jueves, marzo 28, 2024

EN REDONDO: Óscar Oliva, poeta gloria de Chiapas y de México

Por: Mario Ruiz Redondo

 

Antes de comentar su libro más reciente, pido a los asistentes al recinto universitario en Tapachula, que nos pongamos de pie y brindemos un aplauso que de inmediato se deja escuchar y que se prolonga como homenaje al ilustre poeta chiapaneco Óscar Oliva, sobreviviente de aquella “Espiga Amotinada”, de la que también formarían parte Eraclio Zepeda y Juan Bañuelos.

 

Sumamente emocionado y con los ojos húmedos, el maestro Oliva me abraza y agradece, como también a los jóvenes y mayores ahí presentes, el reconocimiento que se le hace en la Perla de Soconusco, a sus 81 años de edad, cumplidos el pasado 5 de enero, y casi 60 de iniciarse como amante de la poesía.

 

Lo acompaño en el presídium del auditorio de la Universidad Salazar, donde junto con el presidente de la Asociación de Escritores de Tapachula, Gerardo Torreblanca Martínez, para comentar el libro “Lascas”, de su más reciente producción.

 

Está con nosotros el inspirado poeta nacido en Tuxtla Gutierrez, quien desde tiempo atrás se ha confesado ser un hombre ateo que no tiene ninguna religión. “Yo soy un hombre que no cree en un dios creador, más creo en muchos dioses, en los griegos y los mesoamericanos”.

 

Acepta que  su dios absoluto es la poesía, porque es “un acto celebratorio que hay que festejar todos los días y tal vez es lo único, la única huella, aunque sea pequeña, que quedará de mí”.

 

Le digo al inspirado hombre de letras y al auditorio: “Lo primero que he leído al abrir su libro, ha sido la dedicatoria a dos amigos muy queridos por usted y por mí, a los que bien hace en llamar hermanos, los maestros Eraclio Zepeda y Juan Bañuelos, lamentablemente adelantados en el tiempo, pero nunca olvidados en nuestra memoria histórica.

 

Reconozco en el maestro Óscar Oliva, a un ser humano que sabe respetar el valor de la amistad y sobre todo reconocer la trascendencia de sus fraternos en el mundo de la poesía y la literatura.

 

Fieles compañeros de andanzas en aquella amalgama de poetas que salta a la escena allá por 1960, bajo el nombre de “La Espiga Amotinada”, abanderando la causa de ser “poetas que no han conocido el amor”, en el que junto con Óscar Oliva estuvieron Laco Zepeda, Juan Bañuelos, Jaime Labastida Ochoa y Jaime Augusto Shelley.

 

Hay quien ha dicho con razón, que Óscar Oliva es un poeta que mira con los ojos, pero también con la mente, lo cual queda demostrado en esta obra, la más reciente, “Lascas”, conformada en un libro de 185 páginas, que cumplen con su idea de ocupar espacios hasta ahora inéditos o poco trabajados en su ya larga práctica poética, en la que experimenta su pasión por lo actual, que tiene como objetivo el lograr un contenido lúdico y trágico el pasado y futuro de nuestra época.

 

Inspiración llena de nostalgias y evocaciones, como la que escribe en el capítulo VII, al que titula “Historia de Interrupciones”, en el que hace referencia a su padre, con el que caminó por las calles empedradas de Tuxtla Gutiérrez, llenas de gente media desnuda, hipnotizada por el prodigio. A pesar de mi vejez, lo seguí hasta los humedales del oriente, donde volví a escuchar el croar de las ranas, el lloro del paraíso en las lanzas de los bambúes. Otra edad que no es de esta interrupción”.

 

O del Tuxtla donde a cada rato tiembla. O la referencia popular de “Cuando las nubes se aborregan va a temblar, cuando regrese el Halley va a temblar a llover llovizna. Digo que es así para que los borregos trasnochados salten la valla, llegue la tranquilidad…Después del largo sueño, algunas partículas blancuzcas en la copa familiar”.

