domingo, diciembre 15, 2024

Día internacional de la Alfabetización 2019, UNESCO.

Como es sabido, la UNESCO proclamó el 8 de septiembre como “Día internacional de la alfabetización”, el 26 de octubre de 1966, por lo que desde 1967 se viene conmemorando en todo el mundo. En esta ocasión, la festividad se solidarizó con otras dos actividades, el “Año internacional de las Lenguas Indígenas 2019” y la “Conferencia Mundial sobre Necesidades Educativas Especiales”. Lo que conllevó a que el evento principal convocado por la UNESCO, el pasado 9 de septiembre, se enfocara en el tema de “Alfabetización y multilingüismo”.

En tan importante evento, participó como ponente el Dr. Gregorio Hernández Zamora, académico e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, invitado por la propia UNESCO. Por esa razón, en nuestra sección de “Diálogos Educativos”, nos dimos a la tarea de buscar al doctor Hernández, para conocer sobre su trayectoria académica y profesional, así como sobre su intervención en dicho evento, llevado a cabo en París, Francia, sede de la UNESCO.

Distinguido doctor Gregorio Hernández, muchas gracias por concedernos esta oportunidad de charlar con usted, para conocer sobre usted y poder compartir con nuestra gentil audiencia, que está interesada en saber sobre los actores educativos que intervienen de una u otra forma en el acontecer educativo de nuestro querido México.

Para iniciar, me permito preguntarle, ¿Quién es Gregorio Hernández Zamora y cuáles fueron sus orígenes?

Gregorio Hernández Zamora: Nací en la Ciudad de México, pero crecí en Ciudad Neza en sus tiempos de polvo y lodo, a unos cuantos metros del Río de los Remedios. Mi padre fue pintor de coches y mi madre “ama de casa”; ninguno de ellos tuvo más de 2 años de primaria y ambos fueron parte de la migración del campo a la ciudad en tiempos del “milagro mexicano”, en los años 50 y 60 del siglo XX. Mi padre proviene de una familia campesina de Valle de Santiago, Guanajuato; mi madre de una familia de pequeños comerciantes del estado de Hidalgo, cuyos rasgos físicos nos hacen pensar que pertenece a una ola de migrantes coreanos que llegó a México a inicios del siglo XX.

 

Una niñez y juventud nada sencilla por lo que nos comenta doctor, lo que indica que el deseo de salir adelante, la voluntad y esfuerzo permanente, son factores clave para el desarrollo de las personas. Usted viene de abajo, de una situación complicada, sin duda sus estudios le abrieron el paso en la vida, comparta con nosotros por favor, ¿Cuál fue su formación académica?

 

Gregorio Hernández Zamora: Fui a escuelas públicas en el nororiente de la Ciudad desde el preescolar hasta la prepa. Estuve en dos primarias: La Pradera (colonia del mismo nombre, cerca de donde ahora es la FES Aragón de la UNAM) y República de Sudán (colonia Providencia, a unos metros de Ciudad Neza); secundaria 99 (colonia San Felipe de Jesús, famosa por su mega tianguis de “fierros viejos”, al oriente de la Villa de Guadalupe). Luego fui al CCH Oriente, de la UNAM, donde mi hermana mayor fue maestra toda su vida. Más tarde estudié Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, luego la Maestría en Ciencias con especialidad en Educación en el DIE-CINVESTAV, y finalmente el Doctorado en Educación en Lengua y Cultura Escrita (PhD in Language, Literacy and Culture) en la Universidad de California, campus Berkeley (en el Área de la Bahía de San Francisco).

 

Una gran formación escolar y académica en diferentes escuelas públicas de nuestro país, hasta llegar a su doctorado en una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos de Norteamérica. Nos podría compartir, ¿Cuál ha sido y es su experiencia en el ámbito laboral?

