viernes, marzo 29, 2024

ESCARAMUZAS POLÍTICAS: ¿ABANDONARÁ EU SU GUERRA FRÍA CON CUBA?

Gloria Analco
Los más recientes acontecimientos parecen indicar que Estados Unidos está empecinado y enfrascado de lleno en incorporar a Cuba en el sistema democrático latinoamericano, para lo cual no está escatimando “absolutamente nada”.
Es de esperar, por tanto, que la petición de líderes de América Latina y el Caribe en la IX Cumbre de las Américas, de que ese país elimine el bloqueo a Cuba, es muy posible que haya caído en el vacío.
Al hablar en representación del Presidente López Obrador, El canciller Marcelo Ebrard, pidió Joe Biden, entre otras, que Estados Unidos levante el embargo a Cuba.
Basta citar unos cuantos ejemplos para percibir la ferocidad con que Estados Unidos está tratando en la actualidad a Cuba, lo cual proviene del entramado transnacional y militar estadounidenses y que encuentra su cauce en las agencias de inteligencia de ese país, enfrascadas en planes muy bien concebidos para ocasionarle importantes pérdidas económicas a Cuba y lograr liquidar a la Revolución de Fidel Castro, que ha intentado desde 1959.
Tan sólo en el periodo de abril de 2019 a marzo de 2020, las pérdidas a Cuba por el bloqueo ascendieron a la cifra de 5 mil 570.3 millones de dólares, lo cual representa un incremento de alrededor de mil 226 millones de dólares, con respecto al periodo anterior, siendo la primera vez que en un año esas pérdidas rebasan la barrera de los cinco mil millones, según un informe del Gobierno de Cuba.
Ello ilustra hasta qué punto Estados Unidos ha intensificado las acciones para propiciar el derrumbe de la Revolución Cubana, buscando que las privaciones propicien que el pueblo se rebele a su gobierno.
Aquel ambiente generado por el Gobierno de George W. Bush contra Cuba y que parecía haber aminorado durante el Gobierno de Barack Obama, de hacer efectiva la persecución a empresas nacionales y extranjeras para que no comerciaran ni hicieran negocios con Cuba, volvieron a recrudecerse con la llegada al poder de Donald Trump, pero continúan en el Gobierno de Joe Biden.
Parece ser un deseo inalcanzable de la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, el expresado por Ebrard de que ojalá en futuras cumbres no volviera a hablarse sobre el bloqueo a Cuba, porque Estados Unidos está metido de lleno en forzar la renuncia al socialismo por parte de los gobernantes cubanos, por la vía del cerco y el acoso.
En el tema relativo a Cuba, Estados Unidos está muy lejos de plantear una nueva diplomacia para enfrentar sus diferencias con la isla, a la vez que sabe muy bien que, a diferencia de otros tiempos, no puede convencer a terceros países del área latinoamericana y caribeña que apoyen su iniciativa de derrocar el gobierno de Miguel Díaz-Canel, porque es evidente que ha perdido influencia en el mundo.
Entonces, ese país está utilizando un “nuevo macartismo enfebrecido” como lo llamó el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, al describir recientemente las prácticas estadounidenses que están generando en Cuba un “escenario de guerra económica”.
Cuba ha experimentado en los últimos tres años un serio retroceso en sus relaciones bilaterales con Estados Unidos, y un progresivo recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero, según denuncia del propio Presidente Cubano, Miguel Díaz-Canel.
En ese tiempo, las autoridades de Estados Unidos han emitido numerosas regulaciones y disposiciones contra Cuba, alcanzando niveles de hostilidad sin precedentes.
Entre esas medidas sobresalen la posibilidad de que se presenten demandas al amparo del Título III de la Ley Helms-Burton, que firmó el Gobierno de Bill Clinton en 1994, que se había mantenido inactiva, y que fue enmarcada dentro del programa: “Apoyo para una transición Democrática en Cuba”, y que permite a ciudadanos cubano-estadounidenses demandar a empresas cubanas que lucren con propiedades decomisadas en Cuba al triunfo de la Revolución.
También ha incrementado la vigilancia de las transacciones financieras y comerciales de Cuba para interponer sanciones a empresas extranjeras que se relacionen con ese país, debido a leyes extraterritoriales que Estados Unidos ha echado a andar.
Como parte de un plan maestro para estrangular la economía cubana de manera sistemática, Estados Unidos intimida a empresas que envían suministros de combustible a Cuba, al mismo tiempo que presiona a terceros países para que no acepten los programas de cooperación médica cubana.
El conjunto de estas medidas y otras, provoca que las dificultades que enfrenta Cuba sean descomunales, y evidencia que Cuba es objeto de una gran injusticia por parte de una superpotencia.
