Aletia Molina
Si un periódico se publicara hoy con las páginas en blanco, ¿dónde se informaría?
Si prendiéramos la televisión y solo viéramos una pantalla en negro; si sintonizara la radio y no escuchase más que silencio; si se conectase a su red social favorita y no encontrara información, ¿dónde buscaría las últimas noticias?…
Si a un periodista lo asesinan por el desempeño de su trabajo, el asunto es muy claro, buscan callarlo porque está haciendo o diciendo algo que la autoridad omite: investigar y denunciar un ilícito.
La cuestión es doblemente grave, porque además de que el comunicador pierde la vida, el mensaje al resto de la sociedad es demoledor: no busquen la verdad, las reglas democráticas son una simulación, sólo debe prevalecer la impunidad.
Para que tal fenómeno ocurra, es necesaria una compleja red de complicidades entre los integrantes del poder público (y en ocasiones privado), con el crimen organizado, en un ámbito se detectan los reporteros incómodos y en el otro los ejecutan.
En este sentido, los más interesados en que los pretendidos cambios de régimen sean cosméticos, son estos grupos fácticos que en su estrategia, fusionan las esferas del quehacer público con el criminal… es difícil diferenciar entre ‘buenos y malos’.
Por ello, la labor periodística es una amenaza real a ciertas proporciones de la sociedad, las que para mantener sus intereses echan mano de cualquier recurso, porque una cosa es cierta: están dominadas por la ambición, el poder y el dinero.
Aunque el problema es ya viejo, lo novedoso es que los grupos que antes eran el brazo armado de un determinado proyecto, ahora son sustituidos por sicarios ‘de proximidad’, ya no más mercenarios centroamericanos o jubilados de alguna policía política, ahora el remedio para sembrar terror está a la vuelta de la esquina.
El objetivo es preservar los privilegios de una minoría que actúa bajo la tutela del poder político y que juntos se valen, de los que dicen combatir, para sobrevivir.
Si no hay una eficaz procuración y administración de justicia, ya estamos condenados.
@AletiaMolina