jueves, marzo 28, 2024

Enrique Omar Sívori, el argentino que quiso ser italiano

Luis Alberto García / Moscú

*Fue el precursor de Maradona y Messi, figuras rioplatenses.

*Juventus pagó a River Plate una millonada por su traspaso en 1957.

*Se integró a Italia, jugó en Chile 62 y nunca volvió a su país.

*Delantero descubierto por Renato Cesarini, cazador de talentos.

*Con méritos y por sus goles, ganó el “Balón de Oro” de 1961.

 

 

Ya para entonces se había naturalizado italiano, y ese hecho le valió formar parte de la Nazionale que fue a disputar a Chile, sin éxito por cierto, la Copa Jules Rimet de 1962, colocada en el Grupo II compuesto por Alemania, Suiza y los de casa, que finalmente conseguirían un digno y merecido tercer sitio, dejando el campeonato y el subcampeonato a Brasil y Checoslovaquia.

Sin embargo, Enrique Omar Sívori, la pibe que arrancó el alarido de la fanaticada argentina en la cancha del Monumental del River Plate desde su debut, salió entre lágrimas del estadio Nacional de regreso a Roma, la tarde del 7 de junio de 1962, con todo y haber vencido (3-0) a Suiza; pero empatando antes (0-0) con Alemania y cargando una derrota (2-0) frente a Chile.

Sívori llegó a la VII Copa Jules Rimet con expectativas y fama: la primera vez que el Real Madrid perdió (0-1) un partido de la Copa de Europa en el estadio Santiago Bernabéu fue el 28 de febrero de 1962 ante la Juventus.

Ese solitario gol lo había marcado Enrique Omar, reciente ganador del “Balón de Oro” que entrega el diario parisino “L`Equipe” a la maravilla futbolística del futbol del Viejo Continente, al mejor jugador de cada año.

Los viejos aficionados no dudan en decir que, antes que Diego Maradona y Leonel Messi, fue Sívori el primer figurón de exportación nacido en Argentina quien, con su estatura corta y el pelo largo, zurdo entre los zurdos, jugaba habilidosa e ingeniosamente.

Hijo de migrantes napolitanos –parientes directos del Papa Francisco, cuyo nombre real es Jorge Mario Bergoglio Sívori-, Enrique Omar nació en San Nicolás de los Arroyos en 1935, y a los quince años ya estaba en el River Plate, con aterrizaje en el primer equipo antes de los veinte, y ganando de pronto los campeonatos de 1955, 1956 y 1957.

Ese último  año, Argentina ganó la Copa América de selecciones, con una delantera que aún se recita con devoción entre los viejos hinchas que todavía frecuentan los cafés Tortoni y El Molino del centro de Buenos Aires: Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz, mejor conocidos como los “cara sucias”.

Renato Cesarini, gran descubridor y cazador de talentos –talento él mismo cuando jugó en Italia y Argentina en las décadas de 1930 y 1940- se lo llevó a la Juventus, que pagó diez millones de pesos, una marca increíble en esa época, años antes de que el viejo maestro migrara a México para entrenar y dar identidad a los Pumas de la Universidad Nacional, de donde surgieron cuatro mundialistas de 1966 y 1970: Enrique Borja, Luis Regueiro, Aarón Padilla y José Luis González.

La llegada de Sívori a la península itálica fue un acontecimiento, cuando el estadio Comunale de Turín se abrió a diez mil espectadores que, delirantes, asistieron a una exhibición única: dio hasta cuatro vueltas al campo “haciendo el jueguito”, como se dice en Argentina; es decir, manteniendo el balón en el aire sin dejarlo caer.

Los campos de toda Italia se llenaban para verlo por su habilidad en corto, su visión en largo, su penetración en el área, cosas nunca vistas entonces, molde de lo que luego serían el protagónico y engreído Maradona, y el sencillo y discreto Messi.

Siempre con las medias caídas como Michel Platini por consejo de Ángel Labruna -“así te pegarán menos, no se atreverán”- eso lo hacía especial, con pases y recepciones que enloquecían a las tribunas, y cuentan que, en un solo entrenamiento, le hizo cuarenta dribles a su compañero, el galés John Charles.