 

Gregorio Hernández Zamora: De niño y adolescente trabajé como ayudante en talleres de pintura, hojalatería y mecánica automotriz, que eran los oficios de mi padre y mi hermano mayor. En ese entonces aprendí a desarmar y armar casi un coche entero (marca VW, especialidad de mi hermano), aunque no llegué a tener la responsabilidad de “maestro mecánico”. Después, cuando era estudiante de licenciatura trabajé como mecanógrafo en las oficinas del SNTE (gracias a que en la secundaria había llevado el taller de Taquimecanografía y fui bueno en eso) y más tarde fui analista de información en el periódico El Financiero, donde aprendí todo sobre la privatización, desregulación y liberalización de la economía mexicana. Tras mis estudios de maestría, fui coordinador editorial de la revista Educación de Adultos del INEA, también fui profesor de maestría en el ISCEEM (Estado de México) y ayudante de investigación de la Dra. Emilia Ferreiro en el DIE-CINVESTAV, donde me inicié en los temas de la alfabetización al participar en un proyecto en escuelas indígenas bilingües en Chiapas y Yucatán, y en otro sobre primarias rurales en cuatro estados del centro del país. De ahí me invitaron a trabajar como autor y diseñador de materiales educativos en el PRONALEES, donde fui responsable de los libros de texto gratuito de Español de primero y segundo de primaria, y de los ficheros didácticos para maestros de 5º y 6º de primaria. Más tarde pasé a coordinar el área de Lengua y Comunicación de un programa de secundaria a distancia para adultos, llamado SEA, que dejé cuando me fui al doctorado a Berkeley. Regresando del doctorado fui coordinador académico de Español del nuevo modelo de la Telesecundaria, donde pudimos desarrollar materiales impresos y audiovisuales con mejores fundamentos teóricos y prácticos, pero a los funcionarios de la SEP de ese entonces no les pareció que tuviéramos ideas creativas que no cazaban totalmente con los acartonados planes y programas que en ese entonces aprobaron bajo el nombre de “RES” y luego “RIES” (Reforma Integral de la Educación Secundaria, nombre adecuado porque en verdad la ves y te ríes de lo ridículo de su terminología y planteamientos). Nos sacaron abruptamente por no querer hacer “libros de Estado” (así dijeron los altos funcionarios de la SEP). En fin, tras salir de ahí, me contrataron durante año y medio como investigador en el Centro para las Américas, de Vanderbilt University, en la bonita y musical ciudad de Nashville, Estados Unidos. Regresé con el posdoctorado y me costó más trabajo que nunca conseguir trabajo (por estar sobre-calificado), pero a través de gente bondadosa y solidaria obtuve unas horas de clase en la licenciatura en lenguas en la FES Acatlán de la UNAM, después otras en el posgrado en Pedagogía en la FES Aragón (donde creamos la línea de Lengua y Cultura Escrita). Simultáneamente hice libros de español para editorial Santillana y finalmente fui contratado como profesor-investigador de tiempo completo en la UAM Cuajimalpa. Recientemente me cambié a la UAM Xochimilco donde estoy adscrito al Departamento de Educación y Comunicación.

 

Verdaderamente muchas experiencias laborales, desde nobles oficios manuales, hasta editor de libros y docente en diversas y prestigiosas universidades, sin dejar de lado su experiencia por la SEP. Un gran curriculum doctor.

Por otro lado, en el entendido que la UNESCO lo invitó a participar en la celebración del “Día internacional de la Alfabetización 2019”, ¿Nos podría compartir sobre su experiencia en este importante evento?

Gregorio Hernández Zamora: A mediados del 2019 recibí un correo de la UNESCO donde me invitaban a participar como ponente en la Conferencia Internacional que realizarían este año en su sede en París, Francia, pues consideraban que mi trabajo en los temas de lengua, cultura y educación resultaba relevante para los fines de esta Conferencia. Este año la UNESCO eligió como tema central de la conferencia la relación entre literacidad y multilingüismo, y organizó cuatro mesas temáticas con especialistas invitados de todo el mundo. Me tocó participar en la mesa 3, sobre Literacidad, Multilingüismo e Inclusión, junto con el profesor Joseph LoBianco, de la Universidad de Melbourne, la Dra. Barbara Trudell, directora de investigación del Instituto Lingüístico de Verano, y el profesor Kamel Kherbouche, director de la Oficina Nacional de Literacidad y Educación de Adultos de Argelia. La mesa discutió alrededor de la pregunta general de cómo lograr la inclusión de los jóvenes y adultos de bajas habilidades de literacidad a través de oportunidades educativas dentro y fuera de la escuela, considerando el actual contexto de multilingüismo que ha emergido en el mundo a raíz de las migraciones masivas y de las luchas por el reconocimiento de las lenguas indígenas en diversas partes del mundo.

