Mouris Salloum George
Ciertamente, el cambio climático no es un asunto sólo de la Naturaleza. La Madre Tierra ha sido sometida ferozmente a la depredación por móviles económicos, aupados por los conductores de Estados nacionales, sujetos ahora a su vez al Derecho Corporativo Global.
Las periódicas rondas mundiales sobre asuntos ambientales, de las que emanan protocolos de observancia obligatoria para los Estados firmantes, tienen como origen preocupaciones de líderes políticos juiciosos, organizaciones de la sociedad civil y pueblos originarios, que usan como correa de trasmisión de sus inquietudes a las instituciones de la ONU.
La samaritana organización, sin embargo, no tiene dientes para obligar a los gobiernos a cumplir, ni siquiera a acatar, aquellos mandatos.
Los satánicos presidentes Reagan y Trump
En tratándose de asuntos guerreros, recordamos que en su gestión Ronald Reagan amenazó a la ONU con echarla de Nueva York. Su satánica rencarnación republicana, Donald Trump, anda por los mismos renglones torcidos de Dios.
Ensayemos la síntesis: Cambio climático, políticas económicas depredatorias, protocolos devenidos papeles sin valor y la Humanidad toda víctima indefensa.
La guerra produce destrucción y genocidio; la economía neoliberal, genera pobreza y exterminio humano por hambruna. El cambio climático, en su devastación, dispara la migración.
Todo se condensa en una maldita ecuación que nadie -si no es por mero cinismo- puede negar: La universal crisis humanitaria.
Unos gobiernos nacionales, cómplices; otros, impotentes
Algunos gobiernos nacionales aceptan ese indeseable estado de cosas por acerada militancia ideológica en el desmadre económico.
Otros gobiernos nacionales se someten a tales designios por soberana impotencia.
¿En cuál categoría puede inscribirse al ya crepuscular presidente Enrique Peña Nieto?
Reconocida la situación como un fenómeno planetario, sin embargo, el juicio de la historia tiene que discernir sobre quienes fallan voluntariamente en sus compromisos de gobierno o quienes lo hacen a pesar de su voluntad.
Una fatalidad no asumida racionalmente
Sin entrar en detalles, asumimos que Peña Nieto termina su sexenio acompañado de la fatalidad.
En abono del mexiquense, puede decirse que recibió la Presidencia de México bajo compromisos y hechos consumados en la gestión de sus antecesores en Los Pinos.
No obstante, pudo disponer de márgenes de acción -lo prueba el fáctico Pacto por México– para darle a su mandato un sello diferente.
Estamos ahora mismo frente a la crisis migratoria centroamericana: Sus detonantes fueron guerras entre pueblos vecinos, inducidas por Washington; la pobreza y el hambre por explotación secular y las nuevas formas de dominación política y socioeconómica.
Se dejó el camino correcto para tomar los atajos
El expediente histórico de la diplomacia mexicana demuestra, desde los años treinta, que el gobierno hizo uso de su soberanía para enfrentar ese problema no sólo con voluntad solidaria, sino con señorío patrio.
Dio el gobierno mexicano -hasta el mandato de Miguel de la Madrid– asilo, refugio y asistencia hermana a migrantes desventurados. No es el caso del actual sexenio, en que se aceptó el papel de Tercer Estado como muro de contención de los ríos humanos en busca de una mejor suerte.
La pelota caliente se picha al gobierno entrante, cuyas iniciativas no pasan ser, hasta hoy, simplemente propositivas.
Tragedias por inerte omisión del gobierno
Volvemos al principio del tema: El cambio climático. En el segundo año de su sexenio, a Peña Nieto le tocó atender la devastación producida por los huracanes en al menos dos estados del Pacífico: Guerrero y Baja California Sur.
Sobre todo, en la primera entidad, en 2018 se cuestiona todavía el incumplimiento de los compromisos de la reconstrucción. (Dejemos entre corchetes los compromisos de gobierno ante los impactos de los terremotos de 2017.)
Ahora mismo los fenómenos climatológicos asuelan el territorio nacional. No se pide a los hombres de gobierno exorcizar a la Naturaleza.
Simplemente, que hagan funcionar con oportunidad y eficacia las dependencias de prevención de desastres y de protección civil, siempre ocupadas por inercia solamente en el recuento de los daños “después de niño ahogado”.
Como en el asunto migratorio, el de la damnificación de millones de mexicanos se quedan como tareas pendientes al gobierno de la cuarta transformación de la República.
Nos parece que la prioridad del momento radica en las políticas públicas preventivas. Pero los poderes fácticos parecen estar dictando la agenda: No hay derecho.