martes, abril 16, 2024

EN REDONDO: A 39 años de la Revolución convertida en dictadura

Por: Mario Ruiz Redondo

Los ideales de la Revolución Sandinista y el sacrificio de todo un pueblo que ofrendó su sangre transformada en más de 50 víctimas mortales para derrocar a la dictadura de la familia Somoza, hoy, 39 años después, Nicaragua se encuentra atrapada de nuevo en la omnipotencia de un sistema de gobierno similar con el presidente Daniel Ortega Saavedra y la primera dama, Rosario Murillo, con rango de vicepresidenta.

Una vuelta radical a un pasado que se creía superado, y que al hacer cuentas, los nicaragüenses se percatan que uno de los nueve excomandantes históricos de la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), con 72 años a cuestas, no solamente lleva más de 20 años en el poder absoluto del país, en tres diferentes períodos, sino que ahora, acompañado y asesorado por su cónyuge, ha determinado postergar indefinidamente su mandato.

Se trata del personaje que menos combatió con las armas al gobierno del presidente-general Anastasio Somoza Debayle, pero que dada su habilidad y astucia, ha podido controlar el mando que en los últimos meses ha empezado a debilitarse, al surgir la insurrección popular que exige su salida del gobierno, junto con su esposa Rosario Murillo.

Guardando distancia de su hermano, Humberto Ortega Saavedra, ahora de 71 años de edad, se mantiene cauto después de haber sido ministro de la Defensa, en el primer gabinete de Daniel, el cual perdería en 1989 las elecciones presidenciales ante Violeta Barrios, viuda de Chamorro, que gobernaría del 25 de abril de 1990 al 10 de enero de 1997, prolongaría en el cargo hasta 1995 al jefe militar.

Días aquellos de finales de septiembre de 1977, en que el columnista, enviado entonces por el periódico Excelsior, realizaría la primera entrevista exclusiva con Humberto Ortega Saavedra, en las “Montañas de Nicaragua”, en la que daría a conocer la reanudación de hostilidades del FSLN, al gobierno somocista, al que derrocaría finalmente en julio de 1979, cuando las columnas guerrilleras entrarían triunfantes a la ciudad de Managua.

Una conversación amplia con el comandante más destacado en ese momento de la Dirección Nacional del FSLN, con el guerrillero, en horas de la madrugada, cubierto el rostro con un pañuelo con los colores rojo y negro que identificaban a la insurgencia guerrillera, en la que pudimos percatarnos de los daños sufridos en combate, en sus manos engarrotadas.

No ocurre lo mismo con el también excomandante del Frente Sandinista, Henry Ruiz, retirado de las tareas gubernamentales, quien se manifiesta actualmente como abierto opositor a la permanencia de Ortega Murillo en la presidencia y vicepresidencia nicaragüense.

Entrevistado por el periódico La Prensa de Managua, considera que la insurrección popular que se ha vivido en los últimos meses en Nicaragua, es la vía para acabar con la dictadura de su colega exdirigente del FSLN, “aunque nos estén apaleando”.

El guerrillero conocido en los tiempos de la guerra contra la dictadura de Somoza Debayle, como “Comandante Modesto”, describiría lo ocurrido en el tercer mandato de Daniel, como “el inicio de una etapa que parecía el reino de los cielos: “Armonía social, convivencia con el gran capital, pactos salariales con las empresas extranjeras y trabajadores, y las normas de seguridad social las mejorcitas de Centroamérica. Ese era el terreno celestial en que vivíamos. Algunos se tragaban esa realidad mientras otros esculcaban”.

Severo en su enjuiciamiento en contra de su excompañero de armas, Henry Ruiz, preguntaría: “¿Qué pasaba con las contradicciones de un modelo neoliberal que explotaba a los trabajadores, no daba trabajo y perseguía al pensamiento libre, no le daba espacio al pensamiento crítico? Yo era uno de los que miraban que la sociedad en Managua parecía una vaca echada”.

El veterano excombatiente que vive en la medianía, acepta que desde entonces veía perfilarse perfectamente una dictadura en construcción, al dar comienzo el desequilibrio de los poderes de la República de Nicaragua. Si hay una tendencia a que un poder asuma a los oros poderes, en este momento se está transformando del concepto de democracia a una dictadura. Es cuestión de tiempo para abusar de las leyes y las deformaciones del Derecho.

Agudo en su análisis, el exmiembro de la Dirección Nacional sandinista, explicaría la transformación de Daniel Ortega Saavedra: “Lo primero fue cuando dijo: yo me reelijo. ¿Por qué me reelijo? Porque soy un signado de la vida. Apeló a un derecho que no existe: el derecho de los políticos a hacer lo que les ronca. Ese no es un derecho humano y él lo alegó como derecho humano. Y aquí tenía construida una Corte Suprema que hace lo que le gusta. Eso es construcción de una dictadura que al fin y al cabo termina violentando los derechos humanos”.

Visión del ex guerrillero combatiente Henry Ruiz, que coincide con una realidad nacional, que confirma todas sus afirmaciones.

