jueves, abril 25, 2024

El Cáucaso en los tiempos líquidos

De Georgia a Azerbaiyán

Rafael Serrano

Georgia

საქართველო

Parte I

 

La rueca de la historia abre las puertas del recuerdo, se resignifica: los eventos históricos y sus emergencias nos muestran que sus novedades renancen desde un pasado que permanece inalterado.   La guerra en Ucrania es otro episodio trágico que repite el ciclo del eterno retorno. El Mar negro, el Cáucaso y el Mar Caspio. Unas tierras pródigas entre pequeños mares donde se condensa toda la humanidad con sus noblezas y sus vilezas. Hace unos años escribí esta crónica de viaje;  y ahora, ante esta guerra “híbrida”, emergente, estas notas podrían  ayudar a comprender una deriva de la historia, más allá de ruido mediático y más cerca de la tragedia.

Llegamos tarde: Jasón y los argonautas ya habían rescatado el vellocino de oro y Medea había realizado sus mágicos hechizos para dotar de fuerza a Jasón y guiarlo en la búsqueda de la zalea sagrada; llegamos milenios después, a Georgia, ahora convertida en una modalidad de la globalización: destrozada por una más de las guerras perpetuas que ha sufrido y manipulada por las grandes potencias (Rusia, EUA, Unión Europea,Turquía e Irán); entregada a salvaguardar el gas y el petróleo que sostienen el jardín europeo. Georgia reconvertida en un enclave occidental que conjuga bases militares con un turismo desenfrenado; se respira un ambiente paradójico: fundamentalista mezclado con los aires sumpremacistas de la ideología individualista de la sociedad de mercado. Llegamos en los tiempos pos-soviéticos, en plena sociedad líquida. La tierra de San Jorge y de Stalin es ahora una escenografía donde emerge como protagonista el capitalismo salvaje y unas de sus modalidades: el turismo de masas. La Iberia caucásica y la antigua Cólquida se han gentrificado.

 

 

Queda claro que nosotros pertenecemos a esa masa turística que trasiega hoteles, visita catedrales, abarrota cafeterías y restoranes, fotografía compulsivamente calles, estatutas, parques, casas, montañas y panóramicas; visita museos que guardan pasados y objetos reificados, tratando de encontrar algún sentido al viaje o para justificar los boletos de avión. Viajar en los tiempos líquidos disuelve el sentido tradicional del viaje y a los viajeros: encontrar lo distinto y lo diferente. Esta disolución convierte a los viajeros en turistas; una plaga gentrificadora que cosifica todo lo que toca o “visita”. Intentamos ser una plaga beningna.

 

El milenario río Kura en Tbilisi

Llegamos a Tbilisi desde Estambul, en vuelo de la Turkish Airlines, a un aeropuerto pequeño y decadente. Pero algo nos trajo hasta acá; buscando lo diferente y lo distinto: el Cáucaso y el vellocino. Y una metafora anidada en nuestra mente: la tierra donde Jasón encontró el vellocino de oro arrebatándoselo al dragón que lo custodiaba[1]. Los griegos la llamaron Cólquide y la separaron de Iveria (la tierra de los íberos). Tierra de promisión, en las antípodas de nuestra existencia. Y encontramos una Georgia derrotada y mutilada terriorialmente por la Federación Rusa pero que recibe carretadas de turistas rusos y ucranianos (¡¡). Y otro vellocino rescatado, ahora en manos de los poderes de la globalización: el petróleo y el gas (que paradójicamente Georgia no produce sino que presta su territorio para que los veneros lleguen al Mar Negro y de allí alimenten a Europa, como tierra de tránsito).

