viernes, abril 19, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Un obsequio sensorial

*Mónica Herranz

Era por la tarde, él le obsequió una pequeña caja y le pidió que la abriera por la noche cuando estuviera en casa, ella así lo hizo. La caja contenía una bandeja con lo que parecían postres y dos sobres marcados, el primero con el numero uno y la leyenda “antes de la degustación” y el segundo con el número dos y la leyenda “después de la degustación”.

Abrió el primer sobre y leyó: “ Esta será una experiencia sensorial. Deberás probar cada manjar en el orden señalado y de la siguiente manera: primero habrás de observarlo a detalle, notarás sus formas, sus colores, su disposición, su textura; a continuación cerrarás los ojos y lo olerás, sentirás sus aromas y lo que éstos te provoquen, después y manteniendo los ojos cerrados lo lamerás y finalemte lo degustarás. Entre cada manjar toma un sorbo de agua y aclara el paladar. Por lo demás, sólo déjate llevar. ”.

Ella dispuso lo necesario y comenzó por el primer manjar, tenía forma redonda, a simple vista parecería una pequeña ciruela amarilla, brillante, antojable con un pequeño rabillo blanco. Siguiendo la instrucción, tras observarlo, cerró los ojos y lo olió. ¡Azafrán!, olía a azafrán, lo que le hizo pensar que podría ser algo salado, lo lamió, se sentía ligeramente texturizado y suave. Con la lengua buscó el pequeño rabillo blanco, era duro y firme, lo probó, sabía a algún tipo de fruto seco. Mordisqueó la bolita, abrió un momento los ojos y vió que por dentro también era amarilla, volvió a cerrar los ojos. La textura era pastosa pero no por ello desagradable, no era muy dulce y definitivamente no sabía salado, tienía un sabor delicado y podía distinguirse claramente el azafrán.

Conforme a la instrucción, bebió un poco de agua, limpió sus papilas gustativas y continuó. Lo siguiente era un dátil color café casi ambar, estaba abierto por la mitad y tenía una almendra cerca de uno de sus extremos, se apreciaba que estaba relleno de una crema color amarillo mostaza. Cerró los ojos, lo olió y percibió un aroma intenso a cacahuate, quizá el relleno tuviese que ver con ese ingrediente. Con los ojos aún cerrados, pasó la lengua sobre él, era suave aunque firme a la vez, liso, y notó algo que parecía ser un grano de sal, un crujiente grano de sal. Volvió a lamerlo, era dulce y terso por fuera y un poco más duro y tenuemente salado por dentro. En el medio, tirando un poco más hacia uno de los extremos pudo sentir claramente lo rugoso de la almendra. Aún no lo había mordido y el conjunto era magnífico. ¡Había de probarlo ya!. Ojos cerrados, olfato atento, paladar dispuesto. Sintió la piel del dátil, un poco más dura que la pulpa, la pulpa era suave, casi cremosa y la sal no hacía más que realzar los sabores. Ahora una mordida con todo y almendra, ésta se integraba perfectamente bien en textura y sabor a la pulpa del dátil. Ufff la sal de nuevo apareciendo, ¡que buen toque!.

Traguito de agua, una pausa, paladar limpio de nuevo. El tercer manjar venía en un recipiente redondo de plástico transparente, el contenido era de color crema, parecía un pudín y en el fondo se apreciaba algo que podría ser ralladura de limón, naranja o ambas. En la parte superior estaba adornado con unos pétalos secos de rosa en tonos rosa mexicano y algo amarillentos también. Lo abrió, cerró los ojos y lo olió. De entrada percibió un intenso aroma a cítricos, un aroma fresco, la hizo pensar en el campo, en la primavera. Probó un poco con la punta de la lengua, definitivamente sabía a limón y tenía algo más…un algo más que sabía que conocía y que no acertó a saber qué era… una especia, sabía a incienso. No supo que era pero le agradaba el sabor, la hizo pensar en algo misterioso pero lleno de tranquilidad. Probó más y más, había otra hierba, ligeramente amarga, muy perfumada, tampoco atinó. La textura era mínimamente granulosa, crujían las ralladuras y el resto era suave, cremoso, no era empalagoso y sí muy perfumado.

Un sorbito de agua más, el penúltimo. También en un recipiente de plástico transparente idéntico al anterior, había algo que parecía entre cremoso y pastoso, de color café claro y al fondo se observaban unos pequeños puntitos de un tono café un poco más obscuro que el resto del contenido. Abrió la tapa, cerró los ojos, olió… ¡Anís!, sin duda era anís, deslizó su lengua por la superficie, se sintió liso y firme, era gelatina, la probó…¡clavo!, mucho clavo. Al inicio no se sentía, en el olor no se percibía y de pronto sólo explotaba, se perdió el anís. Notó cómo la gelatina se iba derritiendo en su boca, iba volviéndose espesa y ligeramente pegajosa, sus labios lo sentían.

Último manjar, una pequeña galleta en forma de corazón, decorada con pétalos de rosas secos pegados a la galleta con una especie de pasta blanquecina. Aroma intenso, ojos cerrados, una mordida. La galleta era suave, como un polvorón, el sabor sutil, amable, aromático y delicado. Lo que parecía rosa podría ser jamáica. Otro mordisco, la galleta se deshacía en su boca, era ligera y deliciosa.

Había terminado con la instrucción del primer sobre y con todos los manjares, así que abrió el segundo, cuyo contenido, escrito a mano, decía:

Afrodisíaco: Comida, bebida o alimento que, por las distintas sustancias que contiene, favorece la circulación de la sangre, mejorando la sensibilidad de las terminaciones nerviosas, estimulando la secreción de hormonas relacionadas con el placer, activando conexiones neuronales, que, aunado a los aromas, la textura y la apariencia, favorecen, despiertan o incrementan el deseo sexual.

¡Ahora, haz con tu noche lo que decidas querida!

Ella sonrió, no lo habría imaginado, volvió a cerrar los ojos y entonces…

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com

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