martes, abril 16, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Cirugía de un querer

*Mónica Herranz

 

Existen dos tipos de cirugías a corazón abierto, la física, que es la que lleva a cabo un cardiólogo, en un quirófano, con anestesia, enfermeras, asistentes, maquinaria de soporte para utilizar en caso de paro cardíaco, instrumentación, etc; y la emocional, que es la que  llevamos a cabo nosotros mismos, en el ámbito de lo privado, desde la intimidad, con la soledad por compañía, los recuerdos, la nostalgia, y la firme decisión de extirpar del corazón aquello que le está provocando una dolencia. Las similitudes son que en ambos casos, es necesario abrir el pecho y dejar el corazón al descubierto, en el primer caso en lo real y en el segundo en lo simbólico. ¿La diferencia fundamental entre ambas? En la cirugía física con el cardiólogo estaremos dormidos, inconscientes bajos los efectos de la anestesia. En la cirugía emocional es fundamental e indispensable estar consciente durante todo el procedimiento.

 

Lo primero que hay que hacer para una cirugía emocional es tener pleno conocimiento de cuál es la dolencia que provoca malestar en el corazón, por ejemplo, hay expectativas a las que les da por albergarse en la válvula tricúspide cuando no deberían estar ahí, pudiendo provocar una arritmia cardiaca. Puede haber ilusiones que se alojen en el ventrículo derecho y que deriven en un soplo, hay planes que se acomodan bien en el ventrículo izquierdo y que al no llegar a buen término pueden producir coágulos, y hay afectos que se alojan justo en el centro del corazón pudiendo provocar un agrandamiento de éste, y que de no extirparlos, pueden incluso causar la muerte. Han de saber que eventualmente me gusta citar a algún que otro cantante, entre ellos a Sabina, quien tiene una frase que dice “lo malo de morir de amor, es que no te mueres”, así que no nos pongamos trágicos, lo de que puede causar incluso la muerte fue un decir, recordemos que estamos hablando desde lo simbólico y que las cirugías sirven justo para corregir, para reparar, para sanar.

 

Se de un caso, el de la prima de una amiga, a quien le detectaron affectio in cor meum, es decir, un caso agudo de cariño en el corazón, ya saben cómo son algunos doctores, que dan el nombre del padecimiento y uno no sabe si sentirte aliviado o afligido. El médico le explicó: este padecimiento implica que hay una querencia, cariño o amor, que se ha alojado en el centro de su corazón, se ha enquistado y está ahí, provocándole desazón, incertidumbre y algo de dolor. El tratamiento a seguir para su padecimiento  es extirpar por medio de cirugía ese querer.

 

La prima de mi amiga ya no sentía ni alivio ni aflicción, ahora sentía contrariedad, porque lo último que le dijo el médico es que el diagnóstico y el establecimiento del tratamiento los había hecho él, pero que de la cirugía debía encargarse ella.

 

Le tomó un tiempo aceptar el diagnóstico, consultó a varios especialistas más, otros dos cardiólogos, un psiquiatra, un par de psicólogos, incluso consultó el tarot y fue a que le leyeran el café y todos coincidieron en lo mismo: de la cirugía ella se debía de encargar. Como parte de la resistencia, probó primero con la abstinencia, pensó que quizá así podría evitar esa cirugía. Empezó por distanciarse de su querer, le hablaba menos, le escribía menos, lo veía menos, pero la dolencia ahí seguía. Entonces probó con la sobredosis, pero tuvo efectos secundarios, porque las ilusiones y las expectativas empezaron a expandirse y comenzaron a atacar a otros órganos vitales, así que, frente al éxito no obtenido, cesó en su intento de evitar la cirugía.

 

Tomó entonces unas semanas de descanso, sin abstinencia y sin sobredosis llegó a su justo medio, y como paciente en preoperatorio, se recostó, se frotó el brazo, ató una liga a su alrededor y se colocó una intravenosa de realidad, fue el primer paso y vaya que le dolió, sintió como la aguja de esa intravenosa penetró cada capa de su piel y cómo el líquido que contenía se incorporaba lentamente a su torrente sanguíneo. Una vez hecho esto, pegó unos electrodos a su pecho, ya que realizaría la cirugía estando totalmente consciente y debía monitorear su ritmo cardíaco. No había marcha atrás, la cirugía estaba comenzando.

 

Tomo un bisturí y abrió su pecho, las primeras capas de piel abiertas revelaron el recuerdo de cuando conoció a ese querer, sí, ese por el que ahora tenía  affectio in cor meum, había sido algo fortuito, y ese recuerdo aun y a pasar de todo la hizo sonreír. Siguió adelante, abriendo capas, hasta llegar a la caja torácica, esa parte fue más difícil, ya saben, hay costillas ahí y abrir la caja para poder llegar al corazón fue un poquito más doloroso que la intravenosa de realidad. Cuando abrió la caja hubo una pequeña hemorragia no prevista, como chisguetes salían disparadas vivencias del tiempo que estuvieron juntos, aquellos primeros besos, los primeros acercamientos, las primeras charlas. Colocó unas gasas en la zona y la hemorragia se controló, podía continuar. Llegó al pericardio, que es la membrana que recubre al corazón, delicadamente y con mucho cuidado retiró la membrana, y ahí estaba, latiendo su corazón. Lo tomó entre sus manos y lo sacó de su pecho, lo miró de frente y no pudo evitar llorar, sabía que el procedimiento serviría para reparar, para sanar, pero era difícil.

