*Mónica Herranz
En noches como aquella podía experimentar una sensación extraña, una mezcla entre algo de nostalgia, cierta tristeza y una pizca de ansiedad que se manifestaban en un deambular constante con el propósito de hacer cosas pendientes pero que terminaban convirtiéndose en un no hacer nada.
Se acercaba a la computadora, caminaba, había olvidado un libro, se levantaba a fumar, pensaba en esto, regresaba al escritorio, ahora no encontraba la carpeta que necesitaba, pensaba en aquello, escuchaba una canción, ya no encontraba la pluma, ¿dónde había dejado la pluma?, la iba a buscar, pensaba en lo de más allá. Y así pasaba hasta que terminaba por aceptar que el propósito estaba, la intención estaba, pero la acción no llegaba y no iba a llegar.
Frente a este panorama al fin decidió irse a acostar y ahí comenzó otro tipo de deambular, vuelta por aquí en la cama, vuelta por allá, una idea tras otra sin parar y así fue como inició ese diálogo ficticio con él, en dónde lo invitaba a fantasear. Oye, ¿alguna vez has imaginado cómo sería dormir juntos?, ¿no?. Yo sí, y te lo voy a contar.
Si yo durmiera contigo dormiría sin pijama para empezar, ¿para qué?, si en algún momento de todos modos nos la vamos a quitar, preferiría sentir el calor de tu cuerpo junto al mío, de mis pechos en tu espalda o de tu cuerpo al abrazarme rodeándome desde atrás. Te daría un beso de buenas noches, esa buena costumbre nunca está de más, acariciaría tu pelo y tu espalda hasta que el cansancio te venciera y no pudieras más.
No sería todas las noches, pero de vez en cuando en plena madrugada, desentrelazaría mis piernas de las tuyas y buscaría despertar las pasiones nocturnas que te habitan, y es que sé que en las noches melancólicas de luna llena, algo pasa que la entrega va más allá y el amor en duermevela se disfruta más. ¿Por qué?, no lo sé, ha de ser el influjo lunar.
Quizá sea que la luz de luna ilumina mis heridas más profundas, mis dolores más añejos, tal vez ilumina ese pequeñísimo rincón del corazón que habitualmente es obscuro pero que al quedar descubierto se revela y clama consuelo y lo quiere todo y lo quiere ya, ¡sin límites!, ¡sin freno!, ¡sólo pasión hecha verdad!, puro ello, y ese pedacito de corazón, reclamaría en noches así tus besos, tus cuerpo, para fundirse en un único y espléndido destello.
En las noches melancólicas de luna llena, tu calor sería como esa luz que sin pretenderlo ilumina el sendero, así como lo hace la luna sin quererlo, pero, ¿tendrás idea de a qué me refiero? No puedo saberlo, tal vez ni lo imaginas, porque en definitiva no conoces mis rasguños y menos mis heridas.
Intuyo que tus cicatrices son menos lastimosas que las mías, y entonces no sé, si pudiéramos dormir juntos, y yo me vaciara en ti y tú en mí, y en el momento de ser uno mismo, si entenderías, si pudieses comprender y dar sentido a la forma en que te miraría, a la manera en la que te querría y al el modo en que me entregaría.
Sé que una parte de ti anhela lo mismo, no sé si sólo en días de luna llena o cuando sea, pero sé que también lo deseas, ahí, en tu propio rinconcito obscuro del corazón, tú, tú que tienes en tu lecho a quién te rechaza y yo aquí, ¡que ironía!, con estas ideas mías.
Perdida en estas disertaciones se acurrucó de nuevo y al son de la lluvia y ya más tranquila, al fin se quedó dormida. La luna por su parte, aunque a veces melancólica, siempre es buena amiga, vela su sueño y la cuida. No puede hablarle, pero si pudiera le diría: ¡No te preocupes querida!, hasta su lecho en forma de sueño yo le llevaré tu deseo, y si él no lo había pensado, ahora…, una vez soñado, no podrá dejar de imaginarlo, y al despertar anhelará súbitamente haberte tenido a su lado.
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
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