Gloria Analco
– TRUMP, LA ADVERTENCIA DE MEDVÉDEV Y EL EGO COMO AMENAZA NUCLEAR
Esa es la pregunta inevitable tras su más reciente anuncio en su red social, donde aseguró haber ordenado el despliegue de dos submarinos nucleares hacia donde corresponda, como respuesta a un intercambio verbal con Dmitry Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso.
Medvédev se dirigió públicamente al presidente estadounidense con una frase que marcó el tono: lo instó a “cuidar sus palabras y no entrar en terreno peligroso”. Como advertencia, le recordó la existencia del sistema nuclear ruso “Mano Muerta”, un mecanismo diseñado para asegurar una represalia automática si la cúpula del Kremlin fuera aniquilada.
Ahora bien, ¿fue una burla o una advertencia? En el fondo, el mensaje de Medvédev es una advertencia estratégica real: Rusia está diciendo que no puede ser desarmada ni sorprendida sin consecuencias.
Pero en la forma, el tono elegido -con su aire de condescendencia y desafío- puede interpretarse también como una burla velada, sobre todo para alguien como Trump, cuyo talón de Aquiles es la humillación pública.
Y ahí está el problema: para un líder sereno, habría sido una señal a considerar fríamente; para Trump, fue una provocación personal.
Lo que esto revela es aún más inquietante: Trump reacciona no desde la mesura que requiere el cargo, sino desde la herida del orgullo.
Para él, el desafío verbal de Medvédev fue una ofensa intolerable. Y su respuesta -el anuncio de una medida militar extrema- parece estar motivada, no por un análisis estratégico, sino por el ego.
No es un hecho aislado. Es una constante. Trump ha demostrado una y otra vez que gobierna desde el impulso, desde el agravio, desde la necesidad de imponer su voluntad cuando se siente minimizado. Pero ahora, en su segundo mandato, esos impulsos no son meras bravatas: tienen consecuencias inmediatas y globales y que pueden desatar una conflagración nuclear.
El presidente de Estados Unidos no puede comportarse como un hombre que responde con bombas a una burla.
No puede utilizar el poder nuclear como un escudo para su autoestima. Y, sin embargo, eso es exactamente lo que parece haber ocurrido. La política exterior de la primera potencia mundial no puede estar subordinada al amor propio de un solo hombre.
¿Estamos ante una escalada peligrosa entre dos naciones armadas hasta los dientes? ¿O ante una muestra más de cómo el narcisismo presidencial puede poner en jaque la paz mundial?
Una cosa es segura: el ego de Trump se ha convertido en una amenaza real. Y su permanencia en la Casa Blanca, en este contexto, plantea un dilema mucho más profundo que el político: el de nuestra supervivencia común.