Por Mouris Salloum George
En uno de los tres grandes centinelas del silencio que custodian y de repente amenazan el Valle de México, “La Malinche”, el volcán ubicado en Tlaxcala, se encuentra una maravilla agropecuaria, cuyo antiquísimo diseño se atribuye al rey Nezahualcóyotl, celebérrimo por grandes razones, entre ellas, su valor guerrero, su conocimiento y erudición de las ciencias y del entorno y su fenomenal poesía bucólica.
Sucede que al rey texcocano se le ocurrió la brillante idea de construir en las laderas de los altos cerros, un sistema de terrazas naturales, después construidas en La Malinche, que tienen la quintuple función de detener las erosiones de las lluvias, preservar el agua, trasminarla hacia lo profundo de los mantos freáticos, hacer florecer la floricultura y la acuacultura pecuaria y enriquecer la agricultura. Nada más, pero nada menos, decía Azorin.
La idea fue trasplantada a las resecas tierras extremeñas por Rafael Gasset, ministro de agricultura de Alfonso XIII, y por si faltara, tío de José Ortega y Gasset, el famoso tribuno de la República. Bajo la dirección de Gasett, las laderas de los promontorios volcánicos que rodean la provincia de Badajoz, fueron diseñadas por el hombre, con la idea agropecuaria de Nezahualcóyotl, el rey poeta.
El Plan Badajoz fue “la niña bonita” del discurso redencionista del infame dictador Francisco Franco, presumida ante propios y extraños en todos los latiguillos expectorados por su voz rara y chillante. No era para menos, fue la única decisión agropecuaria de gran calado que tomó en su ensangrentada vida. A un costo altísimo.
Los militares católicos, encabezados por Franco, levantados en armas en Marruecos, Melilla y Canarias arribaron a la península ibérica para destruir la República, recibidos con júbilo por la clerigalla oscurantista y los grandes empresarios, justificando arteramente el escenario de preguerra donde se lucieron los recién estrenados aviones de la Lutwaffe, bombardeando sin clemencia la indefensa Guernica, con la aprobación incondicional del Vaticano.
La lógica de Hitler era aplastar previamente a los republicanos, a cambio de conseguir la llave maestra de la traición de Franco: el tránsito a través del Peñón de Gibraltar para los pesados tanques que Rommel utilizaría en la conquista del desierto norafricano del Magreb. Esto, que puso a parir al mundo, jamás ha sido perdonado por los europeos. Pues mientras la industria gabacha destinaba el acero para modelar autos de lujo, los minerales de Krupp eran para blindar los tanques del Zorro del Desierto.
La lógica de Franco era sembrar el territorio extremeño por medio de un Plan agrícola que le asegurara a partir del abastecimiento de granos provenientes de la cuenca del Rhin y le permitiera guardar una neutralidad interesada en el conflicto mundial que se reflejara en la ausencia turística en los países beligerantes en la Segunda Guerra, y la inevitable afluencia hacia las costas del Sol, misión que ni mandada a hacer para los hoteleros gallegos, mismos que aprovecharon la oferta al máximo.