Por Mouris Salloum George
Siempre que me reúno con los antiguos guardianes de la tradición política mexicana, en el recinto que sea, surge una vieja discusión que ha marcado el desarrollo de ese arte. De lo que sea que se platique, emerge en el debate entre amigos la cuestión subyacente: qué es más importante, el manejo del dinero o de las estructuras del partido gobernante para ganar una elección.
Claro que la cuestión primigenia es la ascendencia del partido entre la población y las respuestas que el gobierno en turno haya tenido para las necesidades más sentidas, la sensibilidad con la que se haya hecho el trabajo, el oficio para mantener viva la esperanza.
Finalmente el político en todas latitudes es un zurcidor de almas: los votantes o los pretendientes a las postulaciones descargan en él todas las emociones, la pasión y, desde luego, sus merecimientos y su trayectoria en el servicio. Como nadie quiere quedarse atrás, usted se imaginará que el político también es el fiel de esa balanza con distintas ilusiones.
Parece sencillo, pero no lo es. En los paralelogramos de fuerzas que se manejan siempre hay una tabula rassa para escoger al mejor o al menos malo, las cualidades que harían que uno fuera mejor que otro. La enorme magia que alguien debe tener para suscitar las simpatías del electorado y las confianzas, la credibilidad en la buena representación.
Juega un papel primordial hasta el ángel que manejen los postulantes. La disposición de tiempo y la paciencia para someterse con caballerosidad al escrutinio público que significa una campaña electoral, por grande o pequeña que sea la demarcación que se pretende representar ante cabildos, cámaras legislativas o gobiernos estatales.
Y éso es precisamente lo que ahora se encuentra en el tapete de las discusiones ante la inminencia de la elección federal y las locales que se dilucidiran el próximo primer domingo de junio. Dicen que se trata de la elección de cargos más grande de la historia política de este país.
Pero lo que está a discusión en los comicios y ante las urnas que son las alcancías de la democracia es algo más profundo: el referéndum a un gobierno que postuló en campaña la transformación del régimen, el gobierno y el sistema de vida o decantarse por la continuación del aparato público como había venido funcionando durante las últimas nueve décadas.
Los ciudadanos han comprobado que las posibilidades de desarrollo político, económico, social y cultural del país están demasiado limitadas por las condiciones estructurales de la economía internacional, por su cercanía con el gigante del Norte, por la idiosincrasia del pueblo, que no acepta que haya más cera que la que arde, entre muchas otras consideraciones, que un pueblo con la proverbial sensibilidad del mexicano nunca pasa por alto.
Un país con las riquezas geográficas, los recursos naturales y el gran territorio marítimo y terrestre como el nuestro, es algo muy difícil de desentrañar y alcanzar a gobernar integralmente, con ideas fijas, en un corto y demasiado largo, según se vea, período de tres o seis años. Las ideologías reinantes no alcanzan a cubrir con una sola voluntad de cambio ese panorama político y económico tan abundante.
El presidencialismo reinante desde hace dos siglos, lo ha acostumbrado a ceñirse a las ideas y la práctica del que gobierna. No puede ser de otro modo. Nuestro presidencialismo es todoabarcante, impenetrable y tiene siempre la última palabra en los desenlaces. El poder concentrado, hace irremisible que los recursos gubernamentales sean manejados con propósitos electorales.
Y lo que hoy el presidencialismo tendrá que demostrar es que con los escasos recursos con los que cuenta, la movilización pueda fluir en su sentido del voto. Para ello es imprescindible un partido orgánico, estructurado, y candidatos viables. Cualquiera de esos elementos que falle, pondría en serios aprietos la conducción del partido en el mando.
A menos que el sistema superviniente sea más cercano al parlamentarismo, o a una figura yuxtapuesta, con poderes locales que gocen de mayor autonomía frente a la omnipresente Federación. Como se ve, no es algo trivial lo que está en juego. La palabra la tienen los ciudadanos. Esperemos que sea la mejor, la más sabia. Empezaremos a transitar el año 2021 con ese trabuco.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.