miércoles, mayo 8, 2024

El “Padre Blanco” de los indios guaraníes

Luis Alberto García / Moscú, Rusia

* Juan Belaieff cambió su nombre y se asimiló a esas etnias.
* Invitó a numerosos exiliados rusos a viajar a Sudamérica
* Las autoridades acogieron con beneplácito a la inmigración.
* Entre 1932 y 1935 participó en la guerra del Chaco contra Bolivia.
* El gobierno militar lo incorporó a su Estado Mayor.
* Fundó asentamientos rusos que no prosperaron.

En la década de 1920 las autoridades de la República de Paraguay recibieron a exiliados rusos radicados en París tránsfugas de la guerra civil que enfrentó a “rojos” y “blancos”, quienes encontraron casualmente un periódico en ruso llamado “Paraguay”, como un país de América del Sur sin salida al mar.

La publicación era editada en Francia por Iván Beliáiev, ex militar y veterano de la Gran Guerra, perteneciente al bando blanco en la guerra civil-, en cuya primera plana publicó un texto que empezaba así: “Europa le falló a la esperanza rusa y Paraguay es un país para construir un futuro”.

El general buscó, pidió e invitó a sus compatriotas que fueran a Paraguay para ayudarlo a construir ahí una nueva y pequeña Rusia: él ya vivía allá desde 1924, en un país pobre y poco poblado que no era un destino atractivo, y por eso las autoridades acogieron con beneplácito a la inmigración.

Con una superficie de 406 mil kilómetros cuadrados, sin costas y limítrofe con Argentina, Bolivia y Brasil, cuatro puertos fluviales – Asunción, Villeta, San Antonio y Encarnación- y dos ríos que son geopolítica y económicamente importantes, el Paraguay y el Paraná, en la República del Paraguay se hablan dos lenguas oficiales, el español y el guaraní.

El país se comunica con el Océano Atlántico a través de ambos ríos, y posee un clima caluroso en verano, que supera habitualmente los 40 grados centígrados, y templado en invierno con una temperatura promedio de 20, que hace posible explotar madera de calidad y cultivar frutas y gramíneas en tierras que brindan buenas cosechas todo el año.

Desde que perdió la guerra del Paraguay -entre 1865 y 1870- contra una alianza compuesta por Argentina, Brasil y Uruguay, el país gobernado entonces por Francisco Solano López se debilitó, perdió a la mayoría de su población masculina y carecía de una fuerza militar después de esa injusta derrota que lo dejó en la ruina económica y moral.

La nación mediterránea perdió porciones considerables de su territorio y, en consecuencia, se convirtió en una de las más pobres y atrasadas del subcontinente, dependiendo de las decisiones políticas de los tres gobiernos vencedores y con una inestabilidad que se prolongó más de medio siglo.

En 1932, a raíz de la disputa por los yacimientos petroleros del Chaco boreal, detrás de la cual estaban grandes intereses capitalistas británicos y estadounidenses de la Shell y la Standard Oil, Paraguay enfrentó y derrotó a Bolivia y, en 1935, conquistó dos tercios de ese territorio, con un saldo de bajas de 50 mil bajas del lado de los paraguayos y cien mil de los bolivianos.
En la guerra del Chaco –instigada por dos de las llamadas Siete Hermanas del petróleo que dominaron la economía mundial en el siglo XX-, cuyo desenlace favoreció al país guaraní, intervinieron Inglaterra y Estados Unidos a favor de uno y otro contendiente.

Y fue en el contexto de ese conflicto bélico cuando el régimen de Asunción decidió invitar a algunos ex oficiales rusos a incorporarse a su ejército, considerados una buena opción para el gobierno militar, como lo fueron los alemanes para las fuerzas armadas de Bolivia.

No obstante haber trascurrido casi un decenio residiendo en Paraguay, Juan Belaieff participo en varias batallas contra las tropas bolivianas, luego de ingresar al ejército paraguayo en 1924 junto con otros doce oficiales, ex compañeros suyos.

Fue incorporado al Estado Mayor paraguayo; sin embargo, sus intereses iban más allá de los asuntos militares y, ganada la guerra, se convirtió en explorador y dirigió trece expediciones al Chaco, vasta, desértica e inhóspita región del oeste de Paraguay poblada por indígenas de diferentes orígenes, aislados, que apenas se comunicaban con los demás paraguayos.

Así lo consigna y señala el historiador Borís Martínov, autor del libro El Paraguay ruso, que hizo que Belaieff, fascinado por los indios desde su infancia, inmediatamente estableciera lazos estrechos con los guaraníes, suministrándoles ropa, estudiando su antigua cultura, abriendo escuelas como lo hicieran los jesuitas durante la colonización española.

Paradójicamente, el oficial ruso se convirtió en un puente que unía a los aborígenes con sus compatriotas mestizos y criollos, y los indios querían a Juan Belaieff llamándolo el “Padre Blanco”, quien asimiló por completo sus costumbres.

“Me gustaría encontrar un sitio donde todo lo sagrado que creó la santa y eterna Rusia pudiera ser preservado, como lo hizo Dios con el Arca de Noé durante el diluvio hasta que llegaron tiempos mejores”, recordó.

Gracias a su ayuda se fundaron varios asentamientos rusos en Paraguay; pero la migración eslava no se habituó al calor y no prosperó ni creció, y los conflictos internos en la comunidad europea cancelaron la idea de una “nueva Rusia” en América Latina.

Aunque decepcionado, Belaieff consideró a Paraguay como su segundo hogar y, junto con otros ex oficiales rusos, apoyó a su gobierno en la guerra del Chaco, cuando la vecina, la empobrecida Bolivia explotada por la “rosca del estaño” que crearon Simón Patiño, Carlos Aramayo y Mauricio Hotschild, se enfrentó a la nación de los guaraníes.

Herido y enfermo de paludismo en el campo de batalla a principios de 1935, Belaieff pudo morir una docena de veces; pero sobrevivió y su pelotón, aunque superado en número, prevaleció, con la ayuda de los indios amigos, siempre leales.

Nunca regresó a Rusia y vivió en Paraguay el resto de su vida, y cuando murió los jefes de las tribus transportaron su cuerpo hasta su casa y lo mantuvieron en un mausoleo, honrando al espíritu del “Padre Blanco” como a una deidad.

Uno de sus antiguos compañeros radicado en Paraguay se expresó así sobre Belaieff: “Quizá nos olviden después de morir, pero a él no”, preguntándose por qué un ruso quiso a Paraguay, el país sin salida al mar y con una historia tan injusta en América Latina.

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