Gloria Analco
ESTAMBUL SIN PUTIN
La estrategia rusa en las negociaciones con Ucrania
Después de meses de una guerra sin tregua, y con la presión de Occidente a Rusia aumentando por todos los flancos -incluido el económico con amenaza de nuevas sanciones por parte de líderes europeos-, Vladimir Putin decidió mover ficha frente a la expectación internacional.
El viernes pasado, ofreció iniciar conversaciones serias para alcanzar la paz en Ucrania, y todo parecía apuntar a una apertura sensata. Pero entonces… apareció Zelenski.
El presidente ucraniano, lejos de actuar como un estadista prudente, decidió apostar por el teatro, que es más lo suyo.
Anunció que sólo asistiría a las negociaciones si Putin iba personalmente, y que no hablaría con representantes, ni enviados, ni técnicos. Sólo con “el mero mero”, como si buscar la paz fuera una competencia de egos.
Un absurdo diplomático, pues cualquier proceso de paz serio comienza con equipos técnicos, con borradores, condiciones, líneas rojas, y sólo con fases avanzadas se contempla la presencia de los jefes de Estado para firmar lo pactado, en todo caso.
Zelenski, claramente aconsejado por sus mentores europeos -Alemania, Francia y el Reino Unido-, creyó que con esa jugada elevaría su perfil, pero lo único que logró fue poner en evidencia su falta de experiencia en los códigos reales de la diplomacia internacional, y exhibir que la paz para él es algo muy secundario.
Como si no bastara con esa sobreactuación, Donald Trump también quiso colarse al espectáculo, y declaró que si Putin iba en persona a Estambul, él también iría.
Y entonces, todos contuvimos el aliento. ¿Qué haría Putin? ¿Respondería al débil desafío de Zelenski? ¿Aceptaría la trampa mediática y se prestaría al show?
La respuesta fue silenciosamente demoledora: Putin, fiel a su estilo, no se dejó provocar ni aceptó el chantaje ni cayó en la trampa de lo espectacular, incluso a Trump lo dejó en vilo, que él si gusta de tener los reflectores encima.
Mientras, los medios internacionales preguntaban insistentemente a Moscú quién encabezaría la delegación rusa en Estambul, y el portavoz del Kremlin repetía una y otra vez:
“El propio presidente Putin dará los nombres de la delegación, pero no lo ha informado todavía. Habrá que esperar qué decisión toma”.
Finalmente, Putin decidió no ir.
Una decisión fría, calculada, con la que volvió a dejar claro que los intereses de Rusia están muy por encima, incluso, de él mismo, mostró que es alguien que no actúa al calor del capricho o la propaganda, porque sin duda los medios hubieran estado como locos, ansiosos de cubrir ese evento, ya que sería la primera vez que Putin se vería las caras con Trump, desde el primer mandato de éste último, en condiciones bastante particulares, algo que la prensa no perdonaría para cubrir con un despliegue espectacular.
Prefirió reservar su presencia al lado del presidente estadounidense para un momento verdaderamente decisivo, y como buen ajedrecista, no entregar la reina en medio del juego.
En su lugar, nombró una delegación que combina diplomacia y poder militar para no perder autoridad en la mesa:
-Vladimir Medinski, asistente personal de Putin y veterano negociador, ya líder de la delegación en 2022, frente a la propia Ucrania, encabeza la representación.
– Mijaíl Galuzin, vicepresidente de Asuntos Exteriores, aporta la formalidad diplomátiva.
– Ígor Kostiukov, jefe de la Dirección General del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, y
– aleksandr Fomín, vicepresidente de Defensa, representan la contundencia militar.
Con esta composición, Rusia muestra que está seria y firme, sin necesidad de hacer teatro ni caer en provocaciones.
El mensaje es claro: el Kremlin controla el tablero como una extensión de su dominio en el campo de batalla, donde avanza hacia sus objetivos en Ucrania sin demasiadas trabas.
Esta escena en Estambul no surge de la nada. Es el capítulo más reciente de un conflicto que ya lleva más de dos años y medio, aunque sus antecedentes vienen de mucho tiempo atrás.
Desde la anexión de Crimea en 2014, pasando por la guerra híbrida y la escalada militar de 2022, la crisis ha puesto a prueba las alianzas tradicionales, ha reconfigurado los equilibrios de poder, y ha expuesto las debilidades de la diplomacia occidental.
La decisión de Vladimir Putin, de no acudir personalmente a Estambul -que trataba de una exigencia de Zelenski que no venía a cuento- es coherente con la estrategia rusa que prefiere avanzar a paso firme y sin distracciones, maniobrando con paciencia y fuerza, sin caer en el juego mediático ni en la teatralidad de la política global.
Rusia, que durante décadas ha aprendido a jugar al ajedrez con sus rivales, sabe que la diplomacia es también una cuestión de tiempos, de señales y de control de la narrativa.
Por otro lado, el papel de los europeos ha sido lamentable y evidencia cómo muchas de sus decisiones están influidas, o incluso dictadas, por las élites globalistas que manejan las agendas internacionales desde las sombras.
Esta influencia ha llevado a una actitud más beligerante y menos pragmáticas, alimentando tensiones en lugar de buscar soluciones reales, y presionando a Zelenski para que actúe más como un peón en un tablero geopolítico que como un líder con verdadera autonomía para negociar la paz, porque esto sería muy inconveniente para ellos, por supuesto.
Las negociaciones en Estambul serán un escenario clave para medir la voluntad real de cada parte para avanzar hacia un alto el fuego sostenible, o sencillamente para seguir prolongando una guerra que, como siempre, paga el precio la población civil.
En este tablero, la paciencia y la estrategia pueden pesar más que los gestos grandilocuentes. Y mientras tanto, millones esperan que, más allá de las tácticas, la paz deje de ser una aspiración lejana y se convierta en una realidad palpable.
Pero dejando los deseos a un lado, mi opinión personal es que la guerra va a seguir porque así conviene a los intereses de las élites globalistas, y están manejando los hilos de su títere Zelenski que estará en posición de negar la paz.