Por Mouris Salloum George
Igual que en 1938 hoy requerimos abrevar de nuevo en un modelo nacionalista que corresponsabilice a los factores de la producción, sectores y clases, en la elevación de la productividad y el mejoramiento de la competitividad para insertarlos en una estrategia renovada de fortalecimiento del mecado interno para resistir las presiones en el frente internacional.
Establecer claramente las obligaciones y competencias del Estado para asegurar los grandes equilibrios políticos, económicos y sociales que definen techos, pisos y procedimientos para elevar la eficiencia.
Recordar siempre que históricamente el nacionalismo mexicano representa el resumen de las luchas del pueblo ante la codicia extranjera por apropiarse de los recursos naturales.
Que políticamente, el nacionalismo es la expresión de los rasgos más valiosos de nuestra identidad comunitaria: la defensa de la libertad, las raíces ancestrales y nuestras convicciones colectivas.
Que socialmente, el nacionalismo convoca a la cohesión cultural en torno a la dignidad de la persona, la integridad de la familia, el interés general de la sociedad en la preservación de la igualdad de derechos y obligaciones, rechazando los privilegios de grupos de presión con intereses particulares.
Que, sin temor a equivocarnos, aseguramos que ninguna ideología política tiene más sólido fundamento constitucional en algún país que el nacionalismo en México.
Entender lo que quisieron decirnos los Constituyentes de 1917 que urgieron al pueblo de México a atender, sin hostilidades ni exclusivismos, la comprensión de nuestros problemas, el aprovechamiento integral de nuestros recursos humanos, naturales, financieros y tecnológicos, enfocándolos a la defensa de la independencia política y la preservación de la soberanía.
Que nuestra actitud y credo nacionalista contribuya a disminuir los índices de pobreza, desempleo, desigualdad material y lograr un reparto equitativo de la riqueza pública, para honrar la tradición nacionalista y democrática del pueblo mexicano.
Las clases medias y nuestro lugar en el mundo.
Los regímenes mexicanos de todos colores han actuado como si las clases medias tuvieran un umbral muy alto de resistencia a la opresión, como si se les considerara blandengues, apáticas o retraídas. Los ideólogos de los políticos huehuenches no han reflexionado todavía en su potencial de revuelta. Aunque los ejemplos están a la vuelta de la esquina.
El panorama latinoamericano y sus incursiones en la democracia real dan fe, confirman a diario la potencialidad expansiva de la clase media. Los fenómenos de grandes alianzas populares en el Cono Sur son prueba de ello. Países que creían que jamás iban a despertar del yugo militarista, son hoy demoracias florecientes, con toda la barba.
Ni la opresión asfixiante del Imperio, salvaguardando los intereses de las empresas transnacionales asentadas en esos territorios, han podido contra el empuje democrático y revolucionario de las clases medias, un ejemplo de ilustración, cultura y ambición de cambio social.
Hasta en el extremo nazifascista, las dictaduras de Hitler y Mussolini, no hubieran sido posible sin el apoyo inicial de las clases medias, cansadas de décadas de deudas externas y de guerra impagables, de miseria social y de bajos niveles de vida y de consumo. Que fue el camino equivocado, sin duda, pero de que su particular fue fundamental, está por demás decirlo.
Y es que las clases medias no son apáticas, ni desorientadas. Forman el núcleo duro de las transformaciones, están en la punta de la estampida de la defensa de los derechos humanos y civiles, son la conciencia crítica y moral de una Nación.
Aparte de que son el motor de las revoluciones modernas y la base para el fortalecimiento del mercado interno, plataforma de despegue de todo intento de desarrollo. El éxito de cualquier sistema político pasa primero por el cedazo de las clases medias, igual que su autonomía, su independencia y su viabilidad.
Un país no es nada si no tiene de su lado a las dinámicas clases medias. Son su raíz y razón, su punto de referencia internacional para calibrar su nivel de desarrollo, su productividad, su competitividad y la medida de su lugar en el mundo.