Mario Ruiz Redondo
Afortunadamente, esta vez la naturaleza no tuvo palabra y su engendro de destrucción, el huracán Iota, calificado por el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos como de efectos extremadamente catastróficos al tocar tierra la noche del lunes 16, en la costa atlántica de Nicaragua, colindante con Honduras, por la máxima categoría (5), en la escala Saffir-Simpson, se desplomaría al rango 1, al chocar con montañas de menos de tres mil metros de altura.
Y aunque disminuido en su potencial, causaría daños devastadores en los territorios nicaragüense y hondureño, agravando todavía la situación de sus habitantes, que apenas empezaban a reconstruir los daños dejados a su paso por el huracán Eta, que les impactara el 3 de noviembre.
Estela de muertos, desaparecidos, derrumbe de puentes, desgajamiento de cerros, inundaciones de viviendas con pérdidas de patrimonios de diversa índole, acumulando de nuevo más pérdidas cuantiosas, que en las semanas siguientes serán evaluadas y que seguramente afectarán las economías de ambos países, incluyendo Guatemala y El Salvador.
Panorama de desolación, de impotencia frente al enésimo fenómeno meteorológico que cancela las posibilidades de mejoría a los más pobres, que deambulan por las calles anegadas de sus comunidades, en la búsqueda de ayuda gubernamental que resulta insuficiente.
Para las seis de la tarde del martes, Iota se había convertido de nueva cuenta en tormenta tropical, con fuerza de sus vientos de 315 kilómetros, dentro de la geografía sur-oriente de Honduras, con un desplazamiento hacia el oeste de 19 kilómetros por hora, y así se mantendrá en horas de la noche, para disiparse el miércoles 18, temprano, cerca de El Salvador, con lo cual se cancelaría el riesgo de una reactivación ciclónica, en caso de haber llegado con fuerza a las aguas del Océano Pacífico.
El seguimiento dado por los expertos meteorólogos estadounidenses desde su Central de Miami, establece que “los vientos máximos sostenidos de Iota, se habían disminuido a 80 kilómetros por hora, con ráfagas fuertes, pero que por la noche deberá debilitarse esta noche de martes y degenerarse a un área remanente de baja presión el miércoles”.
Lanzan desde la Unión Americana, su advertencia a la población damnificada y a los gobiernos de estos países, la advertencia del peligro latente “de inundaciones repentinas catastróficas y de ríos significantes y amenazantes a la vida, así como deslizamientos de tierra continua de terrenos elevados, por el exceso de lluvias”.
Su pronóstico en cuanto a la culminación del efecto Iota, se espera con lluvias hasta el jueves 19 de noviembre, con influencia en honduras, norte y sur de Nicaragua, y Costa Rica, centro y sureste de Guatemala, sur de Belice, El Salvador y Panamá. O sea, toda la Región de Centroamérica.
El primer impacto del “monstruoso” fenómeno de la naturaleza, ocurrido después de las seis de la tarde, sería descrito por los nicaragüenses que lo sufrieron en las comunidades caribeñas-atlánticas, como de “una noche de terror que afortunadamente sólo causó daños materiales”, por la embestida de una fuerza de vientos de 260 kilómetros por hora y un lento desplazamiento tierra adentro de 15 kilómetros cada 60 minutos, con histerias aún no superadas después del arribo apenas 10 días atrás del huracán Eta.
Seres humanos que esperaban lo peor, una vez atropellados por el inmenso poder destructivo de los vientos y lluvias, nunca antes enfrentados con tal intensidad e indefensión, pese a refugiarse lo mejor posible.
Mentes desequilibradas por la zozobra y el temor en el inicio y posteriores espacios afectados por Iota, que haría llover sobre mojado en la Centroamérica de las dictaduras, pobreza y subdesarrollo ancestral, que en los días anteriores pagó su cuota de vidas con más de 200 muertos, miles de desaparecidos y más de dos millones de seres humanos damnificados.
A diferencia del resto del país, el noreste de Nicaragua conforma una Región extensa, poco poblada y por mismo marginada, en la que se asientan las etnias Miskito, Sumos, Garífunas, Creole y Mestizos, que ante el mayor empobrecimiento derivado de los dos huracanes, por la destrucción de viviendas y cultivos, pronto volverán a manifestarse en la capital Managua, para exigir al presidente Daniel Ortega Saavedra, el cumplimiento de promesas, para alcanzar mejores niveles de educación y socio económicos.
En la contraparte hondureña, una situación semejante entre los habitantes de los departamentos orientales de Gracias a Dios (miskitos), Colón, Norte de Olancho y parte de Atlántida. Problemática social compleja en esta nación centroamericana, específicamente en el inundado Valle de Sula, por Eta, cerca de la segunda ciudad más importante del país, San Pedro Sula, donde más de 175 mil personas serían desalojadas preventivamente, dos días antes del arribo de Iota.