Imagen 2. Dr. Gregorio Hernández Zamora, en compañia de academicos y especialistas invitados por la UNESCO, en la celebración del “Día Internacional da la Alfabetización 2019”. París, Francia.

Un gran reconocimiento el que le hace la UNESCO, al reconocer su trabajo en los temas de lengua, cultura y educación. Muchas felicidades doctor, un justo reconocimiento a sus aportaciones al conocimiento en las líneas de investigación en que participa. Asimismo, me gustaría preguntarle, desde su formación y experiencia en estos temas, ¿Qué percepción tiene de la Alfabetización en el momento por el que transita la sociedad mexicana?

Gregorio Hernández Zamora: Por diversas razones, y a pesar de la importancia demográfica, política y económica de nuestro país en el mundo actual, México es uno de los países con los más bajos niveles educativos y de alfabetización en el mundo. Alfabetización no en el sentido básico de capacidades de decodificación del alfabeto, sino en el sentido de capacidades de pensamiento y comunicación verbal, especialmente en la modalidad escrita. En esto hemos sido consistentes como país al quedar en los últimos lugares en casi todas las pruebas nacionales e internacionales que evalúan las capacidades de lectura, escritura y pensamiento crítico; así como en las encuestas y evaluaciones académicas y gubernamentales sobre las capacidades de escritura y pensamiento verbal entre alumnos de todos los niveles, incluyendo los alumnos universitarios. Es una problemática compleja y muy seria, pues el desarrollo lingüístico es la base del éxito escolar y, más allá de la escuela, es también la base del desarrollo sociocultural en un sentido más general y del ejercicio de una ciudadanía crítica y activa. No es casual que a la par de nuestros pésimos resultados en evaluaciones, encuestas e investigaciones cualitativas sobre el lenguaje, la lectura y la escritura de los jóvenes, seamos hoy una de las sociedades más mal habladas del mundo hispanohablante. Y no es una cuestión de moralidad y normas de “buen lenguaje”, sino de la conexión inextricable que existe entre lengua, cultura y cognición, y cómo las prácticas culturales de lenguaje expresan justo lo que la gente conoce y lo que la gente valora culturalmente en un momento dado de su historia social. Como lo señalé en la conferencia de la UNESCO, el problema educativo fundamental en nuestros países del sur ex colonial es que las mayorías de clase trabajadora son eternos principiantes en el manejo de la lengua en general, y de la lengua escrita en particular. Es decir, el problema no es la lengua que hablan (español, nahuatl, etc.), sino la variedad social de la lengua, el nivel de dominio que tienen sobre ella, y el contenido de lo que dicen. Visto así, la exclusión se da tanto para los hablantes de lenguas indígenas como para los hablantes de las lenguas nacionales mayoritarias.

Es preocupante el escenario que ostenta nuestro país, pero considero que es una realidad que se debe afrontar si de verdad se quiere transitar a conformar una mejor sociedad. Por otro lado, tomando en cuenta que vivimos en un mundo totalmente globalizado e interconectado por diversas tecnologías, ¿Qué opinión tiene sobre la importancia de la Alfabetización en relación a la era digital que vive la sociedad?

Gregorio Hernández Zamora: Sin duda es importantísimo el papel de las nuevas tecnologías digitales en el mundo actual, pero yo no usaría la palabra “alfabetización” para referirme a la enseñanza-aprendizaje de dichas tecnologías.

Las nuevas tecnologías digitales son el equivalente actual de la máquina de vapor que dio origen a la Revolución Industrial en el siglo 18. Es decir, son un avance científico-tecnológico de tal magnitud que está provocando cambios radicales en todos los órdenes de la vida social. Si la máquina de vapor posibilitó la producción en masa y, con ella, la súper explotación del trabajo, la urbanización, la explosión demográfica, el capitalismo mundial, el fin del feudalismo y el consecuente ocaso del poder teológico-monárquico, la actual revolución digital está provocando una auténtica revolución cognitiva, educativa y cultural, por citar sólo algunos aspectos que nos interesan a los educadores.

Para entender por qué es tan poderosa la revolución digital es necesario entender la palabra “digital” y, por tanto, establecer la conexión y la diferencia con la palabra “alfabetización”.

