sábado, noviembre 23, 2024

De Encantos y Desencantos: De Tin Marín de Do Pingüé

Mónice Herranz*

 

De Tin Marín de Do Pingüé, Ave María dame puntería, Chin Chan Pu, Águila o Sol, y Que sea lo que Dios quiera, son los criterios más comunes que utilizamos como guía a la hora de tomar decisiones ¿a poco no? Y lo hemos aprendido desde niños a través de juegos que posteriormente pueden cobrar otro sentido en la adultez. Idealmente al crecer comprendemos que no debemos dejar ciertas decisiones al azar, pero también nos sucede que hay decisiones que nos cuesta trabajo tomar y cuando eso pasa recurrimos al modo que nos libra de toda responsabilidad y por el que a través del azar será el universo o el destino quien tome la decisión por nosotros, encontrando una justificación para ello, que es que así tenía que pasar.

Sin embargo llega el momento, a veces esperada y a veces inesperadamente en que  tenemos que decidir y ya no podemos recurrir al azar, hay que decidir a consciencia, ¡menudo término éste!, en cuántas encrucijadas nos pone y todo para que al final, la mayoría de las veces todo se resuma a un sí o a un no.

Hay decisiones que son fáciles de tomar y por lo mismo no nos ponen en conflicto, no hay mucho en juego entre el sí y el no, lo tenemos claro y actuamos; pero hay otras en las que se nos va la vida en ello, en el peor de los casos, literal y en la mayoría de ellos figuradamente, con todo lo relativo que este planteamiento puede ser.

Pero más allá de qué tan sencilla o compleja sea la decisión que se deba tomar, hay algo que todas las decisiones sin excepción, tienen en común, que es a la vez un elemento clave en el proceso de decidir y que es lo que nos hace pensar y pensar y volver a pensar, analizar, confundirnos, cuestionarnos, reflexionar, enredarnos, perdernos y dudar. Este elemento, que genera tanto a su alrededor y que puede ponernos de cabeza tiene que ver con que decidir implica renunciar.

Renunciar, como verbo intransitivo, hace referencia a “desistir de hacer lo que se proyectaba o se desea hacer”. Pero… y si es algo que deseamos, ¿por qué deberíamos renunciar a ello? Muchas de las veces la respuesta será que por que hay algo que deseamos tanto o más que el otro deseo. Así, ese espacio que se juega entre el sí y el no en una decisión tiene que ver con una pugna entre deseos, aceptación, incertidumbre y renuncia y de ahí lo complicado.

En ocasiones la dificultad que nos supone tomar una decisión nos lleva a la parálisis, es decir, como no sé qué hacer, no hago nada y eso puede llenarnos de estrés y frustración, lo que no ayuda a resolver, haciéndonos sentir entonces con mayor intensidad que no somos capaces de tomar una decisión.

Además de los aspectos ya mencionados, también nos cuesta trabajo tomar decisiones porque sentimos  o creemos que la decisión que tomemos debe ser perfecta, nos da miedo equivocarnos, fracasar y hacer frente a las consecuencias derivadas de nuestras decisiones, o sea, hacernos responsables sobre lo decidido. Quisiéramos ser videntes y saber que pasaría en el futuro si tomamos una decisión u otra, esto aminoraría o suprimiría la incertidumbre, nos daría seguridad al respecto y nos garantizaría no equivocarnos, no en vano recurrimos a tarotistas, videntes, brujos y demás, pero desafortunadamente ni si quiera en eso hay garantía absoluta.

Y, como si no fueran pocos, tenemos otro elemento que nos dificulta la toma de decisiones ¡la culpa!, si, esa incómoda compañera que también nos lleva a evitar tomar decisiones y no por la decisión en sí, sino por lo que ésta puede generarnos además de lo que también le genere al otro u otros.

Entonces, ¿cómo hacer para poder tomar decisiones por más difíciles que éstas parezcan?. El primer paso es aceptar que cualquier decisión, sea la que sea, más fácil, más difícil, tendrá consecuencias, es inevitable que no sea así. ¿Que tomar la decisión nos duele, nos asusta, nos pone en conflicto, etc.? Si, puede ser, pero no por ello hay que dejar de decidir. El segundo paso para facilitar la toma de decisiones es que seamos honestos con nosotros mismos, es decir, que identifiquemos lejos de prejuicios, juicios, culpas, miedos, temores o demás ¿qué es lo que queremos? ¿que deseamos? ¿qué nos gustaría?. Sigamos por establecer las razones de por qué lo queremos o deseemos y preguntémonos ¿esas razones son proporcionales a las ganas de hacerlo?. Ahora un paso más, contemplemos que muchas de las decisiones que tomemos pueden modificarse o adaptarse, bien reza el dicho que dice “es de sabios cambiar de opinión”, o sea, podemos equivocarnos en la decisión y sobre ello podemos volver a decidir y continuemos con el último punto y quizá el más álgido, pensemos en las repercusiones y consecuencias que va a traer la decisión en cuestión y valoremos si podremos responsabilizarnos de ellas o no. Dicho todo esto, démonos cuenta de que lo complejo no es tomar la decisión en si, sino ser coherente y actuar en consecuencia de acuerdo a la decisión tomada.

Aunque existe mucha bibliografía y muchas y muy variadas posturas teóricas acerca de la toma de decisiones, finalmente todo se reduce a que básicamente hay dos formas de decidir, desde el impulso o desde la razón. El impulso nos da un valor repentino y efímero que muy probablemente  se desvanecerá a las primeras de cambio, no nos requiere ningún esfuerzo, tendrá consecuencias poco previstas y que muy probablemente nos lleven a arrepentirnos de la decisión tomada. La razón, en cambio, nos lleva a hacer un ejercicio profundo de análisis y reflexión, que evidentemente requiere de esfuerzo, en donde las consecuencias podrán ser mayormente previstas, aunque nunca de manera absoluta. Desde la razón habrá mayores posibilidades de que se sostenga la decisión tomada y de que no nos arrepintamos o de que tengamos mayores herramientas para actuar en caso de que no haya sido una decisión acertada.

Tengamos el valor, la fuerza y la disposición e intentemos decidir habitualmente desde la razón, aunque para casos desesperados siempre tendremos a la mano el famoso “chingue su madre” que a veces sorprendente e increíblemente sale bien.

 

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com

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