Contexto que se circunscribe en el marco de la celebración del aniversario 39 de una Revolución, cuyos objetivos han sido desvirtuados totalmente por una nueva dictadura que igual que hiciera el general Anastasio Somoza Debayle, tiñe actualmente de sangre, la mayoría inocente, de una población que exige la salid del gobierno a su antes querido y respetado comandante insurgente.

Un Daniel Ortega Saavedra radicalizado y extremista, que su discurso conmemorativo decidió declarar la guerra a la alta jerarquía eclesiástica de la Iglesia Católica nicaragüense, que se ha mantenido firme en su posición de servir como mediadora del conflicto que mantienen diversos grupos en rebeldía de la sociedad, incluyendo al sector empresarial, y el régimen encabezado por la todopoderosa pareja autoritaria.

De manera por demás imprudente, al olvidar la gran influencia del Clero entre la población mayoritariamente católica, el aún presidente no solamente acusaría de golpistas a los obispos nicaragüenses, sino también de que los templos han sido utilizados por los “terroristas” que pretende derrocarlo, como cuarteles y bodegas de armas y refugiar a torturadores.

Un Ortega Saavedra totalmente desquiciado, que descalificaría como mediadores en el Diálogo Nacional, al cardenal, obispos y sacerdotes nicaragüenses, así como al representante del papa Francisco en el país centroamericano, además de burlarse de la jornada de ayuno y oración de exorcismo, convocada por los religiosos para el viernes 20 de julio. Mensaje que se extendería a los integrantes de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia.

Sin medir consecuencias, con una actitud por demás autoritaria, el presidente de Nicaragua censuraría a la Conferencia Episcopal, al Nuncio Apostólico y a los dirigentes de la iniciativa privada, al afirmar que “no acaban de entender que una mediación es para sentar a las dos partes y escucharlas y no tomar partido el mediador”, al tiempo que igualmente descalificaría las protestas sociales en su contra, considerándolas como “acciones terroristas”, y definiría a los estudiantes y manifestantes opositores a su régimen, como “sectas satánicas”.

Conmemoración de una fecha histórica para Nicaragua, por ser la última Revolución que derrocaría no únicamente a una dictadura de cuatro décadas, sino a un  gobierno títere de los Estados Unidos,  esta vez enlutada por la represión del autoritario Daniel Ortega Saavedra y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, que en los últimos tres meses de rebeldía popular ha dejado un saldo de más de 350 muertos y una cantidad superior de dos mil 100 heridos, detenidos y desaparecidos.

A diferencia de años anteriores -mantiene el poder desde 2007, con una reelección-, esta vez el gobernante centroamericano no contó con la presencia de mandatarios o representantes extranjeros, salvo la asistencia de los cancilleres de Cuba y Venezuela.

Habrá que recordar que la Alta Jerarquía Católica, mediadora y testigo del Diálogo Nacional, propondría a Daniel Ortega Saavedra, el 7 de junio último, adelantar las elecciones generales para el 31 de marzo de 2019, sin posibilidad de reelección como ya lo ha programado la pareja presidencial, para superar la crisis, lo cual ha sido negado de manera tajante, pues tal medida se considera desde la esfera oficial como parte de un plan golpista.

Ortega Saavedra utilizaría un doble lenguaje para tratar de atenuar su malestar con el Clero católico: “Me duele mucho decir esto, porque le tengo aprecio a los obispos, les respeto, soy católico. Pero ellos tienen posiciones desgraciadamente en las que siempre se impone la línea de confrontación, no de mediación”.

Ese mismo jueves 19 de julio, el gobierno nicaragüense recibiría de la administración estadounidense, una advertencia a su beligerancia y negación de  realidad, en cuanto a que realización de las elecciones anticipadas, como propone la Iglesia Católica, son la única salida a la actual crisis.

Por medio del embajador Todd Robinson, consejero para Asuntos de América Central del Departamento de Estado, La Casa Blanca reiteraría  que “la senda hacia una paz segura, sigue siendo la de elecciones anticipadas, justas y transparentes”, por lo que además exhortaría a Ortega Saavedra, a continuar con el Diálogo Nacional, destacando la labor de la Iglesia Católica como mediadora, por lo que Estados Unidos mantiene su apoyo a la Conferencia Episcopal.

Golpe a golpe contra la dictadura Ortega-Murillo por parte de Washington, que responsabilizaría al gobierno nicaragüense de la violencia contra la población, la iglesia católica y los estudiantes, considerando que tiene conocimiento de que los grupos oficiales armados y violentos han surgido luego de las protestas.

Posición gubernamental de los Estados Unidos, que ensombrece los afanes totalitarios y dictatoriales de la pareja que ordena todo tipo de represiones contra quienes se oponen a que continúen en el poder.

No obstante las acciones de extrema violencia por parte de grupos paramilitares

que actúan por todo el país en contra de todo movimiento popular opositor, los nicaragüenses insurrectos volvieron a salir a las calles en Managua, para protestar por las ofensivas armadas en contra de la población indefensa de Masaya, y exigir la salida de Ortega Saavedra, al grito de que “no es un presidente, es un delincuente”.

Mal las cosas en una nación cercana a México, pues no hay que olvidar que muchos de aquellos combatientes sandinistas que ofrendaron su vida para derrocar la dictadura, eran mexicanos.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.

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