Silvana Consuegra
CIUDAD DE MÉXICO.- En México, la extorsión no solo se volvió cotidiana: se volvió letal. No hace ruido como los fusiles, pero mata a cámara lenta, entre amenazas, miedo y abandono. Y lo peor: la impunidad es casi total. De cada mil personas extorsionadas, apenas dos se atreven a denunciar.
La presidenta Claudia Sheinbaum lo reconoció con claridad: “No hemos contenido la extorsión”. Y no, no es exageración. En los primeros cuatro meses de 2025 se reportaron 3,877 víctimas: la cifra más alta en casi una década. Y eso es apenas lo visible: la mayoría calla por miedo.
La extorsión no es solo una llamada falsa pidiendo dinero. Es un sistema criminal que mutó del narco tradicional al cobro de piso, el secuestro exprés y el terror personalizado con base en tus propios datos. En estados como Zacatecas, Chiapas, Estado de México o Guerrero, esta práctica ya desplazó a familias enteras. El crimen cobra, amenaza, vigila. Y si no pagas, hay consecuencias. A veces, mortales.
Sheinbaum anunció que enviará una iniciativa para tipificar la extorsión como delito que se persiga de oficio. Sin necesidad de que la víctima denuncie. Porque seamos claros: hoy, exigir una denuncia en este contexto es como pedirle a la gente que se arroje a los lobos.
La iniciativa busca también crear unidades especializadas con la Unidad de Inteligencia Financiera y otros órganos federales. Suena bien, pero sabemos que lo importante será cómo se implemente. Porque la ley sin dientes es papel mojado.
Este delito, que afecta a 8 de cada 10 pequeños negocios en zonas violentas, ya se convirtió en el nuevo rostro del crimen organizado. Y a diferencia del narco, no requiere búnkers ni armas de alto calibre: solo un teléfono, una base de datos filtrada y una red de protección institucional.
¿Y el Estado? Por ahora, reacciona tarde. Pero si esta ley avanza y se aplica sin simulaciones, tal vez estemos a tiempo de recuperar algo del territorio que el miedo nos ha arrebatado.
AM.MX/fm