viernes, abril 19, 2024

CONCATENACIONES: Iguala: la herida abierta

Fernando Irala

El quinto aniversario de la noche negra en que 43 normalistas desaparecieron luego de ser secuestrados en Iguala, reabrió una herida que en realidad nunca se ha cerrado, como no se cierra el episodio de violencia extrema en que está sumido el país, antes y después de Ayotzinapa.

La incertidumbre derivada del hecho de que no hay cuerpos identificables de las víctimas, y que la “verdad histórica” planteada por la Procuraduría General de la República se basase en el análisis de cenizas y restos óseos que sólo dieron “positivo” para dos de los desaparecidos, le ha dado fuerza a un movimiento de resistencia que tiene motivos inapelables: “vivos se los llevaron; vivos los queremos”.

A las conclusiones de una investigación armada con cierta lógica, con culpables confesos y en proceso, ha seguido la anomia: nadie cree ya en que los hechos ocurrieron en el basurero de Cocula, que los cuerpos se quemaron, que los ahora reos son los verdaderos verdugos.

Peor aún, la mayoría de los detenidos están ahora en libertad y, si la investigación está en entredicho, lo lógico y justo sería que todos fueran liberados.

Lo que se sabe de las indagaciones muestra que efectivamente debe haber cabezas que no se han tocado ni se han dado pasos para identificarlas, y que posiblemente los normalistas atrapados tuvieron otros destino desconocido, no tan súbito y concentrado.

A tal punto hemos llegado después de cinco años, en un momento en que sin embargo sí es posible adelantar conclusiones obvias.

Mientras en Guerrero y en otras zonas del territorio nacional las mafias del narcotráfico se apropien de territorios, rutas y controles, la violencia será cotidiana y latente.

Los movimientos sociales son fácilmente contaminables por los líderes criminales, que han aprendido como comprar o sobornar líderes y adeptos para defender sus negocios, con el manto de la defensa de causas colectivas.

Lo ocurrido en Iguala difícilmente se aclarará: la mafia del poder no se ha ido, y el entramado de sus intereses hace complicadas las investigaciones.

Todavía más grave, en Guerrero como en todo el sureste del país y en muchas otras regiones, los lobos se han vestido de la piel que les conviene.

Y seguirán siendo intocables.

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