Fernando Irala
Una violenta manifestación en una de las colonias de moda en la ciudad de México, el pasado fin de semana, puso de súbito en la atención pública un fenómeno relativamente novedoso y de extraño nombre: gentrificación.
Este proceso está ocurriendo desde hace décadas, desde el siglo pasado, en diversas ciudades del mundo, y en nuestro país no es exclusivo de la capital, aunque ahí tal vez se haga notar con mayor intensidad.
El término gentrificación es un neologismo, adoptado de la palabra inglesa gentry, que la Real Academia de la Lengua describe como el proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo.
Esta evolución, que fue estudiada y descrita por primera vez en Londres en la década de los 60, tiene diversas causas, pero una muy relevante es el incremento del turismo, sobre todo el auge de las plataformas del tipo del airbnb, e incluso la migración de población extranjera de alto poder adquisitivo, para asentarse en rumbos que le son atractivos. La crisis del covid, en 2020, detonó con mayor fuerza estas tendencias.
El resultado automático es que ante una mayor demanda de vivienda temporal o permanente, los precios de los bienes raíces se disparan, y con éstos, los de todos los bienes y servicios a su alrededor.
En los últimos años, el valor comercial de una casa, un departamento o un local comercial, crece en las zonas urbanas prósperas en alrededor de un diez por ciento anual, y en los barrios y colonias en donde se observa la gentrificación, en porcentajes aún mayores.
Esa transformación la sufrimos todos quienes vivimos en las urbes, pero quienes más lo resienten son los viejos moradores, generalmente de clase media, que hoy son expulsados de los lugares donde probablemente nacieron o por lo menos llevaban mucho tiempo habitando.
Tal fue el motivo de la protesta que derivó en vandalismo contra restaurantes, cafeterías y otros comercios en los alrededores del Parque México, el corazón de una zona gentrificada.
Por las calles se escuchó un viejo grito, “gringos, go home”, que estuvo de moda en las luchas estudiantiles del 68, para repudiar entonces la política guerrerista y de intervención militar de los Estados Unidos, por cierto revivida en los actuales tiempos.
Esta vez, sin embargo, el blanco no eran los marines o los soldados norteamericanos, sino turistas estupefactos sorprendidos de pronto por el México bronco.
Pero no es asustando viajantes ni rompiendo cristales como se detendrá un fenómeno universal inherente al desarrollo urbano moderno.
En la búsqueda de alternativas que concilien la bonanza turística, convertida en una de las principales fuentes de ingreso y de derrama económica en la actualidad, con la necesidad de la gente de tener acceso a viviendas y servicios en condiciones adecuadas, está uno de los grandes retos de alcaldes y gobernantes.
A ellos les toca buscar la cuadratura al círculo.