viernes, marzo 29, 2024

Hoteles de lujo y garnachas de camarón

Adrián García Aguirre / Tulum, Quintana Roo

* La Laguna de Bacalar tiene ocho colores.
* Escenario colapsado antes de que el Tren llegue.
* Un Caribe saturado que ya muestra agotamiento.
* Con Tulum y Cancún, este sitio forma la triple corona.
* Se negocian privilegios y los ecologistas se espantan.
* Collar de perlas al que solamente falta el hilo.
* Hoteles lujosos, quesadillas y garnachas de camarón.

A poco más de 200 kilómetros al sur siguiendo la costa peninsular, en la laguna de Bacalar –por la que navegaban canoas con armas contrabandeadas para los mayas alzados en armas contra los blancos durante la Guerra de Castas del siglo XIX- la imagen tiene ingredientes similares que nada ha cambiado.

Hace dos décadas, ahí vivía un pequeño grupo que recibió a los primeros viajeros que se apartaban de la ruta clásica, que es ahora un pueblo mágico donde se combinan una tranquila plaza y un fuerte del siglo XVI, con la mezcla desenfrenada de hoteles, restaurantes y centros de terapias naturales frente al agua.

Conocida como la Laguna de los Siete Colores por la mágica combinación de azules que logra gracias a los estromatolitos, Bacalar tiene ahora ocho: el octavo es el marrón de la materia fecal que arrojan las cañerías desbordadas del desagüe municipal que llegan hasta el agua, sin que haga falta ser ecologista para saber que la cosa no va bien.

No obstante, Tulum, Bacalar y su hermano mayor, Cancún, la estación número 11, son las joyas de la corona del Tren Maya en su tramo del Caribe, un trayecto de 347 kilómetros que sube en paralelo a la costa.

Este tramo, que también construirá y explotará el Ejército como la totalidad de la ruta, y cuyas ganancias servirán para cubrir las pensiones del sector militar, se hará casi por completo entre la carretera y la red eléctrica para aprovechar el ‘derecho de vía’ que posee el Estado sobre ambas.

Aunque, según el proyecto oficial, el tren servirá para mover mercancías, pasajeros locales y turistas, en el momento en que Andrés Manuel López Obrador encargó al Fondo Nacional de Turismo (Fonatur) su construcción, algo quedó claro.

En su imaginación el tren iría cargado de viajeros con las carteras llenas de dólares, y se recuerda que, desde ese momento, la oficina paraestatal, que en el pasado se encargó de diseñar Cancún, Huatulco o Los Cabos, atrayendo la mayor inversión del sexenio.

El trayecto, las licitaciones, las obras, la construcción de los “polos de desarrollo”, la consulta a los pueblos indígenas o los procesos judiciales abiertos pasan por las manos de Rogelio Jiménez Pons, director de Fonatur; pero a pesar del evidente acento turístico, lugares como Tulum y Bacalar hace tiempo que muestran agotamiento.

Y pocos pueden aclarar cómo se absorberán los tres millones de nuevos turistas proyectados anualmente, que se sumarán a los 14 millones que visitan cada año la región en un escenario colapsado desde antes de que el tren llegue y empiece a rodar.

Bacalar no tiene sistema de saneamiento ni un plan urbanístico y en Tulum los hoteles no tienen tratamiento de aguas y la basura va directamente al Caribe, y su única playa con vestigios arqueológicos mayas frente al mar, se queda sin electricidad continuamente y los motores de diésel suenan día y noche para mantener el aire acondicionado en habitaciones que pueden llegar a los dos mil dólares.

El basurero, construido para los próximos cinco años, colapsó solo 18 meses después, y tampoco hay buena infraestructura y las filas de coches son continuas para acceder a la zona hotelera, pero las paradas 14 y 16 ya están pintadas a todo color en el mapa.

”El Tren Maya es un collar de perlas al que solo le falta el hilo que las engarce”, dijo cursimente el jefe de obras del grupo Carso, propiedad de Carlos Slim, cuando el 2 de junio de 2020 dio arranque a las obras junto al presidente.

El collar, sin embargo, ha polarizado a la población y enfrenta varios obstáculos, y en Bacalar, por ejemplo, ejidatarios y ambientalistas rechazan el tren por motivos distintos: mientras los dueños de la tierra negocian privilegios, los ecologistas ven con espanto la llegada de miles de turistas diarios por el desgaste que supone.

“La laguna está al borde del colapso. Las letrinas se desbordan en las casas cuando llueve porque no hay ni siquiera un sistema de saneamiento y la laguna está cada vez más seca”, explica el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS).

“No se trata solamente del Tren Maya, sino de todo lo que generará alrededor: hoteles, centros comerciales, alquileres de coches, restaurantes de comida rápida… Es un golpe mortal a la forma de vida en Yucatán, donde más del 50% de la tierra está en manos de ejidatarios de propiedad colectiva”, denuncia el activista Sergio Madrid, quien dicho sea de paso ha vivido de los reclamos durante años.

En la orilla de enfrente —literal— el dueño de un hotel de 500 pesos la noche (unos 25 dólares) a una cuadra de la laguna defiende que “el tren es bueno para Bacalar y traerá empleo y turistas, pero hay quienes no quieren prosperar y nos quieren imponer su forma pequeña de ver el progreso”, dice, refiriéndose a la llegada de las grandes cadenas hoteleras.

“Los mediocres y los dizque ecologistas se oponen al progreso porque no quieren tener competencia”, añade., y el hombre se imagina un futuro mejor en el que pueda montar un negocio de motos acuáticas ahí mismo, y señala con el mentón una esquina cualquiera, una donde ahora una mujer vende quesadillas y garnachas de camarón.

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