Por Mouris Salloum George*
El misticismo árabe, conocido universalmente como sufismo, apareció por primera vez en el Islam hace mil trescientos años. Al arraigarse se convirtió en una corriente filosófica -religiosa que se extendió rápidamente a todo el mundo conocido. Su carta de naturalización consistió en la gran fuerza espiritual que significó.
Cuando el sufismo se extendió por el mundo árabe muchos musulmanes sólo prestaban atención a los valores materiales. Después de practicarlo empezaron a luchar contra los enemigos interiores : la envidia, la arrogancia, la parsimonia, la pereza. Tornaron su vida alrededor de más variadas canastas de valores.
Es célebre la leyenda antiquísima que circula desde hace centenas de años en la capital antigua de la ruta de la seda, Samarcanda, actual Uzbekistán, donde los sunnies de hoy se recrean recordando aquél famoso concurso de sabios, convocado desde la sede del Sufismo, para encontrar la oración que resumiera el sentido de la vida.
Para ese fin se reunieron en la monumental Samarcanda los sabios provenientes de todos los sultanatos islámicos, desde Egipto y el Turquestán, hasta Asia menor. Durante muchas lunas de discusiones, resultó vencedor el sufí que elaboró la más completa:” Todo pasa”. Así, como suena.
La frase quedó grabada en todos los frontispicios de las academias y de los centros de estudios avanzados del Islam. Se consideró desde aquella ocasión como una joya mayor del pensamiento hasta entonces conocido, y rebasó el espacio tiempo de toda creencia. En efecto, la frase “Todo pasa”, llegó a ser el sumum en esa importante franja de la civilización antigua.
Nada podía ser superior a este pensamiento que, más que resignación, es el punto de partida de toda esperanza. Los que vivimos, atrapados entre el desorden y la iniquidad clamamos constantemente porque todo pase. Que nada dure una eternidad. Que las metas de igualdad y de civilización sean asequibles toda la vida.
Que nada sea superior a nuestras fuerzas, que nada sea lejano a nuestros conocimientos, que nada sea inalcanzable para nuestros sistemas de vida, para nuestros modos y maneras de concebir la justicia, la paz, la dignidad y el decoro humanos. Que todo llegue, aunque sea por una vez en nuestra existencia, en nuestro entorno. Paz y libertad para todos.
Muchas veces quisiéramos cerrar los ojos para negar la realidad afrentosa, para desaparecer de cuajo las desigualdades, para borrar las injusticias, para que reine la concordia.
Cuando en el frente externo fracasa la reelección del republicano Donald Trump y la diplomacia mexicana está pendiendo de un hilo muy delgado, en estos momentos de desconcierto y de reclamo ciudadano, urge que desde todos los frentes de la opinión pública se señale a los responsables de informar al presidente del desempeño obtuso de muchas acciones de gobierno. Después puede ser demasiado tarde….y todo puede pasar.
Aquí, es bien sabido, nunca pasa nada, gritan a voz en cuello los irresponsables,…hasta que pasa. Y nunca nos ha pasado ni la mínima parte de lo que puede suceder por varias mal informaciones desquiciadas. La deuda externa de Pemex, después de la pérdida del grado de inversión del país hace agua y nos va a obligar a dolores de cabeza de reyerta.
Más del setenta por ciento del gasto social programado para el año próximo no estará sujeto a evaluación, monitoreo, seguimiento ni reglas de operación. Las reformas al Código Fiscal de la Federación, redactado para buscar dinero hasta abajo de las piedras, con el sacrificio mayor de los causantes cautivos, puede dar al traste con la convivencia.
Noventa y siete por ciento de árboles del programa “Sembrando vida” ya están muertos. Alguien tiene que responder de estos atentados al sentido común, a la lógica y a la sensatez.
Algunas cosas para que nunca pasen, no deben dejarse pasar. Si no lo hacemos a tiempo, nos podemos arrepentir. Es mejor hacerlo a tiempo. Que tengan razón los sufis de Samarcanda…y que todo pase sin consecuencias punibles. Vale.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.