Por Mouris Salloum George
Un muchachito, júnior, sin oficio ni beneficio –del que todos los compañeros de generación saben que jamás pisó una aula universitaria, que consiguió el título de Licenciado en Derecho, gracias a oportunos boletazos en todas las materias, que le propinaron sus profesores, a petición expresa del padre– acabó definitivamente con todas las esperanzas de millones de mexicanos.
El padre, descendiente directo de Melitón Lozoya, el sicario del Grupo Sonora que asesinó cobardemente, en Parral, al visionario Francisco Villa. El nieto, Lozoya Thalmann, a alguien tenía que asesinar y optó por tener un hijo que cometió uno de los peores crímenes contra el pueblo mexicano: matar a Pemex.
Padre, Lozoya Thalmann, júnior de Jesús, ex gobernador de Chihuahua, y apasionado salinista, miembro de número del «club de los Toficos», fue defenestrado por Carlos Salinas de Gortari con una vergüenza a cuestas que le impide salir de su mansión en el Camino a Santa Teresa, de Jardines del Pedregal, desde hace lustros.
Estudiante de economía de medio cachete, Lozoya Thalmann tuvo la suerte –de alguna manera se tiene que llamar– de conocer desde la infancia a Carlos Salinas de Gortari . Éste, cuando se cruzó la banda presidencial, lo quitó de lamebotas del Arsenio Farell Cubillas y lo hizo director del sufrido ISSSTE, primero, y luego secretario de la extinta SEMIP.
Pero su hijo, que en este momento debe igual que su bisabuelo, el sicario Melitón, de tristes recuerdos para la Revolución Mexicana. ¡Qué bonita familia!, dijera el inolvidable Pompín Iglesias.
Vi(rey)garay continuó encubriendo los trastupijes de Lozoyita, hasta que sucedió algo que no pudo superar: el momento en el que su creatura, presa de la desbocada codicia familiar, se le trepó al Niño Nuño y empezó a tripular en Los Pinos la necesidad de ser ¡Presidente! con el sólo apoyo de un dedo sin metatarsos.
A partir de entonces, Vi(rey)garay le declaró la guerra, no por la quiebra y la caída en picada de Pemex, sino por rebasarlo en ambiciones. Le cortó el presupuesto y el pago a poderosos proveedores, provocando que éstos se quejaran de su incapacidad y de su facilidad para derrumbar emporios.
Cuando algún proveedor, asociado, o ingeniero de las compañías subcontratadas –ésas que le hacen el favor a Pemex desde tiempos inmemoriales de explorar y producir los barriles de crudo– actuaba calculadamente: el costo de su audiencia estaba valuado en miles y millones de dólares. Se hiciera o no cualquier proyecto, idea o consejo.
Nieto de Henríquez Guzmán, cobraba los agravios
Pemex se manejaba a distancia para los asuntos vitales de la industria. Pero para los negocios personales, se le ocurrió concentrar todas las compras y transacciones de Pemex en una Unidad de Procura, que no era más que la caja registradora de su abarrote, por donde tenían que pasar y «mocharse» todos los paganos.
Se consiguió a un gandayita internacional, con fama de defraudador y boletinado entre los tiburones texanos, nieto del General Miguel Henríquez Guzmán que, según se deduce, venía a cobrarse todas las facturas del ruizcortinismo en contra de su familia.
El nombre del depredador, Arturo Henríquez Autrey, miembro, como Lozoyita y su ex padrino Vi(rey)garay, del equipo de Pedro Aspe, y altos funcionarios de la corrupta OHL, bajo el mando de José Andrés de Oteyza, aquél que regañaba públicamente a Peña Nieto, cuando éste no sabía cubrirle las espaldas.
Era muy seguido.