 

Al observarlo pudo notar que el querer que se había alojado ahí tenía muchas ramificaciones, estaba la ramificación de las conversaciones de whatsapp, que a su vez tenía sub ramificaciones, las de las  conversaciones cotidianas, las cariñosas, las del día a día, las eróticas, etc. Otra ramificación era la del tiempo que pasaron juntos, también con sus sub ramificaciones, las de las tardes de vino, las de las tardes de café, las de las tardes de conversación. Una ramificación más era la de los besos, en donde había sub ramificaciones de besos tiernos, de besos ardientes, de besos apasionados, de besos cariñosos. También estaba la ramificación de la ilusión, la de los planes, la de las expectativas, la del autoengaño. Y aunque no quería, por que no siempre lo que se debe de hacer es lo que se quiere hacer, comenzó poco a poco a extirpar ese cariño, esa dolencia que le estaba alternado el corazón.

 

Comenzó por la ramificación del whatsapp, leyó todas las conversaciones que había guardado, le tenía particular cariño a aquel: Hola!!, que fue el primero que su querer le escribió, y leyó y volvió a leer ese hola con sus dos signos de exclamación  y muchas de las otras conversaciones que habían tenido hasta que llegó al último mensaje un “ok”. Entonces hizo una incisión con sumo cuidado, click, apareció la ventana archivos, los vio rápidamente por última vez, salió de la ventana, tomó una gasa y el cauterizador, click prolongado sobre la ventana, ¿borrar conversación? Y una advertencia, si da click en aceptar se borrarán todos los archivos de su dispositivo. No podía seguir dudando, si dudaba no lo iba a hacer, click, aceptar, gasa, controlar hemorragia, cauterizar. La primera ramificación había sido separada con éxito.

 

Siguió con las redes sociales, facebook, instagram, twitter, borrar, borrar, borrar, gasa, cauterizar. Teléfono, contacto, borrar, gasa, cauterizar. Las ramificaciones menos “difíciles” de extirpar fueron la de los planes, las expectativas y las de la ilusión. Éstas habían quedado encapsuladas trás la intravenosa de realidad, con cuidado, hizo una incisión en cada una de ellas, y lentamente las fue retirando.

 

Pero llegó a las ramificaciones del tiempo que pasaron juntos y a la de los besos, y las caricias, y los abrazos y las tardes de vino y charla y todas sus sub ramificaciones y entonces se preguntó ¿quería extirpar todo? ¿realmente quería extirparlo todo? Su respuesta fue no. Aunque la dosis de realidad era intensa, había mucho de esas vivencias que quería conservar, así que nuevamente con precisión milimétrica separó las sub ramificaciones que quería conservar y que no afectarían a largo plazo el funcionamiento de su corazón. Rescató por ejemplo, aquella tarde donde se besaron como si el mundo se fuera a acabar, rescató la manera en la que la hizo sonreír y ella a él también, rescató aquella vez en la que con un susurro en el oído le dijo “quédate así tantito”, rescató el reencuentro tras unas vacaciones y rescató las veces en las que le dijo “te quiero”. Esos momentos ella había decidido guardarlos en un rinconcito de su corazón, así que hizo un pequeño envoltorio en dónde los acomodó, y continuó con la cirugía. Retiró el resto de las ramificaciones hasta que ya sin ellas, llegó al núcleo del querer.

 

Lo contempló, y como si de una persona se tratara le dirigió algunas palabras, le dijo que se había enquistado ahí en su corazón, pero que no podía permanecer en él, le agradeció por lo bueno, porque hubo mucho de bueno y se despidió de él. Quizá fue la parte más dolorosa, tomó a su querer y le dijo adiós. Gasa, gasa, gasa, mucha gasa, cauterizar, limpiar alrededor de la herida, suturar. ¡la cirugía al fin había terminado!

 

Ahora queda el post operatorio, reposo, descanso, recuperación, revisar la herida dos veces por semana, lavarla con jabón neutro y lo más importante, darle tiempo para cicatrizar. Llevará tiempo, pero se de buena fuente, que la prima de mi amiga estará bien, tiene un corazón fuerte. Fuerte para amar, fuerte para renunciar y fuerte para recuperarse.

 

“ Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos

una frontera de palabras no dichas

entre tus labios y mis labios

y algo que brilla así de triste

entre tus ojos y mis ojos”

            Mario Benedetti

 

Sé también que la prima de mi amiga, guardó en ese pequeño envoltorio que reservó, un poquitito de esperanza, quizá indebida esperanza, pero que le vamos a hacer, por más cirugía a corazón abierto, al final, el corazón es como es.

 

 

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com

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