Fernando Irala
Faltan aún siete semanas, más de mes y medio, para que Joer Biden entregue el poder a Donald Trump, el 20 de enero de 2025.
Sin embargo, fiel a su estilo rudo y provocador, el próximo presidente norteamericano ya ha puesto a la defensiva a los gobiernos de sus países vecinos, Canadá y México, con la amenaza de aplicar aranceles del 25 por ciento a las mercancías provenientes de nuestras naciones.
La amenaza es por supuesto contraria a lo dispuesto en el tratado de libre comercio trilateral que, con distinto nombre, lleva más de dos décadas vigente.
De aplicarse realmente la arbitraria medida, ello significará la muerte del acuerdo comercial, al amparo del cual la economía regional ha adquirido gran dinamismo y prosperidad.
Es un enigma hasta dónde llevará a cabo Trump la estrategia anunciada, tanto en materia económica, como en el proyecto de sellar la frontera y expulsar a millones de migrantes indocumentados, entre otras acciones que lesionarían seriamente a México.
El primer contacto en estos días entre el magnate neoyorkino y la presidenta mexicana no es esperanzador, pues si nos atenemos a lo dicho por uno y otra luego de su conversación telefónica, cada quien entendió, o quiso entender cosas distintas de su contraparte.
Además de los dichos, las reacciones mexicanas indican nerviosismo e intentos de atemperar el ánimo de Trump. La clausura de una plaza de comerciantes asiáticos en el centro de la ciudad de México, el anuncio de que se procederá a la extinción de dominio por vender mercancías de contrabando, y la aclaración aparatosa e innecesaria de que se actúa por una instrucción presidencial, parece un hecho de distanciamiento simbólico con la República China, absurdo porque ese comercio al menudeo de ninguna forma llega a Estados Unidos ni es lo que reclama su próximo gobernante.
En cambio, muy poco se está haciendo para detener el dominio de las bandas criminales en vastos territorios del país, y como ejemplo Sinaloa, estado situado en la región donde aparentemente se fabrica el fentanilo y otras drogas que luego se llevan al mercado norteamericano, la autoridad ya no controla ni las calles de la capital estatal, que hace tres meses son escenario de balaceras, secuestros, asesinatos e incendio de comercios y casas.
El gobierno mexicano se enfrenta en su relación con el vecino país, a un golpeador cuyas rudezas y trampas son conocidas, mientras internamente el Estado se ha debilitado por su complacencia ante el crimen organizado, y por los agravios contra los grupos y sectores de oposición, a los que va a necesitar a la hora que el enfrentamiento con Trump requiera de una nación unida y actuante.