Aletia Molna
Hace varias décadas del México moderno -surgido después de la Revolución Mexicana-, el Estado de México y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mantuvieron una estrecha correlación política y de poder que llevó a consolidar a la entidad como un bastión para el tricolor.
Durante años se dijo que las relaciones que se establecieron en territorio mexiquense influían profundamente en el país, tanto, que surgieron mitos como los del Grupo Atlacomulco, además de dinastías como la Del Mazo, misma que gobernó por tres generaciones y que hoy representa la herencia priista en la entidad.
La pérdida de poder político, aunado al económico que ha enfrentado el instituto al perder la Presidencia de la República -primero del año 2000 al 2012; seguido del 2018 a la fecha-; sumado al nacimiento del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), hacen muy poco creíble que el Partido hegemónico que se consolidó en el siglo XX, siga siéndolo.
Por ello, la elección del 2023 podría representar una oportunidad valiosa para que la Cuarta Transformación, el movimiento que creó López Obrador, se afiance como el líder del nuevo régimen político de la nación.
Aunque muchos especialistas, incluso sectores de la ciudadanía, consideran que el triunfo de Morena en el Estado de México podría ser la consolidación del movimiento; más allá de lo que el partido pueda ganar políticamente, el verdadero triunfo realmente será simbólico.
Más que un golpe al PRI o su mismísimo Waterloo, habría que recordar que el PRI cavó su propia tumba hace tiempo y aquellos sectores que todavía mantenían la inercia nacionalista en el PRI, poco a poco se han ido decantando, por lo que esa herencia ahora “es muy excepcional”, ante lo cual, perder el Estado de México no significará una antesala de lo que podría ocurrir en las elecciones del 2024 para Morena, más bien, significaría la desaparición del Revolucionario Institucional.