Por Mouris Salloum George
La historia de Lucio Quincio Cincinato es ilustrativa: cada vez que terminaba sus tareas en el Consulado, cuando se tranquilizaba Roma, volvía a sus labores de labriego, y cuando regresaba a la capital del Imperio era porque las revueltas lo necesitaban con premura.
Las comisiones senatoriales lo buscaban para requerirlo, asumía hasta los plenos poderes del dictador, para encabezar las legiones de la guerra; terminada esta en favor de su causa, regresaba a las faenas de la tierra, y se dedicaba a producir, levantar su granja.
Hasta los estadunidenses, rememorando su memoria, crearon dos mil años después de su muerte, la “sociedad de los cincinatos”, le pusieron su nombre a una ciudad y lo eligieron cómo estandarte en su lucha por la independencia de la corona inglesa. Dante y Petrarca, en el medievo, le rindieron honores a su vida, porque todos los momentos lamentables, el acecho de la tiranía, la amenaza de los invasores extranjeros, fueron conjurados por la presencia y el tesón de Cincinato, un hombre a la medida de las necesidades de su entorno.
Una persona que jamás albergó ambición monetaria, ni honores que no le correspondieran, menos prohijo la rapiña desenfrenada. Cincinato nos recuerda que el político puede perder, en medio de las tentaciones banales que lo acechan, la integridad, el físico, pero conserva siempre el famoso germen de la inmortalidad; la pasión por trascender la llamaba Stefan Zweig, el biógrafo de Fouche.
Cincinato tuvo siempre el reconocimiento público a su conducta, el recuerdo agradecido de sus compañeros de lucha. Cuando no se tiene sólo un Cincinato, existe una colectividad que no pudo producir en sus generaciones de empoderados, algo que valiera la pena.
En los estribillos infantiles de Occidente se cantan los versos del opuesto, Humpty Dumpty, aquel huevo que se cayó de la barda y nunca pudo recomponerse, pero hasta él tenía conciencia de que después de situaciones extremas y difíciles, siempre hay que pagar un precio para salir de ellas.
A veces, ni Cincinato ni Humpty Dumpty existen en la conciencia. Entre el ejemplo del romano y la ingenuidad del muñeco de la infancia, se encuentra un vacío que ocupan las gentes menores que jamás sabrán cuál es el sentido de su existencia, pues esta! no se agota en el latrocinio criminal, ni en la acumulación de recursos mal habidos.
Y es aquí cuando se derrumban todos los códigos de conducta cívica y ética en el poder. No hay más allá. Los consumidores de lo vacuo, los representantes natos de una voracidad jamás vista, se adhieren a símbolos de un concepto de éxito mal digerido.
La nueva generación de políticos mexicanos puede ser el parteaguas que señale la diferencia entre la tormenta y la ilusión.
Cincinato o Humpty Dumpty, usted escoja. ¿Qué es lo mejor en estos momentos de la patria?
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.