Aletia Molina
Al presidente le encanta que le tomen fotos al lado de árboles frondosos, dice que los adora. Sin embargo, la Comisión Nacional Forestal, la entidad encargada de protegerlos, sufrió este año otro recorte presupuestal, cerca de 9%, con lo cual acumula una disminución de más de 40%.
Los efectos se hacen trágicamente patentes en cada “temporada de incendios”, como la que dramáticamente ocurre ahora.
No sólo el gobierno, sino los mexicanos, como nación, deberíamos poner nuestro dinero donde está nuestra boca: en lo que atañe a la preservación de lo que nos queda de bosques; también han sido recortados drásticamente los recursos de organismos como la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, de la mano del presupuesto del sector ambiental en general.
Paradójicamente, ahora que tenemos el flamante programa Sembrando Vida con etiqueta de prioridad nacional, el panorama pinta cada vez peor. Recibe 10 veces más dinero que Conafor, pero se acumula evidencia de que más que proyecto socioambiental, lo que queda es un despliegue de clientelismo político cargado de opacidad y desorden.
El resultado forestal neto es negativo: tala de árboles para, en el mejor de los casos, plantar otros.
No es difícil entender el origen del desastre: se abandonan programas basados en mejores prácticas internacionales, como el Pago por Servicios Ambientales, que remunera a comunidades por cuidar sus bosques, para incentivar que los arrasen para sembrar frutales y maderables, y recibir 5,000 pesos mensuales por cada 2.5 hectáreas. Si el programa no jala, como ya se ve, quedan con una parcela agrícola para otros usos.
Esto es cultivo de afinidades políticas más que de árboles. Adiós bosques, a cambio de un paliativo temporal a familias extremadamente pobres, con el costo colateral de un deterioro ecológico potencialmente radical de su entorno: de la deforestación y pérdida de biodiversidad a procesos de empobrecimiento hídrico y de los suelos.
Para mayor contradicción, mientras se queman y talan más bosques y selvas, con cada vez menos bomberos y guardabosques para salvarlos. Más aún, pero todavía peor es que el presidente se puso a presumirlo en una cumbre sobre cambio climático, postulado como la propuesta de México.
Como una especie de broma pesada: para no presentarse en el foro como el invitado que no trae nada, mostrar a públicos internos y votantes cautivos la proverbial perseverancia (aunque sea en el error) y dispositivo retórico para desconcertar e importunar al vecino poderoso con un planteamiento migratorio tan singular como incoherente e inviable.
“Si vas a sembrar café o cacao, pues son tres años, te apoyamos tres años, pero a los tres años, ya que tengas tu cultivo, ya tienes derecho a una visa de trabajo por seis meses para Estados Unidos. Vas seis meses y regresas a tu pueblo. Y luego tres años después de tener tu visa de trabajo, con buen comportamiento, ya tienes derecho a solicitar tu nacionalidad estadounidense. Eso es ordenar el flujo migratorio”.
Tal cual, otra ocurrencia y una vergüenza mundial.
¿De verdad esa va a ser la aportación de nuestro país ante el mayor desafío de la humanidad? Al mismo tiempo que el gobierno dobla la apuesta a la energía fósil: cuando por encima del lema “por el bien de todos, primero los pobres”, se subvenciona una petrolera que el año pasado tuvo pérdidas por más de 21,000 millones de dólares, lo que incluye construir una refinería, que no se necesita, donde debería haber manglares.
Todo eso mientras en el resto del mundo la tónica es la desinversión de ese sector, con dinero a raudales y tasas de interés históricamente bajas para invertir en antídotos y alternativas sustentables.
El problema es que lo que parece una comedia del absurdo puede derivar en una desgracia. Las crisis climática, migratoria y forestal son reales y demandan actitudes y respuestas no sólo urgentes, sino determinantes, no ocurrencias.
@AletiaMolina