 

La de los huixtlecos, “que sabían más que nosotros de temblores, igual que los de Izapa… Daban año y hora de cuán las montañas van a suicidarse”.

 

Me acuerdo, dice Óscar Oliva, que después del temblor que se sintió desde el Lago Cocibolca al valle de México, no había nadie que no esperara las réplicas en descampado.

 

Que en ese año a Rubén Dario le tocó en Metapa… Y la gente en los patios y calles se arrodilla, medio desnuda, escribió dos o tres años después, en París.

 

“Lascas” de Óscar Oliva, acumula en 24 segmentos, toda una serie de combinaciones de poesía y anecdotario, que encuentra el ayer y la actualidad con toda su complejidad y simultaneidad, para poder estar en cualquier lugar del planeta, en la que la poesía sea un proceso, no un resultado.

 

Un compendio en el que se combina la prosa poética, el verso libre y la narrativa, que lo mismo lleva al lector al pasado, que lo ubica en el presente y su perspectiva en el futuro, dando saltos por la cultura china y mesoamericana.

 

El poeta precisa el contenido de su obra “Lascas”, es un desprendimiento, compuesto de fragmentos, expresiones y fracturas en este caminar que hacen todos los personajes del libro que no habla del yo. Lo que he tratado de hacer es volver a lo que fue la poesía en la época helénica, del mundo maya que creó el Popol Vuh.

 

“Mi intención es crear estos personajes y el modelo que tomé son nombres de mi familia. Dentro de esta complejidad siempre busqué la claridad de expresión, las distintas modalidades de lo sonoro y la conjunción de la prosa y verso. No hago distinción entre diálogo, numeraciones, descripciones con versos incluso oscuros o complejos”.

 

Un poemario que retrata con letra impresa a la humanidad, conformada por filósofos de la antigüedad, escritores populares, poetas, gente del pueblo, así como de su propia familia, en la que el abuelo es parte de la obra.

 

“Mi abuelo materno, José Ruiz, sentado en una silla veneciana, de lacca povera, con el respaldo en forma de violín, patas delgadas que parecen no soportar el peso de su cuerpo, no deja de verme desde la imagen capturada por la decisión y subjetividad del fotógrafo.

 

“Yo lo veo desde la silla giratoria, que se mueve a mi voluntad, y sin mi voluntad. Lo primero que se me viene a la cabeza es cuando nos visitaba en la casa paterna, desde La Tigrilla, donde tenía un rancho en las márgenes del río grande.

 

“Llegaba con el morral lleno de dalias, con raíces carnosas, para sembrarlas a donde no se atrevan los tlacuaches, porque tienen el aliento del diablo, decía: flores de garza de suave olor, con un conjunto de higos, casi abiertos, a punto para que mi madre los hiciera en dulce. Al entregarlos a su hija, las avispas polinizadoras ya no lo perseguirían. Con palomas torcaces y gorriones de pastizales, de arrullo grave, de gorjeo conspicuo, que hacían desviar cualquier otro canto”.

 

Inclusión Hermelindo Oliva, el abuelo paterno en las páginas de “Lascas”, que se guiaba con la ciencia de los pastores, y del Quijote, cuando Automedonde incansable, gobernaba la caravana de carretas hacia Los Altos, por los desfiladeros del Escopetazo, maravillándose con las constelaciones del temprano universo, y con los sonidos de las 13 campanas del Paso Estrecho que marcan la hora del Angelus, dan noticia de los nacimientos y las muertes.

 

Estamos en Tapachula, en el extremo sur de Chiapas y del país, con quien se siente más atraído por la idea de buscar el sentido de una poesía que hable sobre los problemas de la colectividad, “de los problemas en los que estamos caminando todos los días, cuando empecé a examinar los libros que he publicado me di cuenta que había estado muy sumergido dentro de todos los problemas: políticos, sociales, de represión del país. Me di cuenta y me asusté”.

