El abismo humano como paradigma
Por Rafael Serrano
“… la guerra ha formado parte persistente de la experiencia humana desde antes del nacimiento de la civilización…de los primeros 3,421 años de civilización, solo en 268 no habían ocurrido guerras …”
Bill y Arial Durant en “The lesson of history”
La Piedad ante el abismo existencial de la guerra
(Abed Khaled/AP)
Me viene a la memoria la imagen de la película 2001. Odisea en el Espacio… cuando un primate descubre que una quijada de burro es un instrumento de dominio, un arma mortal para extinguir “al enemigo” y que como parábola genial, Kubrick la traslada al futuro, a “la conquista” del espacio extraterrestre; la continuidad de una saga ominosa: la “civilización” sigue anidando, en su ser, el síndrome de la guerra, la búsqueda del dominio del otro y de los otros. Con la obertura de Así hablaba Zaratustra nos advierte que desde el Amanecer del hombre, la técnica y sus instrumentos, producto de la ciencia, siguen sometidos a la violencia que hoy monopolizan las oligarquías pos-capitalistas: la impronta milenaria del dominio exterminador. El paradigma del control arrojado al abismo de la muerte.
En su proyecto para la paz universal, Kant, cabeza del movimiento ilustrado del siglo XVIII, suponía que un orden universal basado en normas (imperativos categóricos) preservaría la paz. Una utopía incumplida pero que las oligarquías de todos los tiempos siguen proclamando como discurso y cuyas narrativas se esfuman ante la “persistente” experiencia humana de la guerra. Hoy hablamos de la paz con hipocresía. Los políticos del statu quo mundial hablan de “ataques preventivos”, “operaciones especiales”, “acciones quirúrgicas”, “respuestas defensivas” y les nombran épicamente “León Naciente”, “solución Sansón”, “onda de David”; “Domo de hierro”, “Promesa cumplida” o “Martillo de medianoche”.
Una serie de anclajes narrativos para vestir de estética discursiva al horror de la guerra. Se presentan videos donde aviones israelíes lanzan bombas “quirúrgicas” a edificios habitacionales, hospitales, escuelas; a refinerías, instalaciones militares que arden; en respuesta, lluvias de drones y misiles hipersónicos iraníes alumbran un cielo negro sobre las antes inexpugnables ciudades judías. La “ciudadanía” de Tel Aviv o Haifa graba en sus móviles el espectáculo. Y Estados Unidos envía aviones negros, de última generación; vampiros siniestros, algunos tripulados por mujeres rubias, valkirias sonrientes, que llevan en su barriga “la madre de todas las bombas”. El “León ascendente” y el lobby judío hablan de la necesidad de establecer el “Gran Israel” más allá del Tigris y del Éufrates. El delirio del destino manifiesto, la expansión del Imperio como medida única de la “seguridad”.
Ni una palabra al verdadero peligro nuclear: Israel tiene al menos 90 cabezas nucleares, ninguna supervisada. Y entonces el sociópata de Washington habla de cambiar el Régimen teocrático por la “seguridad” de Occidente: Trump aspiraba a premio Nobel de la paz y dos minutos después bombardea Irán “pacíficamente”. Cómo Nerón posmoderno. Dos varas: la de Abraham y la de la plutocracia occidental: la del destino manifiesto MAGA (“make america great again”) y la de los intereses de las oligarquías militaristas. Por lo pronto, el Deep state y el sionismo radical hicieron una profunda limpieza étnica (genocidio) en Gaza; colocaron a un terrorista en Siria, demolieron Irak y dejaron de nuevo Afganistán en manos de talibanes pre-modernos; sometieron sin mucho esfuerzo al rey de Jordania; controlaron al dictador de Egipto y en alianza con las petro-monarquías de Arabia saudita y los Emiratos Árabes se reparten las ganancias del petróleo; sostienen sus bases con ojivas nucleares en una Turquía autoritaria que soliviantan y que juega a las contras; incendian el Cáucaso y sostienen a un fascista en Ucrania. Es la democracia imperial, el “occidente global” enfrentando al nuevo orden del mundo, multipolar e interconectado. La manera en que se enfrentan a la Federación Rusa y al empuje de China y el bloque Euroasiático. Defienden al Imperio no a la democracia ni a la paz basada en normas universales. Adiós a un mundo regido por normas. El humanismo de la ilustración hecho trizas.