Digital es lo opuesto de analógico. Lo analógico es aquello que se parece físicamente a lo que representa. Un mapamundi, por ejemplo, utiliza líneas para representar los bordes de los territorios y mares de manera análoga o “parecida” a los accidentes geográficos reales. Otro ejemplo son los tocadiscos, tecnologías que utilizaban surcos labrados sobre discos de acetato para representar ondulaciones en el aire, que es como se produce el sonido. Un último ejemplo es la fotografía analógica, que capta las luces, sombras, bordes y siluetas de objetos reales, y los “dibuja con luz” (foto-grafía = dibujar con luz) sobre una superficie física (película fotográfica, que después se imprime en papel). Es decir, la fotografía analógica “copia” lo visible en una superficie reproducible (película, papel).

En cambio, las tecnologías digitales rompen totalmente con la idea de representar y reproducir un fenómeno físico mediante objetos análogos. En el mundo digital todo, absolutamente todo lo que existe en el mundo físico (incluyendo imágenes, sonidos, y objetos 3D tales como edificios, ciudades, máquinas, y hasta organismos biológicos) se puede representar mediante símbolos que en nada se parecen a lo que representan. Se trata del famoso código binario, que es un sistema basado en ceros y unos (0, 1), es decir dígitos (de ahí lo de “digital”). Un cero o un uno es la unidad mínima de información que se denominan bit (abreviación de binary digit o dígito binario). Una combinación de 8 bits crea un byte y una secuencia larga de bytes (kilobytes, megabytes, gigabytes, terabytes) es capaz de almacenar cantidades inmensas de información y representar lo que sea: imágenes, sonidos, formas, colores, texturas, movimientos, volumen, etc., etc.

¿Dónde está lo revolucionario? Entre otras cosas, en la velocidad con que se puede transmitir la información codificada en ceros y unos. ¿Por qué importa esto? Porque las computadoras (hardware) son aparatos que funcionan con electricidad y la electricidad viaja a la velocidad de la luz. De hecho, la electricidad es luz, y la luz eléctrica sólo conoce dos estados: off y on (apagado-encendido). Esto es raro, lo sé, y a mucha gente le tiene sin cuidado, pero es el núcleo de la revolución digital, porque este sistema permite que, por ejemplo, una escena grabada en video digital en un punto del planeta (video que en sí no es otra cosa que un archivo enorme que contiene ceros y unos) pueda enviarse de manera casi instantánea a cualquier parte del planeta. Esto no parece gran cosa, pero lo es. Antes de la revolución digital, un video era un objeto material (un rollo de película) que tenía que meterse en un avión para ser llevado exclusivamente a otro punto del planeta, no a todo el planeta. Es decir, su producción y circulación era lenta, aparatosa (las cámaras de película analógica eran grandes, pesadas y muy caras). En fin, no abundaré en esto. Sólo señalo que así como se puede convertir en ceros y unos (y comunicarlos a la velocidad de la luz) una secuencia de imágenes o de sonidos, teóricamente se puede convertir un hígado, una mano, una planta, hasta el planeta entero… y esto se está haciendo.

Bien, una conexión importante entre los conceptos digital y alfabetización, es que en ambos casos se trata de sistemas simbólicos abstractos, basados en el uso de elementos (signos) que no se parecen en nada a lo que representan. Aunque la alfabetización se considera lo más “básico” y en cierto sentido lo más simple de la educación, las letras del alfabeto son un sistema complejo, porque es abstracto (como el sistema binario) y mucha gente, incluidos muchos maestros de escuela, no logran captar la naturaleza esencialmente abstracta y conceptual de la escritura alfabética, por lo que tienden a reducirla a una “herramienta” que puede usarse con mayor o menor “habilidad”. En tanto tecnologías, como las letras (el alfabeto) sí son una herramienta del lenguaje oral (una manera gráfica de representar los sonidos del habla), pero el lenguaje oral es, a su vez, un sistema simbólico totalmente abstracto, pues las palabras no se parecen en nada a lo que representan. A su vez, el lenguaje oral es una herramienta del pensamiento humano. Los símbolos, tanto alfabéticos como binarios son, por tanto (y como diría Umberto Eco) signos de signos y su poder radica justo en eso: permitir la representación no sólo de cosas materiales sino también de ideas abstractas. Entonces, si el alfabeto es herramienta del lenguaje oral y el lenguaje oral es herramienta del pensamiento, que por definición es abstracto y conceptual, lo esencial de la alfabetización es la apropiación conceptual y el pensamiento abstracto, pero en México y en muchas partes del mundo, los educadores y alfabetizadores creen que alfabetizar es enseñar la herramienta en sí, y no la finalidad de esa herramienta (representar, exteriorizar ideas abstractas).

