jueves, abril 18, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Valentía

*Mónica Herranz

Había sido un día intenso; desde temprano despertó con una sensación de desazón en el pecho, una de vacío en el estómago y una inquietud generalizada para la que no siempre encontraba razón. Notaba que había vuelto a apretar los dientes durante la noche, le dolía un poco la mandíbula. Trató de dormir un rato más, pero esa inquietud generalizada no se lo permitió. La sensación -pensó- era como la de tener urgencia por hacer muchas cosas cuando en realidad no tenía nada urgente que hacer.

 

Una vuelta a la derecha, dos a la izquierda, ahora al centro de la cama, una almohada entre las piernas, mejor no, ahora en la cabeza, mirar el reloj, apenas son diez para las cinco. ¿Para qué levantarse ya?

 

Esperar a que den las seis, reunir coraje para ir hasta la cafetera y preparar algo de café, no quería pensar en el día anterior, había sido agotador y con lo que había dormido…el descanso no había sido reparador. Soñar de nuevo con tiburones, grandes bichos de dientes afilados acechando entre las olas de gente de la gran ciudad.

 

Beber café, ya van a dar seis y media, es curioso, pero ese sabor amargo por más estimulante que sea, tiene un efecto relajante, algo que en su aroma invita a la calma.

 

Llegar a la regadera, asearse, vestirse, peinarse, todo listo. ¿Desayunar? No, con el café está bien, más tarde. Pararse frente a la puerta, inhalar, exhalar, tres veces, girar la llave inhalar profundamente y dar un paso al frente, un pie tras otro, salir, cerrar. Abandonar por ocho horas al menos la guarida, -por favor, que ya sea hora de regresar-.

 

Caminar, vigilar, avanzar, llegar y el siguiente gran reto del día, como todos los días, el dilema, el elevador, esa caja tramposa de la que ya ha sido presa en más de una ocasión, -sube, decían, no pasará nada-. Una hora y media atascados entre dos pisos. Cada vez lo mira de frente, lo duda y opta por las escaleras. Diez pisos, una pausa en el quinto, taquicardia, similar a la de la mañana, pero ésta sí tiene explicación.

 

Trabajar, rutina, ocupación, mente medianamente despejada, bajar a comer, poco apetito, algo ligero, diez pisos más, junta, presión, clientes, jefes. Sortear todo aquello, modificar aquí y allá, mantener los pensamientos abrumadores a raya, esforzarse, enfocarse, respirar.

 

Diez para las seis, prepararse para salir, regresar, vigilar, -no hay tiburones a la vista-, avanzar, llegar, aún queda día por delante, ejercitarse, leer, estudiar, cenar. Un paso tras otro, continuar.

 

Lavarse los dientes, ponerse la pijama, prepararse para dormir, o si no, al menos recostarse y dormitar. Pensar en dejar de pensar, concentrarse en dejarlo de hacer, poner la mente en blanco, una vuelta a la derecha, dos a la izquierda, ahora al centro de la cama, una almohada entre las piernas, mejor ya no, ahora en la cabeza, mirar el reloj, ya son diez para las cinco.

 

Esperar a que den las seis, reunir coraje para ir hasta la cafetera y preparar algo de café, mirar el cartel, esbozar una sonrisa y recordar:

“Te despiertas cada mañana

para luchar con los mismos demonios

 que te dejaron completamente

 exahust@ anoche, y eso cariño, es

VALENTÍA”

 

Beber café, relajarse, tomar las cosas con calma, no rendirse, volver a comenzar, ¡continuar!.

 

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com

Artículos relacionados