viernes, marzo 29, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Trazos

*Mónica Herranz

Sentada allí, en esa sala involuntariamente fría, lo escuchó llegar presuroso y ruidoso como siempre. Su tono de voz lo delataba por dónde quiera que fuera, nunca aprendió a modularlo y hablaba como si de estar parado frente a un auditorio sin micrófono se tratara, así que cuando lo oyó, no había lugar para la duda, era él.

 

Escuchó cada paso que dio e incluso pudo notar cómo su loción inundaba el lugar. Ella no estaba en realidad tan cerca, pero ¿cómo no percibir ese aroma tan conocido y peculiar?, ¿ese que la había acompañado y cobijado durante aquellos años?. Por un instante se sintió envuelta en él y la hizo recordar los tiempos en los que juntos de la mano cualquier adversidad era vencible y cualquier problema una nimiedad.

 

No podía verlo dado que aquella sala, involuntariamente sombría, los separaba, sin embargo, sí podía imaginarlo. Seguramente llevaría el traje gris con la camisa azul claro, calcetines a rayas, cinturón y zapatos negros y dado que ya era medio día y por cierto, un caluroso medio dia, ya no llevaría la corbata.

 

Pase por aquí, escuchó que le indicaban, -un momento- respondía él; atendía al teléfono una llamada, mientras la pesadilla de ella se prolongaba.

 

Recién hacía unos momentos acababa de estar en sus zapatos y sabía lo que le esperaba, sólo que él era muy bueno en aparentar que no le importaba. La impaciencia la consumia, quería que ya pasara, y aunque sabía que con la firma no se acababa, le daba igual, sólo quería que él firmara y se marchara.

 

Como lo anticipó, cuando él finalizó la llamada, la encargada de continuar con el trámite, le hizo algunas preguntas de rigor. ¿Sabe porqué se encuentra usted aquí?, ¿sabe de qué se trata el documento que está a punto de firmar?, ¿está usted de acuerdo en firmarlo?, ¿ha acudido por su libre voluntad?. A cada uno de tales cuestioinamientos respodió con un seco -si-.

 

Parecía que el ruido exerior se hubiera extinguido, en la sala, involuntariamente nostálgica, ella podía escuchar cómo se separaban cada uno de los folios que la encargada  acomodaba para poder proceder con la firma. Escuchó cómo él quitaba la tapa de su bolígrafo, sí, aquel que ella le había regalado, cómo la colocaba en la parte superior del mismo y más claramente escuchó cuando él preguntaba, – ¿aquí?-.

 

El mundo, o quizá tan sólo su mundo, se detuvo por un instante, podía no sólo escuchar, sino también imaginar perfectamente cómo él se reclinaba ligeramente, cómo acomodaba las piernas, cómo con sus manos sujetaba el papel y hasta sintió que oía el el contacto de la pluma con el papel. Trazos firmes y a la par temblorosos, trazos que alivian pero duelen y distancian, trazos que ya no abrazan, trazos que alejan y definitivamente separan.

 

La pluma se deslizaba por el papel marcando el final de una historia mientras que por la mejilla de ella resbalaba una lágrima que él no podía ver, y que de haberlo podido hacer, hubera ignorado, como lo hizo tantas y tantas veces en el pasado.

 

Una hoja, dos hojas, tres hojas, -¿esto es todo?-. Si, respondió la encargada, puede ir a las oficinas cenrtales en dos semanas por sus copias.

 

Pasos que se alejan, zapatos negros que no volverán, y ella sonriendo tristemente para sus adentros, riéndose un poco para sí misma, destensando su momento -total, que ni vuelvan, al fin que la chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar-.

 

Lloraba y ya no por él, sino porque  sentía por un lado un profundo alivio  y por el otro un gran pesar. ¿¡Quién le habría dicho que allí dónde fue a planear su matrimonio, allí mismo habría de terminar!?.

 

 

*Mónica Herranz

 

Psicología Clínica – Psicoanálisis

 

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