lunes, noviembre 25, 2024

CUADERNO DE NOTAS: Acoso electoral y poder

Gregorio Ortega Molina

¿Será que los celosos guardianes de la hegemonía del Estado, los implementadores de su violencia legítima, los que tienen como obligación preservar la integridad y respeto de las instituciones, son acosadores? ¿Y los que acumulan y atesoran el dinero, como se aprecia en la película biográfica de Jean Paul Getty? ¿Y los juguetones sexuales?

     Ninguna lectura me ha causado tanta inquietud como No apagues la luz, novela en la que Bernard Minier involucra al lector en la narración de las víctimas de un acoso múltiple (¿usarían, los críticos literarios y los psiquiatras, el término coral como adjetivo?), de consecuencias anímicas y físicas terribles y con derivaciones que me mantuvieron en vela, con el propósito de discernir su origen. La herida psíquica del que padece de un acoso constante, diverso, controlador, sólo puede ser evaluada por los especialistas de la mente, pero, ¿cómo pueden o deben proceder las autoridades policiacas, los jueces? ¿Y la prensa?

     Acosador y acosado aparecen en las páginas de la novela como un binomio en apariencia inseparable e indescifrable: son el uno para el otro. Nada que ver con las salaces fotografías de los “tocadores” en el transporte público, con las de los que hacen desfiguros para que la prensa y las páginas de Internet amarillas las reproduzcan hasta el cansancio, porque los ociosos y los “voyeurs” abundan, aunque nieguen en público esa curiosidad políticamente incorrecta, o socialmente rechazada, pero siempre insatisfecha.

     Los “modernos” sistemas carcelarios, inventados para reinsertar al reo en la sociedad, son modelo de acoso y, por ello mismo, tienen a los reclusos siempre bajo vigilancia y con la luz prendida, quizá porque apagarla les facilita el camino para dar rienda suelta a sus fantasías: solazarse en la libertad imaginada durante las horas nocturnas. ¿Es posible?

     Minier abre los ojos al lector sobre la verdadera dimensión de lo que es el acoso: “De esas obras (leídas por el inspector Martin Servaz durante su licencia por enfermedad) se desprendía que ciertas personas pueden transformar nuestra vida en un sentido positivo y otras pueden conducirnos al abismo y representar incluso un peligro mortal. Que en el seno de la sociedad existían individuos perversos y manipuladores que todos los días atrapaban en sus redes a personas débiles y vulnerables, hombres o mujeres, a los que se dedicaban a controlar, rebajar, destruir…

     “Al proseguir su lectura, Servaz descubrió que existía una primera etapa, denominada de <<intrusión>>, en la que el manipulador se dedicaba a penetrar en el territorio psíquico del otro, a confundirlo, apropiarse de sus ideas y sustituirla por las propias. Después venía el control y el aislamiento: de la familia, de los conocidos, de los amigos…”.

     Leo sobre el acoso cuando la propaganda política y la difamación y la calumnia están en su apogeo -incluido el desprestigio al que someten a la PGR, a la Gobernación, a la misma institución presidencial-, cuando aparece la guerra sucia electoral y cada uno de los contendientes descubre “la mierda” en la vida del contrincante; se ensucian unos a otros, pero no acuden antes las autoridades a hacer una denuncia formal, a presentar pruebas, porque no existen, porque es un acoso sutil, unas veces, grosero las más, para que el elector modifique su intención de voto, o para que no acuda a sufragar el día señalado, pues lo que más reditúa es el desencanto que conduce al abstencionismo.

     Doy vueltas al mensaje de los spots, a las imágenes, al denuesto, la descalificación, la mentira llana y el enlodamiento pertinaz, porque no importan las ideas ni los proyectos, lo que cuenta es “manipular” la mente del elector indeciso.

     Escribió Bertrand Minier: “Y al mismo tiempo la denigración, las humillaciones, los actos de intimidación destinados a provocar una fractura identitaria en el espíritu de la víctima (¿elector, esposa-esposo, hijo, empleado?), a hacer tambalearse su autoestima. Todo el mundo podía revelarse como un manipulador en algunas ocasiones (Javier Lozano Alarcón lo es de manera excelente en las redes sociales, lo mismo que Alejandra Sota en materia informativa y Alejandra Lagunes en Internet)… A Servaz le acudió a la memoria una frase de Orwell en 1984: <<El poder radica en la facultad de destrozar el espíritu humano>>.

     “Según aquellos textos, el maltrato psicológico era profundamente igualitario y trascendía todas las clases sociales”.

     Reconsidero, en todos sus aspectos, la idea del acoso político y la medianía cultural y humana de los postulantes al poder, de esos tres empeñados en asentar sus posaderas en la silla del águila. ¿Cómo frenarlo, contenerlo, adecentarlo, hacerlo políticamente correcto? Imposible, la política así es y los acosadores electorales son lo que son, y permiten que los políticos ebrios de poder y sus imagólogos profesionales transformen la imagen del mundo que les heredaron sus padres, e incluso la de ellos mismos, lo que les permite administrarlos.

      El candidato tras el poder es transformado en un perfecto acosador político, y las consecuencias de sus actos transforman una nación, para bien o para mal. Dejan el diálogo para después, lo posponen siempre, olvidan escuchar, son ellos los propietarios de la razón de Estado, los dueños de una verdad inequívoca que va más allá de la fe y la observancia de los credos religiosos, porque él es la encarnación misma del poder, trátese de un Estado fracasado o fallido, de un gobierno ensangrentado o corrupto, sólo ellos son capaces de comprender las razones de su proceder.

     Minier coloca en el caletre de Servaz la siguiente reflexión: “Según aquellos textos, el maltrato psicológico era profundamente igualitario y trascendía todas las clases sociales. Los tiranos domésticos y de medios profesionales pululaban por las calles escondidos detrás de inofensivas máscaras sociales…

     “… Por su parte, el resto de su entorno profesional (del acosado) solía mantenerse al margen, por cobardía o por egoísmo, cuando no acababa simplemente por entrar al juego del manipulador y estigmatizaba también la incompetencia (¿la corrupción?), el mal humor y la mala voluntad evidentes de la víctima”.

     Ahora puede discernirse de qué va esta contienda política. Me pregunto si llegar al poder montado en la calumnia y difamación del contrincante ensancha espacios a la gobernabilidad, o sólo determina el comportamiento público y privado del futuro presidente de la República. ¿Qué saldrá de la crisálida de las intercampañas, en las que el denuesto sustituye a la práctica democrática y la presentación de un proyecto de nación que recupere la dignidad y la credibilidad de las instituciones, notoriamente las de la procuración y administración de justicia?

     El acoso político porque sí no existe. “Con el desarrollo de Internet, los Stalkers –un anglicismo para designar a los acosadores neuróticos- podían encontrar ahora víctimas fuera del marco familiar o de la empresa. La red había democratizado también esa actividad”, los ataques corren a velocidad cuántica y se multiplican en un universo sin contenciones y sin referentes, porque lo urgente, lo necesario es que a las urnas y durante el 1° de julio, el elector llegue confundido, o de plano desista de acudir a la cita y abandona en manos de su acosador su futuro.

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