Fernando Irala
Sin que haya visos de que el tema vaya a reducirse o cuando menos a estabilizarse, las sucesivas caravanas de migrantes nos recuerdan recurrentemente las pésimas condiciones económicas y sociopolíticas que obligan a millones de personas al sur del continente a moverse de sus lugares de origen y a arriesgar todo, incluso la vida, en la búsqueda de un mejor futuro para ellos y sus familias.
El reciente caso de un grupo migrantes, hombres y mujeres, secuestrados en la frontera tamaulipeca, no sólo volvió a poner en la atención de la opinión púbica el fenómeno; también mostró la impotencia de las autoridades de todos los niveles para combatir el crimen, al grado de presumir como un triunfo y como rescate, lo que en realidad fue devolución de los rehenes después de cobrar las cuotas exigidas por su liberación. Por fortuna, esta vez la historia no tuvo un final fatal.
Ciertamente, no se genera ni tiene formas de solución en territorio mexicano un asunto tan vasto que tiene que ver con las desigualdades y la marginación en el continente y en el mundo. El objetivo de quienes cruzan México es llegar a Estados Unidos y ahí encontrar la manera de quedarse. Nuestra ubicación geográfica, tan ventajosa en otros campos, aquí nos ha jugado una muy mala pasada, pues sin importar quien gobierne de aquel lado nuestro país es visto como el patio trasero al cual relegar a los migrantes.
Pero cada vez es más evidente no sólo que el asunto rebasa la capacidad de las autoridades mexicanas, sino que ni siquiera podemos garantizar la seguridad e integridad física de las personas en tránsito. En mucha zonas tampoco, por cierto, la de quienes aquí nacieron y habitan regularmente.
Las y los migrantes tienen que sufrir desde las condiciones carcelarias en los refugios en los que intenta controlárseles, para lo cual basta recordar la tragedia sin castigo de Ciudad Juárez, hasta los peligros en los caminos, carreteras y vías férreas que cruzan el país, a manos de la delincuencia organizada, casi siempre en complicidad con agentes de la ley.
Historias que se han repetido por años, y que por desgracia seguirán ocurriendo.