Por Gabriel Pereyra
Normalmente el cambio en las administraciones después de un proceso electoral trae confusiones y dudas. La toma del poder de un grupo político desplaza a otro hay ganadores y perdedores. Cuando esto ocurre a los que pierden se aplica el termino “estar en la banca”. Normalmente los que se quedan sin bailar esas piezas, esperan tranquilos en sus despachos o negocios a que llegue una nueva orquesta y los invite a danzar. En ocasiones el grupo triunfador invitaba algunos prominente de otras fracciones a compartir los presupuestos nacionales, de esa manera se llevaba la fiesta en paz. En México algunas empresas descentralizadas servían para ese fin de apaciguar y tranquilizar a los derrotados. En Capufe, Nacional Financiera, Conasupo, los presidentes nombraban como directores a sus oponentes y estos llenaban con los vencidos en las elecciones las nóminas de asesores, recibían en esa forma una prima de consuelo. En este juego nadie perdía, cuando mucho dejaba de ganar las cantidades fabulosas que conlleva el poder.
Ahora, con el gobierno de la Cuarta Transformación la posibilidad de buscar acomodo se esta complicando, se trata en primer lugar que no haya corrupción. Los perdedores están enojados, no han podido ubicarse. Ante esta situación la mayoría de los vencidos son una oposición furibunda, despiadada, sin principios enemiga de Andrés Manuel López Obrador. Esta formada básicamente por los fifís modernos, algunos grupúsculos de profesionistas y la clase empresarial.
El enojo no es sólo político, es un odio visceral, pasional, enfermizo. En el conflicto entre EEUU y nuestro país eran fanáticos del presidente Donald Trump. Esperaban que a México se le impusieran aranceles. Querían un México perdedor que amaneciera el lunes 9 de junio con una carga impositiva. Deseaban ver a Marcelo Ebrard derrotado como canciller y negociador. Ver a López Obrador en la “Mañanera” del lunes, explicando la derrota. No pensaron que si le iba mal al Presidente, le iba mal al país.
En este juego, los llamados “intelectuales” que siempre han querido convertirse en la conciencia crítica de la sociedad y los gobierno han jugado un papel de ausentes o de francos críticos. Desde que terminó la Revolución Mexicana, la clase gobernante copto a esos grupos que sabían escribir y que publicaban en los medios de comunicación o en libros y panfleto propuestas o críticas. Calles y Obregón, los sonorenses, incorporaron a José Vasconcelos y a todos los del grupo del “Ateneo de la Juventud” a las tareas educativas y de creación, rehicieron la SEP, El Colegio Nacional, mantuvieron la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y les encargaron la tarea de alfabetizar y educar a la nación. Con Cárdenas entraron al país un grupo de intelectuales españoles refugiados de la España franquista, que mucho aportaron a la nación. Crearon el Colegio de México, la Casa de España, el Fondo de Cultura Económica, que ha sido una de las editoriales más importantes de América Latina.
Cuando Fidel Castro llegó al poder, una de sus preocupaciones fue atender e invitar a los intelectuales de todo el mundo a respaldar su revolución. Recibió en los primeros años un apoyo formidable de los intelectuales latinoamericanos, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Pablo González Casanova, Juan Rulfo, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Augusto Roa Bastos, también Alejo Carpentier que era cubano y trabajó para la revolución. Castro fundó la Casa de las Américas y creó el mejor premio a la obra literaria latinoamericana más importante. No hubo intelectual o pseudo intelectual que no visitara la Casa de las Américas en La Habana y que no disfrutara de las atenciones de Aidé Santa María o de “Chiquis” Salsamendi quienes emprendieron una tarea editorial formidable para el continente. Con el tiempo hubo diferencias y defecciones Gabriel García Márquez quedo como una roca apoyando a Fidel.
