
A base de carpetazos, órdenes distractivas, caprichatos de poderosos y bastonazos de ciego, la justicia mexicana ha demostrado palpablemente su inviabilidad. Los casos paradigmáticos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu así lo demuestran.
Junto con la inseguridad, forma una poderosa mancuerna de dislates que cada día que pasa empeora la frágil estructura de los gobiernitos frente al exterior. Sirven hasta para esquivar cualquier denuncia o reclamo internacional.
Para los gobernantes mexicanos no existe otro sumsum corda que el enriquecimiento ilícito e inmediato. Mientras más, mejor. Son estándares de imbecilidad que llevan bajo la piel.
Y ya han pasado 30 años de estos asesinatos políticos.
Indicios
¿Era necesario un aparatoso despliegue militar para proteger a la señora Claudia Sheinbaum en su recorrido por Tamaulipas? ¿Para qué si el país está en paz? ¿Pues no que el gobernador Américo Villarreal Jr. está haciendo bien su chamba? ¿A poco a ella no la quieren los grupos delincuenciales, si les ha prometido que seguirá la misma (no) estrategia de “abrazos a los que tiran balazos”, como dijo doña Cayetana Álvarez de Toledo? Pues con todo y la extrema vigilancia alrededor de la aspirante presidencial morenista, a la que el pueblo adora, en Pesquería, Nuevo León, le dieron la bienvenida a la entidad con el hallazgo de al menos 10 cuerpos calcinados a bordo de una camioneta a la que la maña prendió fuego. ¿Por qué temer tanto por la seguridad de esta dama? * * * Y por hoy es todo. Agradezco, como siempre, la atención que le haya prestado a este Índice Político y solicito su venia para tomar una semana de descanso y reflexión. Nos reencontraremos el lunes de Pascua. Le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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