Y cómo escribí en mi anterior columna, Estados Unidos ha vivido como “una gran ofensa” que Fidel Castro haya logrado desafiar a la Doctrina Monroy, algo que los estadounidenses no tienen la menor intención de perdonar, y para ser compensados se están empleando a fondo para poner fin a la Revolución Cubana y quitarse esa espina que ha herido su orgullo en lo más profundo.
Al aplicar Estados Unidos extraterritorialmente sus leyes, como la Helms-Burton, está violentando uno de los principios en los que se sustenta su política de libre mercado, por ir en contra de la libertad de comercio y de navegación, y obligar a terceros países a romper esa regla de oro en el caso de Cuba.
El canciller cubano ha dicho que al menos 56 países han sido afectados por la aplicación de las medidas de bloqueo, por haber sido sancionados, y añadió que la ONU debería emplearse más a fondo para hacer que se cumpla la resolución que obliga a Estados Unidos a quitar el embargo, ya convertido en bloqueo por el cerco que ha establecido a Cuba buscando aislarla del resto del mundo.
Un hecho incuestionable es que el triunfo de la Revolución dio la posibilidad a Fidel Castro de fundar un Estado bajo unas nuevas reglas que pusieron fin a lacras sociales como la discriminación racial o por sexo, la mendicidad, el analfabetismo, el uso de la droga, el juego y la corrupción administrativa, y garantizó a la población medicina gratuita, el desarrollo del deporte, la enseñanza pública de primer nivel, la justicia laboral y los programas de bienestar social.
El asedio de Estados Unidos a Cuba y sus nefastos efectos es ignorado por los medios occidentales, lo cual se explica porque en su diferendo con Cuba, Estados Unidos ha desplegado por décadas una permanente campaña de propaganda anticubana llena de mentiras y de información falsa, inventada o tergiversada para desprestigiar a la Revolución y a su máximo líder, y lo cual ha contado con el respaldo de la prensa internacional que le ha dado cobertura y amplios espacios a los contenidos elaborados desde Washington.
Se pensaba que una vez que desapareció la Unión Soviética, Estados Unidos, como hizo con Vietnam y China, normalizaría sus relaciones con Cuba, pero no ocurrió así.
Es la segunda ocasión, en una Cumbre de las Américas, que líderes políticos de América Latina y el Caribe, solicitan a Estados Unidos que quite el embargo a Cuba.
La primera vez ocurrió en la V Cumbre, celebrada en 2009 en Trinidad y Tobago -con la ausencia de Cuba-, y era la primera vez que participaba Barack Obama, recién estrenado entonces presidente de los Estados Unidos, y quien se encontraría con sus homólogos Hugo Chávez, Lula Da Silva, Cristina Kirchner y Rafael Correa.
La atmósfera fue cordial y ningún presidente latinoamericano vaciló, ni siquiera por un instante, en mostrarse asequible y amable con Obama.
El presidente estadounidense acababa de proponer una nueva era en las relaciones de Estados Unidos con América Latina y el Caribe.
Hasta Hugo Chávez cambió radicalmente: en el primer encuentro de ambos en la cumbre, saludó a Obama con la frase “I want to be your friend” (Quiero ser tu amigo).
Todo parecía ir sobre ruedas, luego de que Obama había dicho: “Estados Unidos ha cambiado. No ha sido fácil, pero ha cambiado”.
“Fue el inicio de un nuevo tipo de relación. Quedó en el ambiente una sensación de optimismo y de mucha esperanza”, dijo Michelle Bachelet, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Obama fue todavía más lejos y condenó cualquier intento de golpe de Estado o magnicidio en el Continente, dando a entender que él no los apoyaría.
“Estoy absolutamente en contra y condeno cualquier intento de deponer a un gobierno democráticamente elegido”, dijo Obama antes de partir de regreso a Washington.
Parecían señales claras de deshielo, de una nueva era de cooperación con Estados Unidos, y los días más aciagos de la relación habían –al menos con Obama- quedado en el olvido.
Ni por asomo -después de aquella afabilidad y atmósfera entre mandatarios, cargada de promesas, en la que los líderes de América Latina y el Caribe le habían pedido a Obama que su país quitara el bloqueo a Cuba, y éste había anunciado un diálogo con Raúl Castro-, cabía la menor sospecha de que 10 semanas más tarde tendría lugar un golpe de Estado en Honduras, orquestado por Estados Unidos.
Era insólito pensar tal cosa después de que Obama les había dicho en persona que su gobierno no interferiría en los procesos internos de cada país, para poner o deponer gobiernos.
¿Otro tanto cabe esperar del pedido a Washington en la IX Cumbre de las Américas, de que quite el bloqueo a Cuba, 13 años después?

 

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