martes, abril 23, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: El cajón

*Mónica Herranz

Era un día de esos fríos de inverno en el que lo que apetecía es quedarse en casa haciendo cualquier cosa, lo que sea, pero quedarse en casa. Así fue como en pants y sudadera, y con sus tenis más viejos, decició ponerse a hacer limpieza, ese tipo de limpiza profunda que se hace  de vez en cuando. 

Se preparó antes de empezar para asegurarse de que tendría lo necesario, trapos, esponja, fibra, y todo aquel porducto de limpieza que se encontró a la mano: limpiavidrios, quitamoho, desengrasante, detergente, quitamanchas, etc.

Comenzó por el baño y siguió por la cocina, y como era uno de esos días de hacer limpieaz a fondo,  movió muebles, acomodó estanterías, ordenó anaqueles y así siguió con la sala y el comedor. Al ritmo de su música preferida el día iba pasando ligero y la satisfacción de ir viendo el resultado cada vez que terminaba con una pieza no era más que aliento para continuar con la siguiente.

Así transcurrió el día hasta que el turno fue el de su habitación. Comenzó por el clóset, ordenó las prendas de acuerdo a la temporada, básicamente por frío o por calor, siguió con la zapatera y con un mueble en donde tenía guardadas algunas otras prendas. Barrió, sacudió y trapeó después y ya casi cuando estaba por dar por terminada la labor, entonces miró hacia su cajón. La sensación fue extraña, como si éste lanzara un reto y le “dijera”…¡límpiame si te atreves!. No lo pensó dos vecces, hacía años qe no miraba en ese cajón y desde luego mucho menos lo limpiaba.

Llevó a su lugar todo los productos, trapos y fibras que consideró que ya no iba a necesitar, se sirvió una copa de vino, para luego, con cierto trabajo, sacar el cajón de su lugar y ponerlo sobre la cama. Primero echó una mirada genreal, sin fijarse en nada en particular, despúes, lo primero que llamó su atención fueron aquellas gafas de cristales rojos, las había guardado después del viaje a Nueva York, ¡que buenos recuerdos de aquel viaje!. Ya nunca las usaba, es más, ya ni el estilo le gustaba, pero…había paseado con ellas por Central Park, ¡Imposible deshacerse de ellas!, las pondría a la derecha, en el montón de “cosas que regresan al cajón”.

Después se encontró una carta, ¡si! de esas escritas a mano, era de un antiguo amor, un amor imposible, un amor a quien adoró y de quien hacía muchos muchos años no sabía nada. La carta era de despedida y era romántica y desagarradora a la vez, Era agua pasada, pero formaba parte importante de su historia, así que no, no había manera de tirarla, ¡al montón de la derecha!

Lo siguiente que salió fue una vieja cajetilla de cigarros, había ido a parar al cajón porque estaba firmada por sus mejores amigos de la preparatoria, un recuerdo que ahora parecía algo tonto, pero tenía aquellas frases de broma que habían puesto y era de sus mejores amigos de la prepa…¡al montón de la derecha!.

De ponto apareción un condón, ¿un condón?, ¿qué hacía ahí un condón?, -quizá haya sido de cuando aun tenía vida sexual-, no lo dijo, pero lo pensó. Sonrió irónicamente con un dejo entre broma de la que hace gracia y de la que no y lo puso en el montón de la derecha, ¡proto tendría que resolver ese asunto! y el día que suceda lo conveniente es que en el cajón esté ese condón.

Había también un llavero de plástico maltrecho, medio roto, era la inicial de su nombre en rojo, ¡era el llavero de la independencia!, fue el del departamento al que se mudó  trás dejar de vivir en la casa familiar. ¡Que recuerdos!. Las reuniones, las fiestas, los nervios, -¿me va a alcanzar para la renta este mes?-. Un periodo increíble, ¡nada de deshacerse de él, al montón de la derecha también!.

¡Uy esta moneda! Tantos años y aun sigue por aquí, con todo y el recipiente de plástico en el que se la etrgaron al salir del hospital. Es casi un trofeo, un recordatorio de que a vida es efímera y de que puede acabar en cualquier momento. Aun no termina de entender cómo es que se tragó aquella moneda, pero lo que entendió bien fue la lección, Y algo que recuerda un aspecto tan importante como la fragilidad, la vulnerabilidad y la rapidez con que la vida puede cambiar, de ninguna manera se puede tirar, así que al montón de la derecha fue a parar.

Y así fueron apareciendo más y más objetos, la mayoría acompañado de su historia y obviamente de un buen motivo para permanecer en el cajón. Un  anillo, una llave de bicicleta, un crucifijo, unos análisis, una pulsera de hilo rojo, una ficha de un juego de mesa, una plaquita de identificación de mascota, un viejo pasaporte junto con el boleto de avión, algunas fotos tamaño infantil, un pedazo de papel blanco por un lado y color plata del otro, un celular viejo, un estuche vacío, un encendedor, una invitación, una pluma, y ¡vaya hasta abajo de todo lo que apareció!, ni más ni menos que el boceto dibujado a lápiz,,,de su desnudez, que atribulado y buen recuerdo ala vez.

Casi dieron las tres de la mañana cuando al fin, junto con el último sorbo de vino, sacó lo único que quedaba en el cajón, ¡una telaraña!, esta si se va al montón izquierdo. La limpieza había terminado, al menos hasta el próximo año.

¿Quién no tiene un cajón similar, ese espacio en el que se guarda de todo un poco, lo bueno, lo malo, lo regular, lo inservible y que no se va a volver a usar?  Sin duda, estamos hechos de historias que nos gusta conservar.

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

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