Federico Berrueto
Cuando engañar deliberadamente, mentir, incumplir -como quiera que sea- no tiene consecuencia se pensará no sólo en impunidad social, sino en que esa es la manera eficaz de ejercer el poder, de gobernar. Con un componente de indignación y otro de preocupación es como lo mejor de la sociedad ve lo que ocurre y lo que habrá de venir por las consecuencias de negligencia acumulada o de devastación institucional, económica y política.
Una parte mayoritaria de la sociedad mexicana, más por razones irracionales que por empatía, son indiferentes a la singular manera en que el presidente López Obrador conduce su comunicación cotidiana; la realidad le resulta refractaria, tragedia cuando se acompaña del aval social. La mayoría de los mexicanos reprueba el desempeño del gobierno del presidente, pero a él se le aprueba por arriba de la proporción que votó a su favor en 2018. La pregunta es si el desapego a la verdad del presidente lo advierten. Al parecer no les importa.
Esto significa que el país vive una situación de apego emocional al líder. Ha ocurrido en todas las naciones, incluso en aquellas con democracia consolidada. Solo como ejemplo, sondeos de opinión revelan que 7 de 10 de los votantes republicanos consideran que Trump fue despojado ilegalmente de su triunfo en la elección presidencial pasada. Lo relevante es la postura del líder, la evidencia no cuenta, las pruebas no importan.
El apoyo al presidente López Obrador se explica no solo por su descalificación al otro ni por la presentación dramatizada y maniquea del pasado; tiene asidero en un tema emocional, en una suerte de orfandad que el líder resuelve en términos de una certeza y claridad que exime a la persona de toda responsabilidad y, por ende, de culpa. El rencor social adquiere relieve cuando prevalece un sentimiento compartido de revancha o, quizás al revés, la revancha prevalece por el sentimiento de rencor social compartido. Pero allí no terminan las cosas, la certeza juega su parte y es un vínculo emocional entre el líder y sus seguidores, se cree que se hace lo correcto y lo que nadie se atrevió: ver por los pobres, por las mayorías, por el bienestar de la nación. Esa es la única verdad; nada más importa, aunque los resultados indiquen lo contrario, las intenciones se vuelven santuario.
No todo queda en el discurso presidencial reiterativo que, a pesar de estar en el último tercio de su gobierno, no cede en culpar al pasado de las dificultades, problemas y malos resultados, los que no tienen reconocimiento explícito, pero son el subtexto del mensaje presidencial. También juegan su parte los beneficios económicos que llegan a millones de mexicanos, sin importar las serias dificultades económicas para solventarlos, el desorden y la corrupción de por medio, y menos la devastación institucional de la red social como es la educación y salud, entre otras. No hay claridad para el financiamiento de los programas sociales a contrapelo del apremio económico e institucional que significará reconstruir mañana lo abandonado y derruido.
El país enfrenta un escenario económico adverso. Convergen condiciones negativas de la economía global y malas decisiones del gobierno; quienes avizoran el futuro coinciden en las dificultades futuras; las diferencias están en si se continuará por la ruta de un gradual deterioro o de una crisis de mayores proporciones, igualmente provocada por el exterior y por los errores en la gestión gubernamental, como sería una sanción económica al sector exportador por la violación al acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá.
Es claro que el vínculo del líder y sus seguidores concede blindaje a los desaciertos del gobierno, así sea el mal manejo de la economía, la criminal gestión de la pandemia o la omisión en el combate al crimen organizado. La cuestión es que la continuidad queda comprometida por el proceso electoral, cualquiera el resultado, porque la circunstancia actual pende del presidente y sus adherentes. Su partido y su candidata o candidato presidencial, por la influencia de López Obrador, podrían ganar la elección, pero no reproducir lo que es exclusivo, propio y que solo pertenece al líder y a la naturaleza de su vínculo con muchos mexicanos.