viernes, abril 19, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Integridad

*Mónica Herranz

 

Me encuentro en la última etapa de la vida, a medio camino entre los setenta y los ochenta, en plenitud aun de mis facultades mentales, con algunos achaques físicos propios de la edad, pero afortunadamente, ninguna enfermedad de gravedad.

 

Con una de mis nietas platico frecuentemente, y debo mencionar que aunque aún es estudiante, le auguro una exitosa carrera como psicóloga, dado que tiene una maravillosa capacidad de escucha, entre otras muchas cualidades. En fin, como decía, hablamos seguido y lo cierto es que nos escuchamos mutuamente. Ella es del tipo de persona que sabe apreciar la experiencia y la sabiduría de los adultos mayores y yo soy del tipo que sabe que la juventud puede aportar frescura, actualización y nuevo conocimiento y seguramente por eso nos entendemos tan bien.

 

En una de nuestras recientes charlas, ella me contó acerca de una de sus clases, justamente la de desarrollo adulto y gerontología, y me decía que hay un autor llamado Erik Erikson que elaboró una teoría llamada Teoría Psicosocial, que explica todo el desarrollo del ser humano desde su nacimiento hasta su muerte. Esta teoría fue ideada por él a partir de la reinterpretación de las etapas de desarrollo psicosexual de Sigmund Freud y consta de ocho etapas o crisis:

 

  1. Confianza básica versus Desconfianza básica: de los cero a los dieciocho meses.
  2. Autonomía versus Vergüenza y Duda: de los dieciocho meses a los tres años.
  3. Iniciativa versus Culpa: de los tres a los cinco años.
  4. Laboriosidad versus Inferioridad: de los seis – siete años hasta los doce.
  5. Identidad versus Confusión de rol: de los trece a los diecinueve años.
  6. Intimidad versus Aislamiento: de los veinte a los cuarenta años.
  7. Generativiad versus Estancamiento: de los cuarenta a los sesenta años.
  8. Integridad versus Desesperación: de los sesenta años hasta la muerte.

 

Por obvias razones, la última etapa es la que más llamó mi atención. De acuerdo a lo que entendí, así como en el resto de las etapas, en ésta última también se atraviesa por una crisis y ésta nos puede colocar y hacer transitar por la vejez desde la integridad o desde la desesperación.

 

Si se transita desde la integridad surge en los ancianos una necesidad de incorporar, de aportar coherencia y de hacer una totalidad de lo que se ha sido en la vida. Por ejemplo, yo debería ser capaz de hacer un discurso o una narración coherente de mi vida siguiendo un hilo conductor, manteniendo unidos los elementos que han conformado mi existencia, dotándolos de significado y sentido y aceptando que todo ha tenido un orden y una razón de ser. Si llego a ese nivel de aceptación, si encuentro un sentido vital a mi vida, podré despedirme de este mundo con tranquilidad, habiendo resuelto esta crisis a través de la integridad.

 

Si por el contrario, tengo un transitar menos favorable, si reniego de lo que ha sido mi existir, si siento inconformidad o malestar por lo que hice o por cómo lo hice, si siento que algo no cuajó, puedo caer en desesperación, es decir, sentir que he fracasado, que la vida no tuvo el sentido que esperaba de ella, que quisiera más tiempo para poder hacerla diferente pero que ya no lo tengo y que no puedo hacer  nada al respecto, entonces, con todo esto, podré tener un sentimiento de incompletud que me llevará a la negación o no aceptación de la muerte, dificultando significativamente mi despedida de la vida y mis últimos pasos por ella.

 

Cuando mi nieta se fue, quedé en reflexión…¡que fortuna la mía!, y no precisamente por los bienes materiales o los ahorros que tengo, claro que cuentan, pero lo que verdaderamente me hizo sonreír es la conformidad que siento con mi existir, y con todo lo que ha sido parte de él, no cambiaría nada.

Por lo que veo, podría decir que estoy resolviendo la crisis de la vejez desde la integridad, que es para Erikson en términos más técnicos, “la seguridad que obtiene el yo de su inclinación al orden y al significado”, (una integración fiel a los portadores de imágenes del pasado y dispuesta a tomar, y esencialmente a renunciar, al liderazgo del presente). Y que en palabras de Krassoievitch es “la aceptación de un ciclo vital único y propio, y de las personas que han llegado a ser significativas para él, como algo que inevitablemente tenía que ser así y que no admite sustituciones. Significa, pues, una manera nueva y diferente de amar a los propios padres sin desear que hayan sido diferentes, y una aceptación del hecho de que uno es responsable de su propia vida. Es un sentimiento de camaradería con hombres y mujeres de épocas lejanas, que estaban empeñados en la búsqueda de cosas diferentes y que han creado sistemas, objetos y lenguajes que transmiten dignidad humana y amor.”

 

Pienso en esto y vuelvo a sonreír, sin duda lo que siento es que  ha valido la pena vivir los encantos de esta vida, y con los desencantos…¡ya me reconcilié!, ¿podrá haber sentimiento más reconfortante en la vejez?. Creo que no, pero lo que sí se, es que este sentimiento de integridad, gratitud y conformidad que siento hoy, no llegó de la nada. Tras la charla con mi nieta me doy cuenta de que quizá en las etapas más tempranas mi desarrollo y por lo tanto la perspectiva de mi futuro dependieron de otros, pero que a partir de cierto momento, dependieron también de mí, de modo que lo que hice a los veinte, a los treinta, a los cuarenta o a los cincuenta ya marcó la pauta para lo que estoy sintiendo, así que queridos…¡pilas!, recuerden que la forma en la que hayamos vivido marcará nuestros últimos días.

 

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com

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