Decreto de alerta y emergencia de los gobiernos centroamericanos, para establecer, en caso necesario, mecanismos de coordinación y ayuda para enfrentar lo que finalmente ha resultado en cuestión de 24 horas, una catástrofe para Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador, que junto con Panamá dispusieron encender anticipadamente focos rojos ante el fenómeno meteorológico.
Lluvias en Guatemala en zonas afectadas severamente por Eta, que aún se mantienen incomunicadas, inundadas y con derrumbes de cerros, en los departamentos de Zacapa, Chiquimula, Petén, Huehuetena ngo, Alta Verapaz, Izabal y Quiché.
Todavía horas antes de que Iota entrara a territorio continental nicaragüense, mediante un encuentro virtual los mandatarios de Honduras, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica, harían un llamado a la comunidad internacional para reconstruir sus países, después de los efectos devastadores de los huracanes de noviembre.
Tenderían respuesta inmediata en el Banco Centroamericano de Integración Económica, por conducto de su presidente Dante Mossi, quien anunciaría el financiamiento de dos mil 500 millones para restablecer infraestructura, represas y construcción de vivienda social.
Reporte de daños menores en Costa Rica, por las lluvias intensas en las últimas horas, a consecuencia del ciclón, que en Guatemala se mantenía la vigilancia gubernamental especialmente en 124 municipios colindantes con Honduras y El Salvador , así como en las provincias de Escuintla, Retahuleu, San Marcos y Escuintla.
En Tapachula, la ciudad más importante de la Frontera Sur, el mensaje de prevención enviado por el gobernador de Chiapas, Rutilio Escandón Cadenas, generó confianza en la población, que se mantendría en alerta, en previsión de lluvias torrenciales en horas de la madrugada del martes 17, considerando la descomunal fuerza del huracán y la cercanía con su centro y entorno de desplazamiento en ruta hacia el Océano Pacífico.
Tensa calma que por la mañana bajaría de intensidad, al divulgarse la noticia de que el fenómeno meteorológico se había degradado desde la noche del lunes a categoría 1, para convertirse en el transcurso del día en tormenta tropical, que en el último comunicado del Centro Nacional de Huracanes con sede en Miami, precisaría que para este miércoles dejaría de ser una amenaza para la Región.
Aquí se recuerda aún con preocupación y tristeza, los efectos devastadores del huracán Stan, que en la madrugada y mañana del martes 4 de octubre de 2005, al incrementarse por las lluvias sin precedente, el caudal del río Coatán, que acarrearía consigo rocas, árboles y lodo, que arrasarían con las viviendas construidas dentro y fuera de sus márgenes, con un saldo de más de tres mil personas muertas.
El gobierno de aquellos días, encabezado por Pablo Salazar Mendiguchía, no obstante haber sido advertido días antes de la tragedia que se avecinaba, determinó dar la alerta con carros de sonido a la población susceptible de afectación, apenas dos horas de que ocurriera la avalancha.
Una irresponsabilidad condenada en su momento por la sociedad tapachulteca, más aún cuando su gobierno anunció que solamente habían contabilizado oficialmente un total de 75 decesos.
Entre los fallecidos, la gran mayoría eran migrante asentados irregularmente en las orillas del afluente, cuyos cadáveres serían encontrados, muchas semanas tirados en las playas o semienterrados en las arenas del cauce del Coagtán.
Resultarían damnificados varios miles de personas, que serían ubicados en los terrenos de la Feria anual de la ciudad, donde personal del Ejército Mexicano instalaría cocinas para alimentar a niños, adolescentes, jóvenes y adultos, sin ningún tipo de cuestionamiento por su nacionalidad.
A 15 años del lamentable suceso, se recuerda que parte de los afectados serían ubicados en el llamado Centro de Convivencia, hasta donde llegaría de visita para la foto el Presidente Vicente Fox Quesada y Pablo Salazar, quien por cierto sería abucheado por la gente, por su conducta irresponsable en el manejo del problema.
En esa ocasión, horas antes de la llegada del Jefe del Ejecutivo Federal, arribarían al aeropuerto de Tapachula, que al igual que todas las ciudades de la Costa se mantenía incomunicada por la caída de puentes, varios aviones Hércules de la Fuerza Aérea Mexicana, transportando un Hospital Móvil de Tercer Nivel, que de inmediato serían instalado en el lugar que visitaría Fox Quesada, quien anunció que tal equipo se quedaría al servicio de los damnificados.
Apenas se marcharía del lugar el mandatario federal, cuando los elementos del Estado mayor Presidencial, empezaron a desmantelar el “Hospital”, para desplazarlo en cajas ex profeso, a la terminal aérea, para ser trasladadas de inmediato a la ciudad de México.
Esta vez, la historia no se ha repetido, en cuanto al daño de un huracán, como tampoco de la farsa protagonizada por el Presidente de la
República y el gobernador en turno.
Funcionamiento de una Mesa de Seguridad estatal, con buenos resultados, que seguramente será desactivada en el seguimiento del tema, una vez que Iota sea declarado inexistente.
Así sea.