viernes, abril 19, 2024

ESCARAMUZAS POLÍTICAS: BIDEN SE HA CONVERTIDO EN EL GLOBALISTA FINANCIERO MÁS PODEROSO DEL MUNDO

Gloria Analco

-¿Atraparon a aquel individuo del bosque?
-Sí.
-¿Y cómo lo hicieron?
-¡Quemamos el bosque!
Esta cita de la película: “El caballero de la noche”, sintetiza perfectamente lo que acaba de ocurrir en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
Con el triunfo electoral de Biden, el globalizado capitalismo financiero se ha quedado sin contrapeso político que mantenga el equilibrio de las economías en el mundo occidental.
Su ascenso a la Presidencia de los Estados Unidos puede posponer la necesidad urgente de que resurja el capitalismo industrial.
Pero no sólo fue eso, sino que el golpe mediático institucional que propinó el Estado Profundo (Deep State) en las elecciones de Estados Unidos, dejó en estado de indefensión al pueblo estadounidense que ahora ya no puede protestar porque lo acusarían de poner en práctica el terrorismo doméstico, hasta ese extremo llegaron las cosas.
Entre tanto, se ha presentado una fuerte corriente de pensadores y analistas –no comprometidos con el Deep State- que pronostican una inevitable guerra civil en los Estados Unidos.
Un boletín del FBI -difundido el 11 de enero pasado- advirtió sobre la amenaza de ‘protestas armadas” y ‘gran levantamiento’ “si se sustituye a Trump antes de que termine su mandato”, y agregó que varios grupos armados estaban planeando un levantamiento en Washington en 50 capitales de los estados.
Para Alastair Crooke, figura destacada de la inteligencia británica y la diplomacia de la Unión Europea, “el Deep State ha cerrado filas irrevocablemente contra Trump”.
“Está bastante claro que los ‘deplorables’ estadounidenses – como despectivamente han llamado los demócratas a los seguidores de Trump- votaron nuevamente por el candidato ‘equivocado’. Y de ahí la necesidad de un robo de elecciones”.
Ahora, indicó Croque, “simplemente, el antiguo equilibrio político de Estados Unidos –desde 1876- se ha derrumbado por completo, y la sociedad estadounidense está encerrada en un clásico combate a muerte, y se pregunta: “¿Cómo se resolverá? ¿Cómo terminará?
El drama de lo ocurrido se ve muy intensificado cuando observamos que las economías occidentales están estancadas porque los dineros –en una enorme cantidad- van a los mercados financieros, y no hay dinero para el crecimiento.
Michael Hudson, economista estadounidense, consultor político y comentarista, acaba de dar la voz de alerta -hace unos cuantos días- sobre lo que está sucediendo, en una conversación que sostuvo con Pepe Escobar, periodista brasileño y analista político internacional.
“Estados Unidos ha concentrado la planificación y la asignación de recursos en Wall Street. Y esa es la planificación central que es mucho más corrosiva de lo que podría ser cualquier planificación gubernamental”.
Esto ilustra perfectamente que en Estados Unidos, sólo el 20 por ciento de la riqueza producida en ese país se destinara en 2018 a los gastos del capital, la investigación y el desarrollo.
El 80 por ciento restante se destinó a los inversores, a través de recompras, dividendos u otros ajustes de planificación de activos, y no a la inversión productiva.
Al explicar Hudson “las consecuencias de pasar del capitalismo industrial al financiero”, como fue titulada su entrevista con Escobar, dejó muy en claro que siguiendo el camino de la financiarización y privatización “no hay forma de que Estados Unidos pueda reindustrializarse y recuperar sus mercados de exportación “.
El alegato principal de Donald Trump es que Estados Unidos tendría que reindustrializarse, si es que se quiere mejorar las condiciones de vida de los estadounidenses, lo cual lo convirtió en un candidato muy atrayente para los votantes.
Biden, en cambio, defiende con uñas y dientes la globalización financiera, y quien describe muy bien ese papel que lleva él mucho tiempo jugando, es Werner Rügemer, filósofo, comentarista, conferenciante y escritor alemán.
“Biden ha sido durante mucho tiempo el cabildero discreto del oasis financiero más grande del mundo
Y en este mundo del capital financiero, la gran estrella es BlackRock, Inc., la mayor corporación estadounidense de gestión de inversiones, con sede en la ciudad de Nueva York.
Puede afirmarse que BlackRock es la gestora de activos más grande del mundo, con 7,81 billones de dólares en activos bajo gestión, que opera a nivel mundial con 70 oficinas en 30 países y clientes en 100 países.
Werner Rügemer afirma que ahora BlackRock está en el gobierno de Estados Unidos con el triunfo de Joe Biden.
Su influencia en el gobierno estadunidense comenzó con Barack Obama –dice-, pero ahora ha plantado muy bien sus dos pies en la Casa Blanca, pues tan pronto Biden ganó las elecciones presidenciales, incorporó a Brian Deese como su economista en jefe, quien presidía el departamento de inversión global sostenible de BlackRock.
Lawrence Fink, principal figura de esa corporación multinacional, es el portavoz de la capital del mundo occidental para la “sostenibilidad” de las finanzas, y asegura Rügemer que la “sostenibilidad” va a convertirse en la marca registrada del nuevo gobierno.