Esa Juventus dominó en Italia en torno a un trío mágico, el tridente de ataque Boniperti-John Charles-Sívori; pero aquello habría de acabarse en enero de 1961, cuando el primero era el jugador de más prestigio del club, y casi de la nación, quien hizo toda la carrera en el club blanco y negro turinés.

Sobrevino el choque de Boniperti con Cesarini, que le pedía más esfuerzo en la cancha; pero el divo exigió la renuncia del profesor y lo consiguió; pero Sívori era mucho Sívori, devoto de don Renato, el gran sabio del futbol que lo descubrió en el River y luego lo llevó a Italia.

Siempre lo había aconsejado para su bien, debido a que Enrique Omar era revoltoso, metido continuamente en líos y solamente Cesarini lo hacía reflexionar: cuando llegó a Italia se entregó a la dolce vita, al punto de que, de seguir así, su carrera se encaminaba al fracaso.

Sin embargo, Renato Cesarini le hizo pensar: “Escuchá, vos sos pequeño y cabezón, valés para futbolista, no para galán. Si hubieran querido un galán habrían traído a uno que se pareciera a Carlos Gardel, no a vos”, lo corrigió con el mejor de los acentos porteños.

Así que, cuando despidieron a Cesarini, Sívori se revolvió y tomó una decisión drástica: no entrenar con el equipo, sino en solitario, y no combinar con Boniperti en los partidos, en un lapso crítico, hasta que se rindió el italiano.

Quedaban atrás quince años de servicios al club y 444 partidos, la trayectoria gloriosa de Boniperti; sin embargo, la estrellita se tuvo que ir porque no pudo con Sívori, pero en 1971 regresaría como presidente deportivo, puesto en el que se mantuvo hasta 1990, tal era su prestigio.

En 1961 Sívori lo venció, y aquel mismo año ganó el “Balón de Oro”, sucediendo en el trono al jugadorazo del Inter, el español Luis Suárez, además de nacionalizarse italiano y debutar con la Squadra  Azzurra, donde hizo igualmente furor.

Una vez preguntaron a Helenio Herrera, entrenador del Inter, feroz enemigo de la Juventus, qué selección italiana alinearía, y dijo sin dudar: “Sívori y diez del Inter”, y eso que poco antes había ocurrido un suceso desagradable en el Juve-Inter de Liga.

Hubo exceso de público en el Comunale, que ocupó los márgenes del campo, el árbitro no vio seguridad para jugarse el partido y lo suspendió, dando por perdedor a la Juventus por mal control de los accesos; pero los turineses apelaron la decisión y consiguieron que el partido se repitiera.

Enfadado, Helenio Herrera mandó a los juveniles; sin embargo, Sívori se ensañó y marcó seis goles en una tunda (9-1) muy polémica, y en aquel mismo 1961 ganó el trofeo de goleador del diario parisino, sucediendo al interista Suárez, que fue el segundo.

Se lo entregaron en Turín, en los prolegómenos del partido de ida de la tremenda eliminatoria con el Real Madrid en la Copa de Europa 61-62, cuatro meses antes de inaugurarse la Copa del Mundo de Chile.

Ahí ganó el Real Madrid (0-1), con gol de Alfredo Di Stéfano,  y en el Bernabéu (0-1), con gol de Sívori, y el desempate en París (3-1) para el Madrid, con el único gol de la Juve marcado por Enrique Omar, que durante toda la eliminatoria fue foco de noticias y polémicas.

En Madrid empezó el pleito antes del partido, cuando practicó un rito propio: cuando visitaba un campo por primera vez, se iba antes del comienzo a la portería rival y marcaba un gol imaginario; pero en el estadio madrileño no se sabía de su hábito, pareció una provocación y se armó la de Dios es padre.

Con 30 años, pasó al Nápoles y ya se le notaban las lesiones, pero también con los azules dejó un recuerdo imborrable, se fue tras una pelea descomunal en un Nápoles vs. Juve, en la que se distinguió agrediendo a Heriberto Herrera, el entrenador juventino, el mismo que le había empujado a salir del club turinés.

Sin volver a Argentina, en la tierra de l’amore, el Nápoli de sus antepasados, lo llamaron con cariño el “angelito de la cara sucia”, el encargado de que, años después, se abriera un ancho camino en Europa para Maradona y Messi, quienes, con humildad y gratitud, debían reconocerlo.

 

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