Y justo esto está pasando con las tecnologías digitales en el medio educativo. Se considera que son sólo “herramientas” y que su aprendizaje es el aprendizaje de una “habilidad”. Se pierde de vista su esencia conceptual, así como su capacidad creativa y productiva. Así, hoy se enseña a “leer” información pero no a producir información, y menos a hacerlo en el lenguaje propio de estas tecnologías, que es el llamado código. Mientras en Norteamérica y otros países se insiste en que todo mundo debería saber codificar, en nuestros países del Sur, se afirma que lo único que necesitamos es saber “usar las TIC”. Es como la diferencia entre aprender una lengua extranjera (por tanto, hablarla y escribirla) y ver sólo programas de televisión en lengua extranjera (por tanto, sólo escucharla sin desarrollar capacidad para producirla).

Finalmente, siento que hay un uso excesivo de la palabra “alfabetización”, cuando se emplea en frases como “alfabetización digital”, “alfabetización informacional”, “alfabetización tecnológica”, etc. En todos estos casos se trata de usos metafóricos de la palabra alfabetización, que se ha convertido en un comodín para decir “aprendizaje de lo que sea”. No importaría esto, si no fuera porque hay palabras más específicas para nombrar cada cosa, y es claro que usar las tecnologías digitales implica aprender una variedad de cosas (como codificar o programar, manejar software o aplicaciones diversas, producir y editar imágenes y sonidos, etc.), y no “alfabetizar” (enseñar el alfabeto). En fin, esta es sólo una pequeña disquisición sobre el tema, pero hay una infinidad de aspectos en que la revolución digital está impactando la educación, por lo que esta conversación debe seguir en otros espacios (ver, por ejemplo, Hernández 2015a, 2015b, 2018).

Un amplio panorama el que nos ha compartido acerca de la relación entre tecnologías digitales y alfabetización. Gracias por poner a discusión estos conceptos y su interrelación, creo que eso es lo que hace falta para tratar de comprender desde otro ángulo estos temas. Sin duda, la discusión debe seguir. Gracias por recomendarnos parte de su trabajo en estos temas.

Finalmente, desde el reconocimiento y distinción a su trayectoria como especialista en el tema de la Alfabetización, que le hace la UNESCO, quisiera aprovechar para preguntarle, ¿Qué consejos o sugerencias les daría a los tomadores de decisiones en el tema de la alfabetización en México?

Gregorio Hernández Zamora: Podría decir muchas cosas, pero me limito a tres que planteé en la conferencia de la UNESCO. Primera, hay que abandonar la idea de que lo que hoy se necesita enseñar y aprender son “habilidades”, no conocimientos. Segunda, y en congruencia con la anterior, necesitamos dar acceso a la población de bajo nivel económico y educativo a conocimientos substantivos, no sólo a habilidades. Y tercera, la mejor intervención que el Estado podría hacer en educación es NO intervenir. Explico cada una.

Primero, seguir pensando y hablando de la alfabetización o de la lectura y escritura como “habilidades” es conceptualmente errado y políticamente sesgado. Es errado porque leer y escribir son actividades lingüísticas, es decir son la puesta en acción del pensamiento verbal, y el pensamiento verbal no existe sin contenido. Para poder leer y escribir de manera creativa, significativa, inteligente y crítica, la gente debe poseer conocimiento, ¿de qué?, de muchas cosas: del mundo natural y del mundo social, del pasado, del presente y del futuro; de uno mismo y de los demás; de la cultura propia y de las culturas ajenas, etc., etc. No se puede pensar con puras operaciones sin contenido. Para quienes trabajamos en la educación superior esto es clarísimo: cada año recibimos cientos de jóvenes cuyo conocimiento es casi nulo en una variedad de asuntos, temas y materias que ya han “visto” en toda su escolaridad previa. Sin embargo, es claro, también, que siempre hay un sector minoritario (no más de un 3% del estudiantado) que llega a la universidad con un capital cultural que les permite plantear preguntas interesantes y relevantes; plantear juicios y análisis inteligentes; asimilar el conocimiento nuevo de los libros y las clases; en fin, seguir aprendiendo de manera más eficaz. En este sentido, los discursos y las políticas que prescriben que para las clases populares lo principal es aprender “habilidades”, “herramientas”, “aprender a aprender”, no sólo pierden de vista la importancia fundamental del capital cultural para seguir aprendiendo, sino que condenan a las mayorías al rezago, pues es claro que muchos de los jóvenes que llegan con un buen capital cultural provienen de escuelas privadas o han cursado ya una primera carrera. Quienes no tienen estas posibilidades están en una gran desventaja.

