Luis Alberto García / Moscú
*Es un desconocido, sin experiencia política alguna.
*La ciudadanía volcó su descontento en las urnas.
*La corrupción también impulsó el sufragio contra políticos tradicionales.
*El deseo de romper con el pasado dio la victoria al favorito.
*El mejor candidato presidencial, un cómico que prometió mucho.
*Su mayor deseo es romper con el sistema y la cleptocracia.
El ingeniero Igor Kostezh dice haber votado en contra todos los candidatos el 21 de abril de 2019, cansado de trabajar diez horas diarias en una tienda de reparación de aparatos domésticos y vivir endeudado, con un sueldo que no llega al fin de mes, indigno e insuficiente para sus conocimientos académicos especializados.
Ucrania, la antigua República Socialista que se consideró el granero de la patria soviética durante décadas, hoy es uno de los países más pobres de Europa, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), justificándose así la razón de la preocupación y enfado de Kostezh, quien expresó con su voto el descontento hacia un sistema en el que dejó de creer y confiar.
“Votaré contra Petró Poroshenko”, avisó un día antes del día fijado para las elecciones presidenciales, sereno, atrás de un mostrador que guarda aparatos de iPhone con la pantalla hecha añicos pendientes de arreglar.
Tras cinco años en el poder, marcados por las denuncias de corrupción sin ninguna consecuencia, el bajo nivel de vida y el conflicto latente en el Este del país, los ucranianos ya estaban hartos y decepcionados con Poroshenko y una élite política de la que se sentían cada vez más alejados.
Esa fatiga, el deseo por romper con el pasado, es lo que encumbró a Volodímir Zelenski, el actor cómico al que todos los sondeos daban como favorito para ganar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de ese domingo 21, con Ucrania pasando a sumarse a la lista de países que han entregado el gobierno a un desconocido sin experiencia alguna en política.
Los ucranianos aprendieron que las cosas sí podían cambiar como lo hicieron en 2014, tras las tumultuosas protestas europeístas contra la cleptocracia que derribaron al gobierno de Viktor Yanukóvich, aliado de Rusia.
Esta vez fue en las urnas, no obstante que Ucrania –con 44 millones de habitantes)- está lejos del modelo de otros países del espacio postsoviético, con elecciones reales, complejas y competitivas, como apunta Anna Korbut, experta de Chatham House.
Por eso, muchos analistas lo observan como un interesantísimo laboratorio del que tomar nota, Otro más, después de la llegada de otros advenedizos como Donald Trump en Estados Unidos, Jimmy Morales en Guatemala o Beppe Grillo en Italia.
“Los ciudadanos están hartos de la política tradicional y ávidos de un rostro nuevo”, sostiene el analista Anatoli Oktysiouk, y ese parece ser el de Zelenski, de 41 años, que ha centrado su poco ortodoxa campaña electoral precisamente en mostrarse como alguien totalmente alejado a los dinosaurios políticos a los que Ucrania está tan acostumbrada.
Más como el honrado maestro que se convierte en presidente a quien da vida en la pantalla en la serie “Servidor del Pueblo”, el mismo nombre que eligió para su partido. “No soy un político, soy una persona simple, resultado de los errores y las promesas incumplidas de Poroshenko. Vengo a romper el sistema”.
Esta frase declamada en el insólito debate electoral el viernes 19 de marzo de 2019 en el Estadio Olímpico de Kiev ante 22.000 personas, resume a la perfección su programa electoral y también la razón que hizo que miles de ucranianos lo apoyaran.
En un barrio al sur de Kiev, en casa de Anton y Daria Onischenko, todavía no sabían si votaban por cómico; pero pese a esto, el matrimonio de profesores sabía que no apoyarían a Poroshenko, pues para ellos la elección fue más un referéndum contra el orden establecido.
“Necesitamos un cambio, como sea, no podemos seguir viviendo así. Los precios han subido a niveles europeos, pero nuestros sueldos no”, recalca la mujer. Como empleados públicos, sus dos salarios apenas pasan de 800 dólares al mes, aseguran. “Y con dos hijos las cosas son difíciles”, añade Anton.
Aunque tocó techo al inicio de 2015, con la anexión de Crimea por parte de Rusia nueve meses antes, todavía reciente y en uno de los puntos álgidos de la guerra del Donbás con los separatistas apoyados por el Kremlin, la inflación se mantiene desde 2017 en un 15%.
Los precios de los alimentos han subido, también los de los servicios y en el hogar de los Onischenko, la energía se come casi el 30% de su presupuesto mensual en invierno, lamentan, con el inconveniente de que en Ucrania la pensión mínima no llega a 60 dólares al mes y el salario medio apenas supera los 300 dólares.
Poroshenko emprendió algo llamó “reformas estructurales”, logró financiación exterior y también estabilidad económica, elevó ligeramente las pensiones, trazó un sistema de libre elección para los médicos; pero los ciudadanos no están tan contentos.
Sobre todo fuera de Kiev, la vibrante capital, con una gran oferta cultural y que se ha convertido ya en un destino turístico europeo y donde hay más oportunidades y por eso, millones de personas se han buscado mejores oportunidades de vida en el exterior.
Tanto, que Ucrania es ahora el mayor receptor de Europa de remesas procedentes de salarios: los trabajadores en el extranjero enviaron a casa casi 13.000 millones de dólares en 2018, según el Banco Mundial; el 11% del PIB del país.
Petró Poroshenko, magnate de los dulces y los chocolates, no ha podido cumplir las esperanzas de un mejor futuro alumbradas por las movilizaciones de hace cinco años, la llamada “revolución de la dignidad”.
Así que ahora, miles de ciudadanos se muestran decepcionados con la lentitud de los cambios y la corrupción que Poroshenko prometió erradicar, y de aquella movilización ha emergido una sociedad civil más contestataria, medios de comunicación críticos y ciertos proyectos anticorrupción.
“Lo que llamamos el Euromaidán no fue solo participar en la revolución, también es una manera de vivir la vida con honestidad, sacar adelante un negocio ético, sin sobornos, sin trucos”, remacha Bogdana Pavlychko, quien participó en la movilización y que ahora encabeza una empresa editorial.
“La gente ahora no se siente segura en el país, con la justicia, no saben cuándo tendrán mejores salarios. Poroshenko no ha logrado arreglar eso. Es su propio enemigo, aunque la vida no es un show”, apunta en su luminoso despacho de Kiev, rodeada de cuadros y libros.
A la editora, de 32 años, no le gusta Zelenski, cree que con su llegada al gobierno situará el país en una etapa inestable, le preocupan sus vínculos con el oligarca Igor Kholomoiski, involucrado en un escándalo bancario y también la fragilidad de su programa.
Elementos que sin embargo no parecen angustiar en absoluto a sus votantes, los últimos sondeos le dan un 58% en intención de voto frente al 22% de Poroshenko y los ciudadanos apoyaron a Zelenski por distintas razones, pues algunos creen en sus promesas o en su personaje televisivo.
Al igual que el candidato ganador es muy vago en su programa, no hablan de medidas concretas, sino más como una fe”, resalta Korbut, que si, como parece, se materializaba en la jornada electoral, puede transformar un presidente de ficción en uno real.