La siniestra ave negra del MAGA
Spirit B-2
Costo del bombardero furtivo: 2,000 millones de dólares
Número de aviones: 20 aviones
El costo del proyecto: 44,750 millones de dólares
El costo por hora de vuelo: 150,741 dólares
Costo aproximado de la misión “Martillo de medianoche”
Con tres aviones:
15 horas de vuelo: 2 millones 26 mil 115 de dólares
30 horas de vuelo: 4 millones 522 mil 230 dólares
con seis aviones:
15 horas de vuelo: 4 millones 522 mil 230 dólares
30 horas de vuelo: 9 millones 44 mil 460 dólares
[habría que agregar el coste de las bombas, el abastecimiento de gasolina, el mantenimiento y el uso de los aeropuertos, etcétera]
Publicada por la Fuerza Aérea de Estados Unidos
con el número 060530-F-5040D-22
Pero las narrativas se lavan con hipocresía: la nueva Ilíada en manos de la Tora y de un Jehová enfurecido para contrarrestar los discursos mesiánicos del Corán (la “guerra santa”). En contra del “enemigo” siempre satanizado: la teocracia iraní en manos de chiitas fundamentalistas o la teocracia “democrática” de Israel en manos de sionistas sociópatas. Y los estadounidenses uniéndose al discurso de la tribu elegida con su “destino manifiesto” y con los recursos infinitos de Wall Street, Silycon Valley y Hollywood. Lo acompaña, como coro, una Europa decadente que no se reinventa, hundida en la nostalgia de sus antiguos imperios, de sus “protectorados civilizatorios”. Ha olvidado su ilustración y sus utopías. Sus democracias periclitan creyendo que su jardín está exento de la desigualdad, la pobreza y la injusticia. Es un jardín en manos de una burocracia inepta, soberbia, supremacista que ante el genocidio es ataráxica.
Vemos con horror (más allá del asombro) como se realiza una limpieza étnica que lo mismo asesina niños, mujeres/hombres civiles que a “terroristas”, militares y científicos en nombre de la libertad y del “estado de derecho”; pero cuando Tel Aviv o Haifa son atacados por enjambres de drones y misiles hipersónicos, la cúpula fascista que gobierna Israel se victimiza y prohíbe grabar los bombardeos iraníes y mostrar sus evidentes debilidades defensivas. Y la plutocracia de Bruselas apoya y exonera al Estado de Israel y a su gobernante que ha sido condenado por el tribunal de La Haya por crímenes de guerra. Que ejemplo de justicia y democracia. Europa se alinea a Washington: Alemania vuelve a ser belicista de la mano de un exempleado de Black-rock ultra derechista y Francia hace el ridículo con un Macron que alardea queriendo imitar a Charles De Gaulle. La “Unión” Europea se devela como un conjunto de países balcanizados angustiados por el “oso” ruso y su incapacidad de sostener el Estado de “bienestar”.
Es el “occidente global” dejando de ser el poder hegemónico. Da bocanadas agónicas: pide (exige) que Irán sea supervisado “exhaustivamente” por organismos internacionales que ellos controlan y olvidan u omiten supervisar a Israel; callan respecto a su necesario desarme nuclear y hablan de “liberar” al pueblo iraní de la tiranía de los ayatolas que “pone en peligro la paz mundial”; ni una palabra de “liberarnos” de sátrapas como Netanyahu, Zelenzki, Erdogan, los reyes y jeques autocráticos de Arabia saudita, los Emires Árabes, el dictador egipcio o los títeres caucásicos. Las normas se aplican en el enemigo no en mis aliados: la ley a secas para los “terroristas” y los rusos; comprensión para los “defensores de la libertad” sean lo mismo santos que demonios.