Segundo, es claro que los alumnos no llegan sin saber nada, pero buena parte de lo mucho que saben son datos inconexos e irrelevantes, conceptos equívocos o confusos, y grandes lagunas en conocimiento que debería estar ya establecido. Por citar un solo ejemplo que marca una diferencia en la desigualdad educativa: la gran mayoría de alumnos que pasan por escuelas públicas no han vivido una experiencia literaria significativa. Es decir, no han leído obras relevantes de ningún tipo. Muchos logran identificar con trabajos nombres de algunos escritores o de algunas obras famosas, pero jamás las leyeron, mucho menos las analizaron, discutieron y reflexionaron. Entonces, cuando queremos hacer cualquier tipo de referencia o analogía basada en ese tipo de conocimiento, resulta que están en ceros y sólo queda ignorarlos y seguir con la clase (dejarlos atrás una vez más) o regresar la clase a nivel de secundaria o prepa (incluso de primaria). Cuando digo “conocimientos substantivos” me refiero, siguiendo el ejemplo de la literatura, al tipo de temas, ideas y conceptos que provee este tipo de material; ideas sobre la vida y la muerte, sobre la soledad, el amor, el odio o la desesperación; sobre eventos y personajes históricos; sobre los dilemas de la vida y las múltiples formas de entenderlos. Es decir, el tipo de cosas sobre las que es importante saber y pensar dentro y fuera de las escuelas. Darle a la gente sólo “habilidades” y “herramientas” es como darles una hamburguesa sin contenido, los puros panes secos. Eso es lo que en gran medida ha estado haciendo la educación pública por décadas: reducir su función a entrenar mano de obra barata.

Tercero, como lo expuse en la UNESCO, ante la pregunta de qué políticas e intervenciones del estado serían recomendables, estoy convencido que al menos en nuestros países ex coloniales, la mejor política sería que el estado deje de intervenir, o que intervenga sólo para respaldar, fortalecer y legitimar las diversas propuestas e iniciativas de actores educativos que en los hechos han trabajado durante décadas, pero siempre a la sombra de las llamadas “reformas educativas” que sexenio tras sexenio derrumban y proscriben toda idea y toda práctica que se sale del paradigma y la moda oficial. Cito un fragmento de mi ponencia en la UNESCO: “Es indispensable reconocer y validar la diversidad de pedagogías que realmente existen y desmantelar de una vez por todas la ilusión de los programas y enfoques únicos, estandarizados y obligatorios. Cada vez que se impone una reforma educativa vertical se mata la creatividad de miles de educadores y diseñadores educativos cuyas ideas no encajan en el credo oficial.”

Imagen 3. Dr. Gregorio Hernández Zamora en la UNESCO. París, Francia.

Tiene mucha razón al mencionar que por décadas, las políticas educativas se enfocaron únicamente en generar mano de obra barata —lo cual deseamos y estamos seguros de que no seguirá sucediendo— sembrando la ilusión en muchos estudiantes, de que el éxito sólo sería conseguir un empleo bien remunerado. Lo que dejó de lado el desarrollo de conocimientos substantivos a los que usted se refiere, que permitieran a los jóvenes estudiantes, comprender y participar en el mundo de una forma distinta.

Es cierto que numerosos actores educativos han estado a la sombra de las autoridades educativas, y por tanto no han podido desarrollar sus propuestas, basadas en sus propias experiencias. Es importante dar confianza, apoyo y credibilidad a los profesores mexicanos.

Le agradezco infinitamente las palabras, experiencias y reflexiones que nos ha compartido, estoy seguro de que serán de gran apoyo para los lectores y actores educativos que siguen nuestros diálogos en favor de la educación.

¡Mi respeto y admiración para usted, Dr. Gregorio Hernández Zamora!

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