[1] “En la mitología griega, el vellocino de oro era el vellón o zalea del carnero alado Krysomallos (Χρυσομαλλος), en castellano Crisómalo. Aparece en la historia de Jasón y los argonautas, quienes partieron en su búsqueda para lograr que Jasón ocupase justamente el trono de Yolcos en Tesalia. Se decía que el carnero era hijo de Poseidón y de Teófane. Atamanterey de la ciudad de Orcómeno en Beocia (una región del sudeste griego) tomó como primera esposa a la diosa nube Néfele, con quien tuvo dos hijos, Hele y Frixo. Más tarde se enamoró y se casó con Ino, la hija de Cadmo. Ino tenía celos de sus hijastros y planeó matarlos (en algunas versiones, persuadió a Atamante de que sacrificar a Frixo era la única forma de acabar con una hambruna). Néfele o su espíritu se apareció ante los niños con un carnero alado cuya lana era de oro. Los niños huyeron montando el carnero sobre el mar, pero Hele cayó y se ahogó en el estrecho del Helesponto, llamado así en su honor. El carnero llevó a Frixo hasta la Cólquide, a la lejana (oriental) playa del mar Euxino. Frixo sacrificó entonces al carnero y colgó su piel de un árbol (en varias versiones un roble) consagrado a Ares, donde fue guardada por un dragón. Allí permaneció hasta que Jasón se hizo con ella. El carnero se convirtió en la constelación Aries.” Disponible en el sitio: https://es.wikipedia.org/wiki/Vellocino_de_oro

 

En fin, una Georgia pos-soviética convertida en un enclave de la sociedad capitalista neoliberal, atada a la noria de la OTAN y pieza estratégica sacrificable; que en la narrativa globalizadora significa ser un guardian de la civilización occidental en la frontera del mundo, una Cólquida tardía que conserva otro vellocino de oro: las energías fósiles. Ahora la cruz de San Jorge y el alfabeto latino, ayer la hoz, el martillo y el alfabeto cirílico. Banderas que se izan o arrian según los vientos de la historia. Ayer las rutas de las especies y de la seda hoy la ruta del gas, del petróleo y del turismo global/masivo.

 

La ciudad vieja de Tbilisi

El turismo masivo es flujo, río que invade los espacios tradicionales y los pervierte: aquí la iglesia fundante hoy absorbida por ríos de visitantes que transitan y se asombran cuando ven a un sacerdote vintage, ortodoxo georgiano; que recorren un museo sobre la “ocupación” soviética y ven sin percatarse, gallardones con símbolos norteamericanos colgando de un edificio del realismo socialista que alberga al parlamento georgiano; y más allá, la estatua de San Jorge, matando al dragón en la Plaza de la Libertad, observa el ir y venir de georgianos y turistas; y arriba, en un monte, la madre Georgia vigila la vieja ciudad de Tbilisi y ve como se instala en la posmodernidad, en este nuevo tiempo histórico: sus calles se llenan de turismo peregrino en hoteles, restoranes, casas de cambio, agencias de viaje y de músicos trashumantes callejeros que cantan country-blues como si el espíritu de Dylan los poseyera; mientras los visitantes atosigados por un calor sofocante, es verano en el Cáucaso, devoran su comida y su vino bajo el manto sagrado de la pax occidental, siempre acechada por los ojos de los otros: los chechenos, osetios, asbajos,armenios, azeríes, turcos y rusos. Por ahora ondea la bandera de las cinco cruces rojas en el palacio de gobierno, de estilo soviético, que mira hacia el río Kurá que la divide.

 

 

 

 

Tbilisi en la época pos-soviética

Tbilisi es la capital de Georgia. Una ciudad tomada por las hordas del turismo de masas, tan peligrosas como las tribus nómadas que asolaron estas tierras en el mundo antiguo. Llegamos para tomar el tren transcaucásico que une Tbilisi con Bakú (del mar Negro al mar Caspio) con una idea romántica e ingenua de llegar a visitar una amiga azerí que conocimos en Barcelona y que hace tiempo había regresado a su tierra.

