lunes, julio 21, 2025

ESCARAMUZAS POLÍTICAS

Gloria Analco
Si Rusia cae, todos caen
Una pregunta recorrió las mesas de análisis geopolítico y se repitió en los noticiarios con aire de cierta ingenuidad: ¿Estados Unidos se implicaría más en el conflicto si Donald Trump decide formalizar la ayuda armamentística a Ucrania?
La respuesta -antes del anuncio formal de Donald Trump- aunque obvia, reveló la raíz del problema: sí, y no solo “se implicará”, será parte activa de la guerra.
Trump, con su decisión, le insufla un nuevo aire y prolonga un conflicto que será letal para Ucrania, fue la opinión mayoritaria, una vez conocida su decisión de aportar armas -y no se sabe exactamente cuáles- a los ucranianos. Y otra pregunta asaltó a los analistas: ¿No que Occidente quería la paz?
Vladimir Putin, por su parte, tuvo que salir a la palestra tras el incremento alarmante de la agresividad occidental, y no habló por rutina ni protocolo, salió porque no tenía más remedio.
Los occidentales se le están yendo a la yugular. A un lado, el Congreso de Estados Unidos, con senadores como Lindsey Graham, impulsando leyes para declarar a Rusia Estado patrocinador del terrorismo, abrir la puerta a sanciones totales, congelar activos y legitimar una escalada directa. Al otro, los grandes socios europeos —Reino Unido, Francia y Alemania— inventan discursos incendiarios para sostener una narrativa de “amenaza rusa” que justifique tropas, misiles y cheques de guerra, y continuar con el conflicto.
Y Putin, en su mensaje, asumió la amenaza latente que se cierne sobre Rusia, y la idea de que la seguridad global depende de la estabilidad rusa.
¿Por qué? Porque Vladimir Putin lanzó una advertencia —este domingo pasado— que no dejó lugar a dudas: “Rusia o será independiente y soberana, o simplemente no existirá”.
Con esto ha dejado claro que si Rusia es hoy el muro que detiene la pretensión occidental de dominio absoluto, ese muro no caerá sin una lucha total.
Si Rusia cae, no se trata solo de la desaparición de un país: caería un mundo entero, o quizás quede algo.
Eso es lo que se desprende de las palabras de Putin, quién está harto de tantos ataques tan arteros que en conjuntos varios países le infligen. Y por esa razón, el mundo entero ha entrado en un terreno de incertidumbre extrema y peligro inminente.
Su enorme geografía beneficia a sus habitantes, pero también convierte a ese país en el más perseguido de la historia.
En esta partida de ajedrez —con el futuro del planeta en juego— Occidente debe entender que ya no juega contra un rival débil o fragmentado, sino contra el país mejor armado del planeta, que, como ha anunciado Putin, está dispuesto a ir hasta el final.
Detrás de la ofensiva brutal que impulsa el Congreso de Estados Unidos -encarnada en la ley Graham con aranceles del 500 % y sanciones que buscan asfixiar a Moscú y a quienes comercien con ella- no hay una causa moral, ni la defensa de Europa, ni la supuesta protección de la democracia. Hay un solo objetivo: doblegar a Rusia para repartírsela como botín. Quieren su territorio, sus recursos y su posición estratégica. Nada más.
Y eso explica por qué Vladimir Putin salió, con una claridad sin igual, a ponerle fin a esta fantasía imperial: Rusia no se dejará conquistar jamás. Y si alguien cree que puede forzarla a rendirse, debe entender que, antes de caer, arrastrará consigo a todo el que intente ponerle cadenas.
La ley Graham -con sus aranceles asfixiantes y sanciones expansivas- es solo una pieza del cerco.
El resto del coro lo ponen Macron en Francia, Merz en Alemania, Starmer en Reino Unido (y su élite laborista que no se despega del guion atlántico)… todos alimentando la fantasía de que Rusia se doblegará si se la acorrala con más armas, más tropas de la OTAN, más histeria propagandística.
En realidad, lo que logran -y Putin lo expuso- es desgastar a Europa, hundirla en dependencia absoluta de EE. UU., vaciarla de identidad y usarla de peón.
Mientras tanto, Rusia se rearma, se blinda y advierte: “Ni sueñen con conquistar este territorio. Antes desaparecemos con ustedes que entregar nuestra soberanía.”
Este clima de arrogancia occidental, la humillación autoimpuesta de Europa, el nuevo vasallaje hacia Estados Unidos, y Putin, solo, diciendo “No pasarán”, resumen el momento que vivimos.
La OTAN, justo ahora, empuja a aumentar el gasto militar y desplegar tropas cada vez más cerca de las fronteras rusas.
Los lobbies industriales y energéticos, forzaron a Europa a destruir su propio suministro barato -Nord Stream, gas ruso- para comprar gas carísimo a Estados Unidos.
El relato mediático insiste cada día en que “Rusia va a invadir Europa” para justificar la carrera armamentista, la rusofobia y la censura interna, y para acercarse a su objetivo real: conquistar territorio ruso.
El Congreso estadounidense, además de Graham, impulsa leyes para declarar a Rusia “Estado patrocinador del terrorismo” —una etiqueta que abre la puerta a sanciones extremas y hasta agresión militar… ¡al país más nuclearizado del planeta!
Las élites financieras sueñan con repartirse los recursos rusos, como hicieron con Irak y Libia.
Todo este bloque de presión —económica, militar, mediática, política— forma el cerco histórico que Putin denuncia y dinamita con su declaración: “Ni sueñen que Rusia se entregará. Ni sueñen que este territorio se pondrá de rodillas. Si caemos, ustedes caen.”
Y mientras Occidente amenaza con la ruleta nuclear, Rusia no solo exhibe misiles, sino que edifica puentes políticos desde Vladivostok hasta Lisboa —si alguien se atreve a tomarlos.
China está claramente en el centro de ese nuevo diseño, que propone una arquitectura de seguridad compartida, diálogo inclusivo y desarrollo equitativo en Eurasia.
Mientras el mundo euroatlántico se desliza por la pendiente de la paranoia, creyéndose impune, Rusia —que podría responder con un botón nuclear— elige mostrar una ruta distinta: la de tejer un nuevo paraguas de seguridad para toda Eurasia, invitando incluso a quienes todavía quieran salvarse de la ruina.
Putin, ante la necedad y la ceguera de Occidente, permanece de pie, lúcido, y propone salvar al mundo de sus propios pirómanos.

 

 

 

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