La segunda nominación de Biden fue Wally Adeyemo, quien fungió como el principal asesor de Obama sobre sus relaciones económicas internacionales y luego se mudó a BlackRock como secretario de Fink y ha sido presidente de la Fundación Obama desde 2014. Ahora se convertirá en subsecretario de Finanzas de Biden.
La tercera nominación favoreció a Michael Pyle, quien con Obama fue el responsable de las relaciones financieras internacionales en el Departamento del Tesoro y luego se convirtió en jefe de estrategia de inversión global en BlackRock. Con el nuevo gobierno será economista en jefe de la vicepresidenta Kamala Harris.
“Así es como funciona la puerta giratoria de la democracia capitalista estadounidense: de BlackRock al gobierno, del gobierno a BlackRock y viceversa, y así sucesivamente”, dice sarcásticamente el filósofo Werner Rügemer.
Trump se puso en medio de esa trayectoria por sus afanes de revertir la tendencia de la globalización financiera e intentar regresar al capitalismo industrial.
Con ese propósito, el presidente Donald Trump impulsó la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos de 2017, acabando de llegar al poder, cuya meta era que al recortar los impuestos corporativos, las empresas incrementarías sus inversiones y el ingreso familiar promedio aumentaría en 4 mil dólares en mediano plazo.
Pero esa Ley fue redactada en el Congreso a modo de que resultó contraproducente.
Trump había dicho que los recortes de impuestos corporativos finalmente se traducirían en salarios más altos para los trabajadores y un repunte del empleo, lo cual nunca sucedió.
Los pocos críticos favorables a Trump llegaron a decir que esa ley fue redactada a propósito para que fracasara la intención de Trump, quien fue embarcado en una odisea que más más bien promovió que los dineros que ahorraron las empresas –y fueron restados al erario público- fueron a fortalecer a Wall Street.
Biden, senador del estado de Delaware, solicitó el puesto de abogado de negocios en esa entidad y lo ocupó durante 35 años.
En esa posición, el nuevo presidente de los Estados Unidos, convirtió a Delaware en “el paraíso financiero más grande del oeste liderado por Estados Unidos”, precisó Rügemer.
Casi todas las grandes empresas y bancos de EE.UU. tienen su domicilio legal y fiscal en ese pequeño estado, o de sus filiales.
“Decenas de miles de empresas y bancos de todo el mundo, entre Ucrania, Alemania, Francia, Gran Bretaña y México tienen sus sede legal ahí”, dice Rügemer.
Ese enorme peso alcanzado por Biden en el mundo financiero, -agrega el escritor, filósofo y comentarista alemán- explica las fuertes donaciones a su campaña por parte de las grandes empresas digitales como Google, Microsoft, Amazon, Apple, Facebook, Netflix, pero también JP Morgan Chase, Blackstone y el clan Walmart, “pero las empresas de Delaware también patrocinaron a su influyente senador”, remarca, no sin cierta ironía.
Recuerda el escritor alemán que como senador en Washington, Biden siempre votó con los republicanos sobre importantes desregulaciones del sector financiero, con lo que contribuyó a una constitución corporativa “extremadamente liberal” y un poder judicial asociado.
Y agrega que “por supuesto la corporación global BlackRock también tiene su sede legal en Wilmington/Delaware”.
Haciendo una radiografía de BlackRock, Rügemer asegura que recauda e invierte principalmente el capital de los superricos, puede convertirse en cliente desde alrededor de 50 millones de dólares, y es un inversor que promete mayores ganancias que las que se pueden lograr en operaciones capitalistas normales.
Genera los mayores beneficios mediante una combinación de varias prácticas –agrega-, entre las que se encuentran la ausencia de mostradores bancarios y transacciones públicas de clientes. La transferencia directa es súper rica, razón por la cual solo tiene 16 mil empleados en una financiera que maneja ocho billones de dólares estadounidenses del capital que administra y puede disponer libremente.
Hace la analogía con Deutsche Bank que tiene que alimentar a 87 mil empleados por menos de una céntima parte de su capital.
BlackRock también mantiene el sistema robotizado más grande para la recopilación y procesamiento de datos financiero y económicos.
Y para precisar su alcance de dominio y control financieros en el mundo, Rügemer señala que los valores y rendimiento de todas las acciones y otros valores se registran en todas las bolsas de valores del mundo y se utilizan con fines especulativos para compras y ventas.
BlackRock es copropietario de 18 mil empresas, incluida Wirecard en Alemania, y están incluidas todas las empresas digitales como Amazon, Google, Apple, Microsoft y Facebook, y también es copropietario de las dos agencias calificadoras más grandes como Standard & Poor’s y Moody’s.
Por tanto, afirma Rügemer, su acceso a la información privilegiada es ilimitado, y muy rápidamente accede a los datos frente a otros especuladores.
La observación más importante sobre esto que hace el escritor alemán es que al ser BlackRock prácticamente el director gerente de los superricos occidentales y de otras latitudes también, no presta atención al bienestar de las economías nacionales.