 

 

Tbilisi inciando su proceso de gentrificación

Tbilisi y Georgia buscan su carta de adpoción europea, ¿occidental?: para ello requieren de ingresos y de implantar en su retórica el modelo de convivencia democrático al estilo europeo, en términos de lo que diga Bruselas y finalmente dicte Washington. Cosa complicada en las tierras donde las limpiezas étnicas son parte de la rueca de la historia que repite atavismos sangrientos y que reproduce pautas anti-democráticas de rancio tufo imperialista.

 

 

 

El turismo sirve para mitigar el etnocentrismo ancestral/atávico, llenar las raquíticas arcas georgianas y dar la imagen de una normalidad que se sabe, históricamente, será siempre provisonal. Pero esta paz normalizada no es suficiente y puede reconvertir cualquier prosperidad o “avance civilizatorio” en una nueva perversión social: ahí están los turistas rusos, ucranianos o turcos mostrando una versión kitsch del capitalismo salvaje en la antigua colonia soviética. Lo que hace a Georgia un país endeble, muy líquido y melancólico: apenas ayer habitó la distimia soviética hoy vive la paranoia ezquizoide capitalista, mañana quien sabe. Los empeños civilizatorios, lo que eso signifiquen, tienen como referente una historia negra donde las potencias; llámese en su tiempo la Grecia clásica, los romanos, los nómadas de siempre: los turcos, los persas (iraníes), los eslavos rusos; y ahora, los EUA/Unión Europea que han impuesto, como constante, sus intereses comerciales bañados en los ríos de las ideologías colectivistas o individulistas y anegados en religiones ancestrales.

 

Las repúblicas “independientes” de Asbajia y Osetía del Sur que Georgia perdió en 2009

Por lo pronto la cruda realidad se impone: la Hacienda pública georgiana está quebrada. Después de una guerra que perdió hace unos años (2008) contra los rusos y que significó que Abjasia y Osetia de sur sean, por el momento, colonias rusas con vestimenta de estados “independientes”. Esta guerra destruyó la moral del pueblo y cercenó el 17% de su territorio. Ante este desastre, Georgia decidió cuidar (con armas de Israel y de EUA) que los ríos de petróleo y gas de los oleoductos y gaseoductos de Uzbekistán y Azerbaiyán lleguen al mar Negro para alimentar a Europa y sostener la prosperidad de la sociedad de mercado.

 

 

 

El nuevo vellocino de oro: petróleo y gas en Rustavi

Tierras mestizas

Su geografía combina glaciares (Cáucaso central); bosques (Cáucaso occidental) y desierto (Cáucaso oriental). Y con la región transcaucásica, entre el mar Negro y el mar Caspio, 700 kilómetros que van de las cuencas de Cólquida a las llanuras de Azerbaiyán, atrevesadas por los ríos Kura, Lori y Alazani que crean un espacio intermedio entre Asia y Europa que la vuelve nodo estratégico, crucial, axial.

Desde el neolítico, estas tierras, los fértiles valles del sur del cáucaso, se convirtieron en fuente de alimentos; aquí se cultivaron las primeras vides y se bebió el primer vino, hace más de 8 mil años. Los griegos crearon ciudades para comerciar con los cereales y los granos que alimentaran la Hélade. Fue la ruta de la seda y ahora es la ruta del gas y del petroleo que une milenariamente Asia con Europa.

Como nodo o nudo social, político y cultural, el Cáucaso es una región con una diversidad étnica impresionante; ha sido habitada, desde siempre, por georgianos, chechenos, abjasios, ingusetios, circasianos, ávaros, lezguinos, armenios, rusos, cosacos, kurdos, azeríes, turcos, osetios, cumucos, griegos, etcétera que configuran una Babel milenaria: se hablan 100 lenguas, agrupadas en familias: caucásicas, altaicas, semíticas e indoeuropeas. Se practican por lo menos 7 religiones: desde el cristianismo georgiano ortodoxo o monofisita pasando por el judaismo, el islam en sus dos vertientes (sunita//chiita),  el bahaismo y el budismo hasta el zorastrismo.

