jueves, marzo 28, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Mi inseparable compañera

Por Mónica Herranz*

Al principio los encuentros fueron forzados, él no quería estar con ella, le daba miedo, le asustaba su compañía, no sabía bien a bien cuánto, de eso se fue dando cuenta con el tiempo, ya cuando todo había sucedido y pudo voltear serenamente hacia el pasado.

Se conocían, se habían encontrado ya numerosas veces y él casi siempre encontraba la forma de esquivarla. Por un tiempo fue más o menos llevadero, porque al final, él intuía su presencia o la veía venir y se preparaba para el encuentro, del que la mayoría de las veces salía airoso, aunque no siempre.

A veces, cuando no había suerte, y ella ganaba, él quedaba un poco magullado, con algunas lágrimas y algún arañazo en el corazón, heridas leves.

Fue entonces que ella se presentó un día, le había avisado que lo haría; sin embargo, él la había estado ignorando, dándole la vuelta, pero ella se había cansado de ese juego y se hizo entonces más presente que nunca. Llegó para que él no pudiera negar más su existencia, su presencia y para quedarse con él para siempre y esa idea a él, le perturbaba más que nada en este mundo. ¿qué iban a hacer juntos por siempre? Él no la quería y se lo había dicho hasta el cansancio, pero ella no entendía.

Él había atravesado por otras experiencias, pero nunca había sentido un dolor tan fuerte como el de aquel día cuando ella irrumpió en su casa, así engalanada, ancha por la puerta, dispuesta a adueñarse de él. En ese instante, casi fugaz, él pudo sentir como se le rompía el corazón, sí, roto en mil pedazos. ¿Han escuchado hablar de esa expresión, cierto? Y es que sabía que esta vez no podría negarla o evadirla y un escalofrío lo recorrió por todo el cuerpo, se cimbró por dentro, se estremeció, lloró con un sentimiento y un dolor casi indescriptibles, colapsó y entonces, en esas condiciones y ya sin nada que perder, por que todo estaba ya perdido, le dio la bienvenida: “Pasa” fue todo lo que pudo decir. Para cuando él lo dijo, ella ya había entrado, impregnado toda la estancia con su aroma; la estancia, su casa entera, su cuerpo, su corazón y su alma.

Desde ese día ella estaba siempre a su lado, trataba de cuidarlo de otra persona, ¡sí!, de una que también le había hecho mucho daño, pero él no se daba cuenta, creía que la que se había ido era mejor y que ella sólo quería herirlo aún más.

Se bañaban juntos, desayunaban juntos, iban juntos al trabajo, comían y tomaban café por las tardes. En la noche cenaban, veían tele un rato y se iban a dormir. Ella trataba de arroparlo, abrazarlo, quería que supiera que las cosas iban a mejorar, que iban a estar bien juntos, pero él se rehusaba a entender.

Al principio él la miraba de lejos y con recelo, pero con la convivencia constante, no le quedó más remedio que irse acercando a ella para empezar a mirarla de frente, para irla conociendo e irla tomando en cuenta. A veces ya no era tan desagradable y dejaba que lo acompañara de más o menos buena gana a todas partes hasta que por fin un día empezó a hablar con ella.

Pasaron mucho tiempo juntos, mantuvieron largas charlas, algunas de ellas de dolorosas a dolorosísimas, en las que él terminaba poniéndose de malas porque ella le hacía mirar hacia el pasado, lo hacía pensar, analizar, reflexionar, y él no quería hacer todo eso, muchas veces él hubiera preferido que ella sólo que se fuera y lo dejara en paz.

A la larga se fueron adaptando, no fue un proceso fácil, pero lo hicieron. Poco a poco, él fue entendiendo lo que ella le había querido decir desde el principio; sí, ella lo había hecho sufrir y lo había confrontado consigo mismo incesablemente, pero era necesario y resultó, porque conforme él fue entendiendo, el dolor fue disminuyendo y ella empezó a darle treguas, dulces descansos tras tanto pasarlo mal.

Hoy en día tienen una buena relación, ella va y viene, a veces avisando y otras sin avisar, a veces él la invita al cine o al teatro o incluso a dormir y ella a veces acepta y otras se va. Finalmente, aunque él siempre sabrá de su existencia, entendió que eso no era sinónimo de que fuera a malamente acompañarlo de por vida, así es, aunque no lo parezca, él terminó por entender que ella tiene un lado amable, positivo, hasta favorable.

Para él fue en extremo difícil asimilar todo esto, le implicó luchar cual romano en coliseo, con cada uno de sus demonios, con sus partes más obscuras, una y otra vez, maltrecho y herido tras cada batalla pero dispuesto a reponerse para estar listo para la siguiente, así fue como lo logró. Él es un guerrero y sus cicatrices sólo le recuerdan que ha sido más fuerte que aquello que lo ha querido vencer.

¿Se preguntan quién es él? ¿Cuál es su nombre? No es relevante en realidad, él puede ser él o puede ser ella, puede ser hombre o mujer, puede ser cualquiera de nosotros, sin embargo, ella, ella sí lo tiene, su nombre:

 

S O L E D A D

 

 

* Mónica Herranz

Piscología clínica / Psicoanálisis

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