“Continúa el empobrecimiento de los estados, incluidos Estados Unidos y Alemania, a través de la evasión fiscal organizada. La UE también permanece impotente frente a ella o demuestra ser cómplice”.
Donald Trump no se enfrentó exclusivamente a este aplastante poder del mundo financiero en las pasadas elecciones.
Como expresó Cooke, diplomático y ex integrante de la inteligencia británica, “el Deep State ha cerrado filas irrevocablemente contra Trump”, y se ha robado las elecciones.
Varios teóricos, profundos conocedores de las entrañas de la inteligencia estadounidense, han ofrecido detalles sobre cómo está constituido el Estado Profundo (Deep State) en los Estados Unidos.
Philip Giraldi, columnista y consultor de seguridad estadounidense, doctor en Filosofía y anteriormente integrante de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en sus siglas en inglés), dio a conocer que el Deep State incluye a todas las partes obvias, tanto públicas como privadas, que se benefician del status quo, incluidos los actores clave en la policía y las agencias de inteligencia, el ejército, los Departamentos del Tesoro y la Justicia, así como el Poder Judicial.
Está estructurado –afirma- de manera que consigue recompensar materialmente a quienes juegan con la farsa, y el pegamento para lograrlo proviene en última instancia de Wall Street.
También comprobó que en la medida en que los intereses corporativos se fueron apropiando cada vez más de los medios de comunicación, “desapareció el disenso en el Cuarto Poder”, que ya no permite el debate sobre los asuntos fundamentales en la Unión Americana.
Ray McGovern, ex oficial de la CIA y ahora convertido en activista político, ha definido el Deep State con las siglas MICIMATT, con que abrevia que un grupo tiene el dominio en la Industria Militar, el Congreso, la Inteligencia, los medios de comunicación, la academia y los Think-Tank (tanques pensantes), que en conjunto siguen la línea dictada desde la cabeza de ese grupo.
En su opinión, los principales medios de comunicación, al igual que numerosos portales del Internet, se han convertido en la piedra angular de todo el espectro del MICIMATT, desde donde ocultan la verdad de lo que está sucediendo y crean una realidad que no existe.
Bajo este poder organizado, orquestado y coordinado desde todos los frentes, fue enfrentado Donald Trump.
Tanto Giraldi como McGovern coinciden en que el “excepcionalismo” estadounidense promueve que estos grupos de la élite consideren que Estados Unidos es cualitativamente diferente a otras naciones, y que en consecuencia quieran mantener la creencia de que Estados Unidos está llamado a liderar el mundo.
En la relación política Putin/Obama hubo una ocasión en que salió el tema a colación, cuando Barack Obama hizo referencia a que la política exterior de Estados Unidos “es lo que hace a Estados Unidos diferente. Es lo que nos hace excepcionales”.
Vladimir Putin apuntó que “era extremadamente peligroso alentar a las personas a verse a sí mismas como ‘excepcionales’, sea cual sea la motivación. Todos somos diferentes, pero cuando pedimos las bendiciones del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó iguales”.
Muy interesante fue ver cómo los medios de comunicación no lograron disuadir al pueblo estadounidense para que no votara por Trump, a pesar de ser parciales en el manejo de la información.
Oh, la ironía… los más influyentes medios de comunicación y de la política estadounidense le dieron gran vuelo a la idea de mostrar lo ‘perniciosa’ que era la figura política de Donald Trump, para hacer ver a la sociedad norteamericana –o al menos intentarlo- lo inconveniente que sería que él siguiera de algún modo en la política, pero esa propaganda tan extensiva no fue suficiente.
Medio pueblo estadounidense se volcó a su favor en las pasadas elecciones presidenciales.
A Donald Trump lo quisieron sacar del juego político incluso antes de que acabara de entrar a él.
Desde que anunció su intención de ser el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, los medios comenzaron a encargarse de él.
Quizás, su principal error fue hacer saber muy tempranamente que entre sus principales propósitos para postularse estaba poner fin a la existencia del Deep State.
Todavía en mayo último, en una entrevista con la periodista Sharyl Attkisson, a una pregunta de ella, Trump respondió:
“Qué estoy haciendo? Estoy luchando contra el Estado Profundo; Estoy luchando contra el pantano… Si sigue así, tengo la oportunidad de romper el estado profundo. Es un grupo vicioso de personas. Es muy malo para nuestro país”.
En realidad, hasta los últimos días firmes de su mandato evitó enfrentarse al Deep State, pero estaba decidido a hacerlo en su segundo mandato, cosa que ya no ocurrirá.
Pero sí avanzó en esa dirección con diversas investigaciones en curso para presentar acusaciones, y al respecto McGovern consideró que esos movimientos eran muy serios, con consecuencias difíciles de predecir para cuando los echara a andar, y que, por tanto, si los ponía en juego, el Deep State “estaría luchando con uñas y dientes”.
Y justo de esa manera saco del juego político a Donald Trump… por el momento.

 

Artículos relacionados