 

El Cáucaso es el paso estratégico de la milenaria ruta de la seda y sus costas en el mar Negro han sido lo mismo el lugar a donde atracó Argos, el barco de los argonautas, y donde ahora arriban los buques petroleros. En las luchas por conquistar estas tierras, desde los diversos empeños civilizatorios (griegos, romanos, escitas, iveros, persas, tártaros, cosacos, turcos), Georgia y sus contrapartes, Azerbaijan, Armenia y Chechenia son espacios sociales distintos y diferenciados; turbulentos, inestables y poderosmente multiculturales que como fonteras resisten los embates de poderosas naciones como la actual Federación Rusa, Turquía, Irán y por supuesto Estados Unidos y la Unión Europea.

La Babel llamada Cáucaso

El nudo de países que conforman el Cácuaso actual

Pero Georgia es y sigue siendo un valladar cristiano (las mayorías ortodoxas georgianas representan un 85% de su población) que convive con minorías como el islam, el judaismo y el catolicismo. Un melting pot compuesto de 100 grupos étnicos diferentes donde sobresalen rusos, armenios y en menor medida azeríes, kurdos, osetios, abjasos, ucranianos, griegos, turcos, judíos, estonios entre otros. Se habla predominantemente georgiano pero también ruso.

Y en este enjambre étnico las carretadas de turistas ucranianos, turcos y rusos devoran su comida, trasiegan su geografía y beben su magnífico y ancestral vino. Pero: ¿Qué es Georgia y qué es ser georgiano [კავკასია]?: Es la habitación de las tierras axiales. De las mitologías me quedo con la que dice que el káukasos era uno de los pilares que sostienen el mundo y donde Zeus encadenó a Prometeo en sus montañas; y, sobre todo, el lugar donde se encontraba el vellocino de oro. Donde siempre ha habitado la tragedia de la guerra.

 

 

 

El Cáucaso vive bajo el designio de las tierras intermedias, entre el oriente y el occidente, Asia y Europa, siempre en disputa y siempre en tránsito. Su diversidad explica su vitalidad histórica pero también su fragilidad; en el transcurso de su larga historia, los grupos han cambiado de lenguas y de religiones, de modelos civilizatorios y de economías; lo que explica que sus sociedades habiten siempre la provisionalidad, la resiliencia; administrando una paradoja histórica: para permanecer han tenido que cambiar. Lo que las hace eternas.

La nostalgia de los mitos fundadores

 

San Jorge y el Dragón; Jasón enfrentando al minotaur

En el Cáucaso pesa la historia y sus mitos: por una parte el relato fundante de la búsqueda y el rescate del vellocino de oro por los argonautas comandados por Jasón para paliar las hambrunas de los pueblos griegos y que dio al hombre el don de la agricultura y la onza para legitimar un gobierno: la  prosperidad y la abundancia de bienes; o la leyenda de San Jorge que representa el triunfo del bien sobre el mal y que en Capadocia significó la superación de los males sociales: Jasón vence a la serpiente que custodiaba el árbol donde se encontraba la zalea y Jorge de Capadocia mata al drágon que devora a las mujeres jóvenes del pueblo y hace vivir al pueblo en el terror permanente.

En ambos casos, tanto la astucia y fortaleza de Jasón como la espada solidaria de San Jorge devuelven al pueblo la tranquilidad y el sentido de su vida, hasta que aparezcan otros males (dragones); y entonces, volverán los jasones por el vellocino de oro (ahora el petróleo que permite la prosperidad) o los san jorges (ahora las limpiezas étnicas que cercenan la vida de los jóvenes). Una historia eterna que se recicla…, y nosotros partimos de la estación de ferrocarril de Tbilisi, en el tren transcaucásico para arribar a Bakú, capital de Azerbaiyan.

 

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