Aunque la clase intelectual mexicana de este siglo esta disminuida y dispersa en universidades, centros de investigación o en los diferentes estados de la República, no existen las grandes figuras del siglo pasado de la posrevolución. Muerto Octavio Paz, sus presuntos sucesores han sobrevivido en un escenario cada vez mas complicado, por la saturación de mensajes que existen, también porque su pensamiento creativo o crítico no da para mucho. Escriben bien, pero se meten a los negocios, prostituyen la cultura a un costo muy alto. Son amantes de los negocios, no del pensamiento humanista y creador. Al aplicar su ideología reaccionaria y cobrar en dólares, equivocan el análisis y lo hacen a modo de la clase dominante que les paga. Su verdadera pasión es el dinero.
Hay, en el escenario político un conocido historiador a quien, para adherirlo a un modelo económico, le dieron la impresión de varios miles de millones de libros de texto gratuito, ahí termino su independencia. Tenemos actualmente como cabeza de los intelectuales mexicanos a dos personajes muy cuestionados por su relación con el poder. Ellos, Enrique Krauze de Letras Libres y Aguilar Camín que dirige Nexos están abiertamente en contra de AMLO y su gobierno. Ambos atacan públicamente y debajo de la mesa la Cuarta Transformación.
Por otra parte, existen una serie de periodistas que tenían influencia en los lee periódicos y complicidad con los gobiernos neoliberales, cobraban sumas de miles de millones de pesos. Ahora que se sabe los montos que recibían han perdido credibilidad, sabemos que la reseñada no era una verdad periodística, era la verdad que querían sus corporaciones y los gobiernos del neoliberalismo. Hoy es difícil creerles, sabemos cuanto cuestan sus comentarios y textos. El resultado es cómico, si no fuera trágico, teníamos una verdad ficticia, maquillada, no una verdad periodística, vivíamos una ficción, un mundo de gesticuladores. Si bien es cierto que en materia de verdades hay que recordar a Jesús, cuando le dice a Poncio Pilatos: Yo soy la verdad y la vida. Pilatos como buen romano, le pregunta ¿Cual es la verdad? Y ahí terminan los textos. No hay una verdad, pero tampoco se vale que la narrativa sea una mentira permanente.
La imagen que existía del intelectual era la de un hombre de ideas y de escrituras, de investigaciones y objetivos. Estudiaba y analizaba, como tenia mejor información que la mayoría de los mortales, ejercía un pensamiento crítico dentro de la sociedad. Luchaba contra los malos gobiernos, denunciaba las injusticias, defendía a los desposeídos. Es evidente que esa imagen estereotipada del intelectual se ha transformado. Habrá que buscarlo en los despachos del Paseo de la Reforma o en una de las casonas de la Condesa con varios millones en su cuenta de cheques, llenos de asesores y guaruras. Han ganado dinero, sí, pero han perdido conciencia de clase, espíritu crítico y conciencia de la solidaridad. Otro de los logros del neoliberalismo que aumenta la confusión, es haber terminado con la lucha de clases. En los años de gobierno de la economía del neoliberalismo económico que reinician Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se logró que los explotados, la clase trabajadora, dejara de ver a sus empleadores y patrones como sus enemigos. Ahora son corporaciones quienes les emplean y no una persona física que puedan materializar y concretar. Ahora el enemigo del trabajador es su semejante, el que puede acudir al mercado con la misma cantidad de dinero y crédito y comprar los bienes que él desea. Sus logros y frustraciones se los atribuye a su compañero de clase que puede competir contra él en el mercado y gastar más no al patrón que lo explota.
Todo esto viene al caso porque la administración de AMLO el primer gobierno que busca que mejore la vida de la mayoría de la población, que se ha pronunciado por atender a los pobres por el bien de México, los intelectuales mexicanos, la clase media, los semi ilustrados, los grupos de profesionistas y muchas personas de buena fe se han vuelto fifís y reaccionarios. Están apasionada y públicamente en contra de Andrés Manuel Totalmente desinformados despotrican en los cafés, en las reuniones entre amigos. Como no pueden escuchar la “mañanera” se guían por lo que dicen los medios masivos de comunicación, una prensa que obedece a los financieros, a los dueños de los periódicos, no a las necesidades de información de la población. No debemos de olvidar que existen otras fuentes de poder que los patrocinan y que la corrupción es un mal endémico. En fin, la narrativa nacional es la confusión.