 

Constancia de ello está en el poema de su inspiración, al que denominó “En protesta” y hace referencia de la represión que sufrieron los obreros ferrocarrileros en 1958 y 59, cuando Demetrio Vallejo encabezaba su lucha.

 

A lo largo de su obra es posible encontrar muchos casos iguales en donde se expresa la violencia y la cólera, pero sin que ello implicara que el autor fuese así, “sino que la violencia y la cólera del país es un producto del Estado mexicano. Para mí y mi poesía, el Estado mexicano ha sido un Estado represor, no han cambiado las cosas sino que se han agudizado”.

 

Identificación con la insurgencia guerrillera de Guatemala, en su poema “El Sufrimiento Armado”, que habla de uno de sus personajes centrales:

 

“El poeta saluda al sufrimiento armado César Vallejo. Frente a la tumba del comandante Marco Antonio Yon Sosa, en Tuxtla Gutiérrez, escucho al crepúsculo  resquebrajándose. La tumba tiene el número 5582. Sus compañeros, Enrique Cahueque Juárez (tumba  5581) y Fidel Raxcacoj Ximutul (tumba 5584), yacen como él, destrozados.

 

“Los campesinos de Izabal creían que no moriría nunca. Engañaba a los soldados durmiendo en el vientre de un caimán o convirtiéndose en un racimo de plátano. Una vez lo atraparon, pero huyó encarnando en un venado negro. No se puede andar mucho tiempo en armas, junto a los campesinos, sin que uno proclame la unidad del sufrimiento y de la rebelión.

 

“Los asesinaron en una emboscada cerca de la frontera con Guatemala, en la boca del río Lacantún, y a las 18:30 horas del 20 de mayo de 1970, los sepultaron aquí, bajo este viento seco y encalado.  Recuerdo que los trabajadores del panteón y sus hijos, preguntaron: “¿A quiénes entierran?” No hubo respuesta. Tres estudiantes arrojaron puñados de tierra en las tumbas; depositaron ramos de flores.

 

“Regreso a mi casa, en la ciudad de México, repaso los periódicos que comentaron estos sucesos. México no puede ser santuario de guerrilleros y tampoco puede permitir que grupos armados extranjeros violen su territorio. El secretario de la Defensa Nacional también dijo que los guerrilleros guatemaltecos habían disparado primero. “En esas condiciones  —añadió—, nuestros soldados no van a contestar con flores y  abrazos.

 

“Inclinemos nuestras banderas de luto y alistémonos para nuevos combates. ¿Un crepúsculo resquebrajándose por mi espalda?”.

 

En la recta final de su existencia, Óscar Oliva, el ilustre chiapaneco formado en la Facultad de filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de

 

México, Premio Enrique González Martínez (1969); Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1971), Premio de Poesía del Departamento del Distrito Federal (1981); Premio Chiapas de Literatura (1990), además de una importante trayectoria como catedrático universitario, colaborador de revistas nacionales y extranjeras y becario de El Colegio de México, habla de su futuro inmediato, en “Lascas”:

 

“Algún día voy a jubilar a todas estas mulas de espinazo duro, a estos bueyes sin alas. Los voy a llevar por los bosques de Nucantilí, o de Ixtapa, o de Olgelito, o de Chapultenango, o de Gleguas, o de Penialhó, o Nadaburé, o Actectic, o Iglesia Vieja, a donde vea que que les reviven los ojos de pájaros muertos, ahí les voy a agradecer uno a uno el servicio que me han prestado en tantas leguas caminadas, les quitaré el bozal, los cinchos de cuero tensado, todos los arreos de protección, los dejaré en libertad para que sus pasos los lleven a donde quieran, se vayan a pastar junto a sus antepasados muy remotos, los uros y los mastodontes.

 

“Yo me iré a dormir, muy cansado, a las tiendas de algunas lozanas guatemaltecas”.

 

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

 

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.

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