Estados Unidos y los británicos fingen no intervenir, ser “neutrales”, cuando tiene las manos llenas de plomo y son los que dirigen el teatro y la coreografía bélica: le “exigen” al Irán teocrático que detenga su carrera para construir una bomba atómica cuando su Pit Bull sionista teocrático tiene cientos de cabezas nucleares en sus guaridas en el desierto, le llaman “derecho a la defensa del Estado de Israel” y a la agresión militar le dicen “operación preventiva” para “exterminar” terroristas islámicos. A este discurso se une la prensa corporativa mundial que alista narrativas llenas de pos-verdad y que las redes virtuales fagocitan: nublan la verdad y pulverizan la objetividad. Estamos ante una guerra más de las cientos que hemos tenido a lo largo de la historia humana. En fin: No existe un mundo basado en normas que garantice la coexistencia pacífica; la democracia se derrumba. No es el fin de la historia sino la restauración de la historia de la guerra sin fin. De alguna manera estamos viendo, en tiempo real, el fin del imperio occidental. Cambia solamente la magnitud de la barbarie.
Colofón: ¿por qué se va a la guerra?
Donald Kagan en su libro “Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz” (FCE) señala que las teorías sobre por qué el hombre y sus diferentes sistemas sociales guerrean convergen en un punto: se va la guerra por el poder. Según Kagan el poder es un término que en sí mismo “neutral”, refiere a la capacidad de lograr objetivos y su consecución le otorga la capacidad de controlar (intervenir/regular). El poder es “un medio para resistir las demandas y compulsiones de otros y conservar la libertad”. El poder otorga libertad y la libertad amplia el poder. El poder es también una capacidad para elegir con relativa autonomía.
Kagan identifica dos “escuelas” de pensamiento sobre el concepto de poder: una, “realista”, supone que el poder es una “razón innata” que garantiza “objetos tangibles” como la prosperidad, la libertad/emancipación o la salud entre otros, no se define por sus usos; otra escuela, “neorrealista”, considera que el poder es resultado de las relaciones que el Estado tiene con los otros Estados y que llama “seguridad” y que coloca su existencia/identidad como una entidad hegemónica/independiente o como una entidad subordinada-dependiente. Libertad y la seguridad se logran por la política, el comercio o la guerra. Y esta última es la más usada en la historia.
Como la motivación última es el conservar y aumentar el poder se envuelve en tópicos narrativas significativas (“valedoras”). Se presentan como motivos fundantes. Por ejemplo: el sostener en lo alto el orgullo nacionalista; el implantar una ideología; la protección de fronteras en tierras contiguas; el deseo de nuevos territorios; el control del comercio; la venganza por una derrota humillante; etcétera.
Kagan concluye que los hombres, las sociedades y los estados van a la guerra por el poder y los motiva lo que Tucídides descubrió cuando narró la Guerra del Peloponeso: el temor, el honor y el interés; o por las tres juntas. El temor que nace del miedo recíproco entre los Estados y que se rompe cuando la “disuasión” no otorga seguridad; se va a la guerra para salvaguardar “la seguridad”. Se va a la guerra por cuestiones de honor que se asocia con la soberanía de las personas y los estados; refiere al respeto, al prestigio y a la autoestima rotos . Y también se guerrea por el interés de poseer bienes, conocimientos, tecnologías, recursos, territorios e identidades, cuando se busca ampliar el poder a pesar de la oposición de los otros.
El crudo realismo de Tucídides, dice Kagan, nos advierte que todas las guerras, desde las del Peloponeso, las Púnicas de Aníbal Y Escipión el africano hasta las contemporáneas, desde la Segunda Guerra mundial, la Guerra de Corea, Vietnam o las recientes de los Balcanes, Ucrania y ahora en el Medio Oriente han surgido de “los errores en la paz que les precedió y en el fracaso de los vencedores para cumplir sus acuerdos”.