Gloria Analco/
El mundo de las nuevas y efectivas ideas parece estar del lado de algunos multimillonarios y ya no más en los políticos.
Así, en el centro del poderoso mundo político de Washington está el magnate Donald Trump, intentando corregir los errores de un sistema que, como bien dijo Carlos Slim, otro magnate, busca regresar a su país al “exitoso pasado industrial”, interrumpido por la globalización.
Y un magnate más, el hombre más rico de China, Jack Ma, dijo que en 2005 la globalización parecía “una estrategia perfecta” para los Estados Unidos que en ese entonces “sólo quería la tecnología, el IP y la marca”, y las empresas estadounidenses preferían “dejar otros trabajos” a países como México y China, además de prestar más atención a los conflictos bélicos que a “gastar el dinero en su propio pueblo”.
Parece que estuviéramos escuchando a Trump, un cambio que también debería realizar México, en opinión de Carlos Slim.
“Es una nueva civilización”, sostuvo en su última conferencia de prensa, y propuso que México emprenda un programa moderno de sustitución de importaciones, con fuerte impulso a las pequeñas y medianas empresas.
“La mejor barda son inversiones, actividad económica y las oportunidades de empleo a toda nuestra población”, recalcó.
En otras palabras, Slim demandó un cambio de modelo para México.
Y en la misma sintonía parecen estar, definitivamente, Trump y Ma en cuanto a prestar más atención al mercado interno con inversiones productivas y no sólo de ensamblado, fortalecer éste y apoyar a los pueblos.
Aquella visión que tuvo en el año 2000 el famoso periodista del New York Times, Thomas Friedman –tres veces ganador del Premio Pulitzer-, de que el mundo se estaba aplanando, y que los centros del conocimiento en el planeta se estaban conectando en una red global, donde empezaron a pulular los outsourcing –las grandes empresas propiciaron con este proceso que porciones de su negocios fueran desempeñadas en terceros países para abaratar costos, hasta en lugares muy alejados de su sede, como China o la India-, desde la banca hasta la producción de software, hizo que las empresas estadounidenses ganaran millones y millones, dinero que el pueblo estadounidense ni siquiera vio pasar.
El fenómeno de los procesos outsourcing no contribuyó a una mejoría de los ciudadanos en ninguna parte del mundo cuando su potencial pasaba por el universo político siempre sobornado.
Esa asimetría fue motivo de gran inquietud para Friedman, quien veía en ello la imposibilidad de que los países superaran los obstáculos al crecimiento económico por la alta concentración de la riqueza, la cual además ha ido más a la especulación, además de las guerras.
El Gobierno actual de México tiene otras ideas: capitalizar en lo político la situación que le ha planteado al país el nuevo presidente de los Estados Unidos, pugnando por la unidad nacional en torno a la figura de Enrique Peña Nieto, que cuenta con un nivel de popularidad excesivamente bajo.
Muy pronto, seguramente, nuevas encuestas falsificadas reflejaran que su popularidad ha crecido entre la población por la postura de Peña Nieto frente al conflicto con Trump -que es muy dudosa porque obedece más a una estrategia de grupo que en beneficio de la nación-, con el propósito de que el PRI llegue mejor posicionado cuando oficialmente arranque el proceso electoral que culminará con el cambio en la Presidencia de la Republica.
La unidad nacional será una falacia sin cambios profundos que enderecen el rumbo del país, como los que propone Carlos Slim, ya que, como dijo el magnate, México registró las más altas tasas de crecimiento económico cuando se enfrascó de lleno en un programa de sustitución de importaciones.
Mantener el actual estado de cosas conducirá al país directo al fracaso, y por ende, a que también se esfumen las aspiraciones priistas de repetir en el Gobierno.
El mundo y México ya reclaman otra cosa. Lo que resulte de las nuevas condiciones que está imponiendo Donald Trump, siempre van a ser mejores que el actual estado de cosas.